Llegó a los Estados Unidos con la misma intención con que llega la mayoría de los inmigrantes; procurando trabajar sacrificado por un tiempo, mejorar la calidad de vida de su familia, para luego regresar a su país y vivir de lo obtenido.  Adherido a su plan, los dos primeros años de estadía apenas retuvo lo necesario para proveerse de sus necesidades básicas.

El resto al igual que su hermano, lo envió a sus padres.  El sacrificio y la integridad dieron sus frutos, y la sencilla casita empezó a sufrir mejoras.  Poco a poco le fueron agregando áreas hasta convertirla en una de las mejores del lugar.  La intención no era provocar envidias, pero aun así, el progreso de la familia logró llamar la atención de la peor forma posible.

La mala noticia le devastó a tal nivel, que inclinó su alma a la idea de transformarse en semejanza a quienes habían llevado desgracia a su familia.  Fueron los mareros, le informaron, con tal lujo de detalles que supo aún sus nombres.  El los conocía bien, sabía quiénes eran.  Habían crecido juntos, pero en un punto a mediados de su adolescencia, aquellos habían tomado el camino de las gangas.

Se desarrollaron como arrebatadores de la libertad de su comunidad.  Sembrando terror y exigiendo pago de tributos.  Carentes de moralidad o respeto, entienden que pueden tomar lo que quieren, cuando quieren y quienes se les resistan pagarán con sus vidas tal atrevimiento.  Así cayó abatido el padre de familia.  Emboscado por los exigentes bandoleros, le demandaron cada vez más, entendiendo que les abundaba, pues recibían dinero desde América.  La resistencia del hastiado hombre terminó en ejecución.

Apoderado de una efervescente sed de venganza, reunió dinero esta vez, para regresar con lo suficiente como para contratar a un conocido sicario.  Sé a lo que haz venido, le replicó el hombre antes de establecer la negociación.  La fama le precedía y el misterio en torno al secreto encuentro sólo podía significar una cosa.

–Pero antes de que des un paso que va a marcar para siempre tu vida, tengo que advertirte- le dijo –piénsalo bien, porque no hay forma de devolverse.  Ellos mataron a mi padre, replicaba él con el brillo que el odio impregna en la mirada.  Un hombre honesto, trabajador, que nunca le hizo daño a nadie.  Todo el mundo lo sabe, aún las autoridades y nadie hace nada.  Tienen la ciudad aterrorizada y han sembrado su propio gobierno.  Roban y matan impunemente.  Alguien tiene que ponerle fin.

Su justificación sonaba casi heroica, pero el tomar la “justicia” en sus propias manos no le hacía menos bandolero.

Yo te puedo hablar por experiencia –le replicó entonces el sicario-  Por eso escucha mi advertencia.  Cuida tus pasos de no meterte en este bajo mundo.  Yo entiendo tus razones, pero tengo que hablarte así, para evitar que hagas una locura.  Hace un tiempo ya que conocí al Señor.  Si, así es, yo famoso por todo lo que he hecho, ahora soy Cristiano.  Antes sólo conocía los oscuros callejones del bajo mundo.  Lo que he visto y hecho sólo un ser tan sublime y superior como Jesucristo puede perdonarlo y encima amarme a pesar de todo.  Y es por eso que quiero evitarte que te metas al lugar de donde vengo.  La muerte de esos tipos no revivirá a tu padre.  Pero tu perdición te impedirá reunirte con él en la vida eterna.  Por eso, te sugiero que presentes tu ira y tu sed de venganza ante Él.  Dios hace justicia de forma perfecta y tú no saldrás embarrado si confías en él.  Ese dinero que traes úsalo para un mejor propósito y no le des a tu madre el dolor de saber que tiene un hijo preso acusado de ser asesino.  No incrementes su dolor y su sufrimiento.

El hombre salió de allí confundido y atribulado.  Jamás, bajo ninguna circunstancia esperó encontrar aquel escenario.  Se esperaba que le pidieran más dinero, que le pusieran condiciones, no sé cualquier cosa, menos que aquel conocido ejecutor, le predicara a Cristo y le rechazara el negocio.  El impacto fue tal, que hizo justamente lo que le aconsejaron.  Esa noche habló con Dios, reclamándole, quejándose, argumentando, pidiendo, exigiendo, llorando y finalmente arrepintiéndose, dejando el destino de los malhechores en sus manos.

Pasados unos meses, en los que había regresado a su trabajo y junto a su hermano, ideado la forma de mantener segura a la madre, recibió una llamada que no se esperaba.  ¿Cómo va tu asunto con Dios? Le preguntó la voz que de inmediato reconoció.  Te llamo para darte testimonio de su Fidelidad y para darte la satisfacción de saber que hiciste lo correcto.  Fulanito y fulano (los gangueros) están muertos.  Se mataron entre ellos mismos.  Algo no salió bien, discutieron, y terminaron disparándose el uno al otro.  Los miembros de la pandilla están tan confundidos hablando de traición que se están acusando y ya hay varios presos.  El imperio de muerte se cayó, mi hermano, y tú por obedecer y humillarte ante Dios, has visto la justicia divina sin embarrarte en el asunto.

Eso tengo que agradecértelo a ti.  Yo nunca pensé que de un encuentro contigo sacaría un encuentro con la persona de Jesús.  Dios sabe a quiénes utiliza para impactar y provocar una transformación.   Te lo agradezco.  –A Él sea la gloria- respondió el hombre al cumplido.  Yo sólo puedo decir que porque es mucho lo que me ha perdonado, es mucho lo que le amo.

No sé el nombre del protagonista, porque el pastor compartió el testimonio sin descubrir quién es.  Sólo sé que es miembro de la congregación a la que asisto.  Definido como alguien que ama intensamente al Señor y que desde entonces camina con integridad, hoy cosecha los frutos de una familia estable, un matrimonio con esposa e hijos encaminados por sendas rectas y la satisfacción de que su madre vive una vida estable y en paz, abrigada por los dulces recuerdos.

Este testimonio resulta clave para los tiempos que estamos viviendo.  La inestabilidad social tiene una raíz de males: corrupción.  Empieza por corrupción del alma, por la corrupción de la familia, de los valores, de la moral, de la justicia, del poder…  Y todas tienen un mismo remedio, una decisión: Arrepentimiento.  La fórmula que Jesús estableció hace más de dos mil años atrás, sigue siendo la única que funciona, por modernos que seamos, por distinto que parezcan los tiempos.

2 Crónicas 7:14 y se humilla mi pueblo sobre el cual es invocado mi nombre, y oran, buscan mi rostro y se vuelven de sus malos caminos, entonces yo oiré desde los cielos, perdonaré su pecado y sanaré su tierra.

Jeremías 51:36  Por tanto, así ha dicho Jehová: He aquí que yo juzgo tu causa y haré tu venganza; y secaré su mar, y haré que quede seca su corriente.

¡Bendiciones!