Tertuliano, abogado cristiano que vivió en el siglo II, dijo una vez que la sangre de los mártires era la semilla de la iglesia. La historia ha demostrado que era cierto. En toda Europa central y oriental, los cristianos sufrieron durante cincuenta años los regímenes asesinos nazi y soviético. Conocen, por su amarga experiencia, el costo real del testimonio y también, desgraciadamente, el costo de la cobardía, de la colaboración y del autoengaño frente al mal.

Actualmente, muchos cristianos de Occidente no entienden estos costos. Tampoco parecen importarles. Por consiguiente, muchos de ellos son indiferentes al proceso que se desarrolla en nuestros países y que a los científicos sociales les gusta llamar “secularización”; pero que, en la práctica, implica repudiar las raíces cristianas y el alma de nuestra civilización.

Alexis de Tocqueville, en su “Democracia en América”, escribió: “El despotismo puede existir sin la fe, pero la libertad no…” Por ello: “qué hay que hacer con un pueblo que es su propio amo si no obedece a Dios”. Los fundadores de Estados Unidos fueron un grupo heterogéneo de cristianos practicantes y de deístas de la Ilustración. Pero casi todos respetaban la fe religiosa. Creían que un pueblo no podía ser libre sin la fe religiosa y sin las virtudes que fomenta. Quisieron mantener la separación y la autonomía entre la iglesia y el Estado. Pero sus motivos diferían ampliamente de la agenda revolucionaria europea. Los fundadores de Estados Unidos no confundían el Estado con la sociedad civil. No deseaban una vida pública radicalmente secularizada. No tenían la intención de desterrar la religión de los asuntos públicos. Por el contrario, querían garantizar a los ciudadanos la libertad para que viviesen su fe de forma pública y vigorosa, y contribuyesen con sus convicciones religiosas a construir una sociedad justa.

En el caso particular dominicano, los trinitarios no concebían una sociedad sin la fe religiosa. El juramento trinitario así lo atestigua y la consignación de la religión católica como oficial del Estado en el proyecto de Constitución redactado por Juan Pablo Duarte muestra que el Padre de la Patria tenía la visión de que los principios cristianos influyeran en la construcción de la nueva nación.

Los cristianos de Occidente, Latinoamérica incluido, nos enfrentamos a una visión política agresivamente laica y a un modelo económico consumista que da lugar, en la práctica, cuando no existe un intento explícito, a un nuevo tipo de ateísmo fomentado por el Estado.

Para decirlo con otras palabras: sigue viva la visión del mundo derivada de la Ilustración que originó las grandes ideologías asesinas del siglo pasado. Su lenguaje es más blando, sus intenciones parecen más amables, y su rostro es más simpático. Pero su impulso subyacente no ha cambiado: el sueño de construir una sociedad aparte de Dios, un mundo donde hombres y mujeres podrían vivir autosuficientes, satisfaciendo sus necesidades y deseos con su propio ingenio.

Esta visión presupone un mundo abiertamente “post-cristiano”, regido por la racionalidad, la tecnología y una buena ingeniería social. La religión ocupa un lugar en esta visión del mundo, pero sólo como un accesorio a un estilo de vida individual. Las personas son libres de creer y de venerar lo que quieran, mientras guarden sus creencias para sí y no pretendan interferir con sus opiniones religiosas en las acciones del Gobierno, la economía o la cultura.

El actual debate sobre la despenalización del aborto es una prueba palpable de nuestras afirmaciones anteriores. El deseo de despenalizar el aborto no es más que la pretendida consumación del deseo humano de construir una sociedad sin Dios, donde las iglesias tengan un lugar marginal y las opiniones de los creyentes se limiten al ámbito privado, negándoles de esta manera su libertad de expresarse y de influir en la vida pública de sus naciones.

En nuestro país, una minoría atea, secular y relativista pretende imponer una especie de dictadura sobre una mayoría que cree y profesa valores absolutos. Gracias a Dios, el pueblo creyente de la nación está despertando y las manifestaciones de las distintas iglesias el pasado fin de semana y a principios de esta semana lo confirman. Somos una mayoría que no permitirá la invasión cultural que se nos quiere imponer desde el extranjero.