David Ortiz debe ser uno de los tres dominicanos más queridos por la gente. Es una de las figuras cumbres de la ya extensa y gloriosa historia del béisbol dominicano. Nuestro deporte-religión. Ese juego tan americano (con sus perros calientes en las gradas y el God Bless America en la séptima entrada) que, paradójicamente, es también tan de nosotros: con frituras en las gradas y la chercha al otro día contra el que cuyo equipo perdió.

No se puede entender la República Dominicana de hoy sin la pelota. Millones de niños dominicanos viven y sueñan con pelota. Difícilmente haya una reunión familiar dominicana en la que no se hable de peloteros. Dentro de ese universo David Ortiz es una figura fundamental. Un héroe dominicano que también lo es en la admirada y “civilizada” urbe americana: en Boston, la ciudad de las mejores universidades del mundo, a un dominicano hay que respetarlo. Porque viene del país de David Ortiz.

Los deportistas muy famosos, quienes representaron en su momento sueños y alegrías de millones de personas, tienden a ser colocados por el imaginario popular en suerte de olimpos. Recuerdo de adolescente viendo a David Ortiz en el estadio en una Serie del Caribe en San Juan, Puerto Rico. Lo veía como algo muy grande. Hoy, desde luego, no lo veo desde esa perspectiva si bien todavía lo considero alguien trascendente. No es como yo o como cualquiera. Así son los que fueron o son ídolos. Y, en ese contexto, es que uno simplemente considera imposible que sean atacados. Cuando recibí la noticia del tiro a David Ortiz, en primer lugar, dije que eso no podía ser. Pero pasó. Ahora veamos lo que hay de fondo en todo eso.

¿Qué elementos sustanciales explican que a un ídolo de nuestra sociedad, un muchacho de barrio lo intentara matar por unos cuantos pesos que pronto se le acabarían? Esas fotos de los implicados en el intento de asesinato, ¿qué tipo de sociedad reflejan?, ¿qué nos dicen? El caso David Ortiz, considero, debe enfocarse desde el perfil del grupo de muchachos que han sido arrestados. Lo cual nos habla de una gran tragedia dominicana. ¿Quiénes son esos muchachos? ¿Los hijos de quién? ¿Son totalmente culpables o también son víctimas?

Los muchachos del atentado a David Ortiz son los condenados dominicanos. Los olvidados por una sociedad profundamente desigual e injusta, que se ha forjado en el marco de la naturalización de esas desigualdades. Donde es asumido como normal que hayan familias que no tengan tres mil pesos para pagar una unidad de sangre mientras un ser querido se muere en una sala de emergencia; que una muchachita de 12 o 13 años viva con un viejo que la mantiene; que hayan tigueritos dispuesto a matar por un Iphone para después venderlo y comprarse las últimas Jordan. Fuera de los círculos de clase media en los que se debate quién quedó para la Suprema, o más aún, fuera de los círculos de adinerados cuyos hijos discuten, en inglés, cuál ciudad estadounidense es mejor para vacaciones, hay una República Dominicana bestial en la que no se vive sino que se sobrevive. Las clases medias y ricas dominicanas, siempre con las miras muy cortas o hacia otro lado, han construido sus propios muros contra ese mundo de morenitos calientes que matan por nada. Muros de seguridad privada 24/7, rejas eléctricas y torres híper vigiladas. Pero es pura ilusión. Ese mundo está siempre ahí. De vez en cuando toca macabramente las puertas de un privilegiado con un atraco o un tiro. Y está todavía más ahí, cuando las elecciones del país las decide gente que vota a cambio de un pica pollo y 500 pesos. Que, en el fondo, no es que sean “buenos” o “malos” (es muy superficial abordar y caracterizarlos así) sino que simplemente hacen lo que por instintos biológicos todo ser humano persigue: sobrevivir. Un pica pollo quita el hambre a una madre soltera con seis o siete muchachos que no conocen sus padres. Y 500 pesos son 500 pesos para muchos que no tienen nada.

La clase dirigente dominicana cimenta su avasallante poder en administrar esa miseria. En gestionarla por medio del clientelismo y proyectarse como élite que debe mandar frente a una masa pobre e ignorante. En ese contexto, se genera el círculo del desastre: los privilegiados “están bien” y solo miran hacia abajo cuando les sucede algo; sin embargo, les revienta que no puedan salir tranquilos, lo que gastan en seguridad y los políticos malos que gobiernan. Pero ven solo las manifestaciones y no las causas de eso que les molesta tanto. Y he ahí el círculo del desastre porque ¿cómo es que se sostiene el sistema de poder dominicano? Se sostiene sobre la base de la desigualdad. De unas élites dirigentes y económicas que diseñan, administran y gestionan un modelo de poder político-económico y de control social que se alimenta de la pobreza material, cultural y espiritual de las mayorías. Las clases medias suelen ser las más incómodas con los gobiernos. Pagan impuestos, trabajan mucho y no sin ni ricos ni pobres. La clase media dominicana sufre la inseguridad; los ricos de muy arriba no tanto. Pero ambos sectores viven de espalda a las causas fundamentales de la inseguridad. Cuando pasa algo se quejan por un rato. Luego toca ver, en inglés, la nueva serie de Netflix.

Así, hablemos de los muchachos del caso David Ortiz como víctimas también. ¿Qué oportunidades reales tuvieron en una sociedad que les dio la espalda y que convive con ese círculo del desastre? ¿A qué escuelas fueron y qué diferencias hay entre lo que se aprende en esas escuelas con lo que enseñan en los colegios de los privilegiados? ¿Cuándo el hijo de un privilegiado salió a atracar para comprarse unos Jordan? No solo se trata de valores, y de padres que dan correazos a tiempo, se trata más bien de problemas estructurales. De cómo crear una sociedad solidaria con oportunidades para las mayorías y con una ciudadanía que no acepte la desigualdad como algo normal. Se trata de una clase dirigente que no vea los pobres como masas dóciles a las que comprarle el voto cada cuatro años. Se trata de atender la inseguridad con visiones amplias y atendiendo sus causas fundamentales, esto es, la pobreza y desigualdad. Y así, cimentar un modelo de seguridad ciudadana no para castigar atracadores y sicarios. Sino para evitar que lo sean. O, en el caso de los que aun así opten por la delincuencia, para prevenir que cometan el delito.

Este caso David Ortiz, a mi entender, lanza una interpelación muy clara a nuestros sectores de clase media y privilegiados. Haciéndoles la pregunta, ¿hasta cuándo piensan seguir viviendo de espalda a ese país de las mayorías que no viven sino que sobreviven?  ¿Cuándo se darán cuenta de que a nadie la va realmente bien en una sociedad desigual? Los niños pobres dominicanos no ven un libro en su vida prácticamente. Si lo ven es una escuela que no funciona adecuadamente ni tiene docentes bien formados. Ese niño cuando esté grande es muy posible que agarre un arma. Y, por unos cuantos pesos, le podría pegar un tiro a cualquiera. Sea un David Ortiz o sea un nadie.