HACE TRES SEMANAS se celebró el “Día de la Nakba”, el día en que los palestinos de dentro y fuera de Israel conmemoran su “catástrofe”, el éxodo de más de la mitad de los palestinos del territorio ocupado por Israel en la guerra de 1948

Cada lado tiene su propia versión de este acontecimiento trascendental.

De acuerdo con la versión árabe, los judíos vinieron de la nada, atacaron un pueblo amante de la paz y los expulsaron de su país.

De acuerdo con la versión sionista, los judíos habían aceptado el plan de compromiso de la Organización de las Naciones Unidas, pero los árabes habían rechazado y comenzaron  una guerra sangrienta, durante la cual fueron convencidos por los estados árabes para que abandonaran sus hogares con el fin de regresar con los ejércitos árabes victoriosos .

Ambas versiones son completamente absurdas; una mezcla de la propaganda, leyenda y sentimientos de culpa escondidos.

Durante la guerra yo era un miembro de una unidad de comando móvil que estaba activo en todo el frente sur. Yo fui un testigo ocular de lo sucedido.

Escribí un libro durante la guerra (In the fields of the Philistines ‒En los campos de los filisteos) y otro inmediatamente después (The Other Side of the Coin ‒La otra cara de la moneda). Aparecieron en inglés juntos bajo el título: 1948: A Soldier´s Tale ‒La historia de un soldado. También escribí un capítulo acerca de estos sucesos en la primera mitad de mi autobiografía (Optimista) que apareció en hebreo el año pasado. Voy a tratar de describir lo que realmente sucedió.

EN PRIMER lugar, debemos tener cuidado de mirar al 1948 a través de los ojos de 2015. Por difícil que sea, hay que tratar de transportarnos a la realidad de entonces. De lo contrario, no podremos comprender lo que realmente ocurrió.

La guerra de 1948 fue única. Fue el resultado de acontecimientos históricos que no tenían parangón. Sin tomar en cuenta sus antecedentes históricos, psicológicos, militares y políticos es imposible entender lo que pasó. Ni el exterminio de los nativos norteamericanos por los colonos blancos, ni los diversos genocidios coloniales se le parecen.

La causa inmediata fue la Resolución de noviembre de 1947 de la ONU para la partición de Palestina. Fue rechazado de plano por los árabes, que consideraban a los judíos intrusos extranjeros. El lado judío sí la aceptó, pero David Ben-Gurion más tarde se jactó de que él no había tenido ninguna intención de quedar satisfecho con las fronteras de 1947.

Cuando la guerra comenzó a finales de 1947, en la Palestina gobernada por los británicos había alrededor de 1,250,000 árabes y 635,000 judíos. Vivían muy cerca, pero en barrios separados en las ciudades (Jerusalén, Tel-Aviv-Jaffa, Haifa), y muy juntos en los pueblos vecinos.

La guerra de 1948 fue en realidad dos guerras que se mezclaron en una sola. Desde diciembre 1947 hasta mayo de 1948 fue una guerra entre la población árabe y la judía dentro de Palestina; desde mayo hasta los armisticios a principios de 1949 fue una guerra entre el nuevo ejército israelí y los ejércitos de los países árabes, principalmente Jordania, Egipto, Siria e Irak.

EN LA PRIMERA y decisiva fase, la parte palestina era claramente superior en número. Las aldeas árabes dominaban casi todas las carreteras; los judíos podían moverse sólo en autobuses blindados, a toda prisa y con guardias armados.

Sin embargo, el lado judío tenía un liderazgo unificado bajo Ben-Gurión y organizó una fuerza militar unificada, disciplinada, mientras que los palestinos no fueron capaces de establecer un liderazgo ni un ejército unido. Esto resultó decisivo.

En ambos lados, no había ninguna diferencia real entre combatientes y civiles. Los aldeanos árabes poseían fusiles y pistolas, y se apresuraban a la escena cuando un convoy judío que pasaba era atacado. La mayoría de los judíos se organizaron en la Haganá, la fuerza de defensa armada clandestina. Las dos organizaciones “terroristas”, el Irgún y el Grupo Stern, también se unieron a la fuerza unificada.

En ambos lados, todo el mundo sabía que se trataba de una lucha existencial.

En el lado judío, la tarea inmediata era eliminar los pueblos árabes a lo largo de las carreteras. Ese fue el comienzo de la Nakba.

Desde el principio, las atrocidades proyectaron una sombra siniestra. Vimos fotos de árabes desfilando en Jerusalén con las cabezas cortadas de nuestros camaradas. Hubo atrocidades cometidas en nuestro lado, que llegó a un clímax en la infame masacre de Deir Yassin. Deir Yassin, un barrio cerca de Jerusalén, fue atacado por una fuerza del Irgun-Stern, muchos de sus habitantes masculinos fueron masacrados, las mujeres se hicieron desfilar en el Jerusalén judía. Incidentes como éstos formaban parte de la atmósfera de la lucha existencial.

