La sabiduría del sentido común afirma que la vejez es un estado mental, y tiene razón.  No se trata de negar los cambios fisiológicos que acompañan a la llegada de los años, sino por el contrario, verificar su aceptación. El proceso se llama adaptación y tiene dos caras: la de los cambios que ocurren en el cuerpo, pero también la de mantenerse al día con las permutas sociales, tecnológicas y de visión del mundo.

La primera cara de la moneda es importante porque significa no resistirse a las transformaciones que experimenta el cuerpo, y por tanto vivir una vida plena descubriendo tus propias potencialidades. Los estados regresivos en los que rumiamos   los “años perdidos” y nos vemos compelidos a conductas inadaptadas conducen al sufrimiento. Cuando queremos actuar como si tuviéramos veinte en un afán por cubrir el evidente paso de los años, corremos el riesgo de conductas regresivas con su secuela de frustraciones.

La otra elección es el estado melancólico. Sentarse al lado del camino  y ver pasar con indiferencia lo ocurre en el mundo que habitas. La ciencia ha demostrado que tenemos capacidad para aprender durante toda la vida. Pero también, estudios han demostrado la relación salud y actividades sociales. El proceso degenerativo psicológico es devastador cuando nos concentramos en lo que hemos perdido y no en lo que tenemos y hasta en lo que hemos ganado con los años.

Levantarse de la poltrona y visitar los hijos, volver a tus caminatas, ir al cine, tomarte un café, leer un libro, hasta navegar en internet, son todas actividades que nos mantienen alerta y por consiguiente eficaces en el marco de toda la potencialidad que significan los años. Tartler (1961) propone la teoría de la activación: a mayor actividad mayor satisfacción. Jubilarse debe significar más tiempo para hacer nuevas cosas o para dedicarte a ese proyecto que por años acariciaste.

Erick Erickson (1963)  psicoanalista que vivió casi cien años,  afirmaba que la plena madurez se alcanza más allá de los cincuenta; tuvo la visión de que la esperanza de vida mejoraría en este siglo con el avance de la medicina. Erickson plantea que en la última etapa del desarrollo cosechamos los frutos de lo sembrado, avanzamos a la integración y nos alejamos de la desesperanza. Y claro que todos hemos sembrado un árbol bajo el cual sentar a nuestros nietos,  o tenemos una historia vivida qué contar, una meta lograda con esfuerzo… envejecer es siempre un acto heroico por el cual debemos estar orgullosos

Otra manera de vivir los años a plenitud es tener planes a futuros. Peck (1961) le llama a esto “extender su identidad”.  Saber qué voy a ser mañana, sentirme útil, es importante aún para los jóvenes. La sensación de vacío produce miedo y la falsa creencia de inutilidad que acompaña a los estados depresivos, cuando el mundo está lleno de oportunidades para ti. Puedes planificar desde un beso hasta poner en ejercicio tus conocimientos y experiencias. Recuerda siempre la expresión del gran sabio Facundo Cabral: “no estás deprimido, estás distraído”.

En fin,  no se trata de volver a los diecisiete como dice la vieja canción, sino de conocer y ejercer tus potencialidades, eso que nadie sin tu experiencia puede hacer mejor,  saber que eres valioso y estás vivo. Es importante trabajar tu propio búnker afectivo-social, si te respetas te respetarán, si te reconoces útil encontrarás dónde poner en práctica  tus pericias.

Rwoe y Khan (1999) proponen que la vejez puede trascurrir de dos maneras: exitosa y feliz o patológica y triste. Con tu inteligencia emocional  no puedes eludir las arrugas de la piel y las canas, pero puedes elegir ser un joven psicológico y alejarte de la melancolía involutiva.  Vive más, pero sobre todo, trata de vivir mejor.

Yo me levanté hoy y descubrí que soy un hombre con poco más de cincuenta años con muchas metas intelectuales y profesionales que me proyectan hacia veinte o treinta años más.  He vuelto a estudiar, encontré a mi antiguo maestro de artes marciales ¡y estoy  practicando!  ¿Y tú que harás hoy con todo el potencial que tienes?