En todo momento, se trataba de una batalla étnica total entre dos partes, cada una de las cuales reclamaban todo el país como su patria exclusiva, negando las pretensiones de la otra parte. Mucho antes de que se utilizara ampliamente el término “limpieza étnica”, esta práctica se empeló durante toda esta guerra. Sólo unos pocos árabes permanecieron en el territorio conquistado por los judíos, pero absolutamente ningún judío se mantuvo en las pocas zonas conquistadas por los árabes (el Bloque Etzion, la Ciudad Vieja de Jerusalén.)

Con la cercanía de mayo y la expectativa de que los ejércitos árabes entrarían en conflicto, el lado judío trató de crear una zona de la que se eliminaron todos los habitantes no judíos.

Se debe entender que los refugiados árabes no “saldrían del país”. Cuando su aldea era tiroteada (generalmente por la noche), se llevaban a sus familias y escaparan al pueblo siguiente, que más tarde era atacado, y así sucesivamente. Al final se encontraron con una frontera de armisticio entre ellos y sus hogares.

EL ÉXODO palestino no fue un proceso sencillo. Cambió de un mes a otro, de un lugar a otro y de una situación a otra.

Por ejemplo: la población de Lod fue inducida a huir cuando se les disparó a ellos de forma indiscriminada. Cuando Safed fue conquistada, según el comandante “nosotros no los expulsamos, solamente abrimos un corredor para que huyeran”.

Antes de que Nazaret fuera ocupada, los líderes locales firmaron un documento de entrega y a los pobladores se les garantizó la vida y las propiedades. Al comandante judío, un oficial canadiense llamado Dunkelman, entonces se le ordenó verbalmente expulsarlos. Él se negó y exigió una orden por escrito que nunca llegó. Por esa razón hoy Nazaret es una ciudad árabe.

Cuando Jaffa fue conquistada, la mayoría de los habitantes huyeron por mar a Gaza. Los que se quedaron después de la rendición fueron cargados en camiones y enviados también a Gaza.

Si bien gran parte de la expulsión fue dictada por la necesidad militar, sin duda fue un deseo inconsciente, semiconsciente o consciente para sacar a la población árabe. Estaba “en la sangre” del movimiento sionista. De hecho, mucho antes de que el fundador, Theodor Herzl, pensara en Palestina, cuando escribió el primer borrador de su libro pionero Der Judenstaat (El Estado judío), él propuso fundar su Estado judío en la Patagonia (Argentina), y propuso inducir a todos los habitantes nativos marcharse.

Después de que los ejércitos árabes entraron en la guerra en mayo, los egipcios fueron detenidos a 22 kilómetros de Tel Aviv. Un alto el fuego de un mes fue decretado por la ONU, y usado por el lado israelí para dotarse por primera vez con armamento pesado (artillería, tanques, fuerza aérea) que les vendió Stalin. En los muy fuertes enfrentamientos en julio, el equilibrio se desplazó y el lado israelí logró agarrar, poco a poco, la sartén por el mango.

A partir de entonces, se tomó una decisión política ‒ a diferencia de la militar ‒ de eliminar a la población árabe. Las unidades recibieron la orden de disparar en el acto contra cada árabe que intentara regresar a su aldea.

El momento decisivo llegó al final de la guerra, cuando se decidió no permitir que los refugiados regresaran a sus hogares. No hubo ninguna decisión oficial. La idea ni siquiera surgió. Las masas de refugiados judíos de Europa, los sobrevivientes del Holocausto, inundaron el país y llenaron los lugares dejados por los árabes.

La dirección sionista estaba segura de que dentro de una generación o dos los refugiados quedarían en el olvido. Pero no ocurrió así.

HAY QUE recordar que todo esto sucedió sólo unos pocos años después de la expulsión en masa de los alemanes de Polonia, Checoslovaquia y los estados bálticos, lo que fue aceptado como algo natural.

Como en una tragedia griega, la Nakba estuvo condicionada por el carácter de todos los participantes, victimario y la víctima.

Cualquier solución del “problema" debe empezar con una disculpa inequívoca por Israel, por su papel en la Nakba.

La solución práctica debe incluir al menos un retorno simbólico de un número acordado de refugiados a territorio israelí, un reasentamiento de la mayoría en el Estado de Palestina, cuando exista, y una compensación generosa para los que opten por quedarse donde están o emigrar hacia otros lugares.