A más de dos años de dictada, los efectos de la sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional parecen extenderse, de manera indefinida y prolongada, en el tiempo. Indudablemente, las consecuencias de la referida decisión han sobrepasado la esfera nacional. La bandera haitiana, en conjunto con la situación de facto que afecta a personas de indefinida nacionalidad, han sido adoptadas —estratégicamente— por la comunidad internacional como causas propias. El resultado, pues, es evidente: una abierta guerra diplomática y comercial, entre la República Dominicana y Haití.
En ese sentido, y en ánimo de realizar una debida contextualización temporal, resulta imprescindible retrotraernos en el tiempo y recordar que la mencionada sentencia 168-13 dividió, no solo en términos jurídicos, sino también en términos sociales y económicos, al país, provocando el surgimiento, por un lado, de un bando que defendía la tesis de que se trataba de una aberración jurídica violatoria de Derechos Humanos, mientras que, de otra parte, surgió la facción “nacionalista”, que la calificó como un instrumento que finalmente consolidaba nuestra soberanía.
En la actualidad, el Estado y el empresariado dominicano se encuentran seriamente afectados por una veda comercial a 23 productos nacionales de exportación, impuesta por el gobierno haitiano en franca violación a las leyes de comercio internacional y a los principios de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Lo cierto, es que resulta cuesta arriba descartar que la presente veda no haya emergido como un mecanismo de presión de parte de Haití, fruto de la finalización del plazo para que sus inmigrantes irregulares se acogieran al Plan Nacional de Regularización de Extranjeros, y que, por tanto, llegaran las tan anunciadas repatriaciones.
De manera que, se puede inferir que el mensaje del gobierno haitiano es, en síntesis, el siguiente: "Gobierno Dominicano, si siguen insistiendo en aplicar sus políticas migratorias a nuestros `nacionales´, nosotros, por nuestra parte, le impondremos una veda comercial que limite sus exportaciones, que torne en su contra al empresariado dominicano y, en consecuencia, desestabilice por completo la economía de la República Dominicana´´.
Y es que, se ha convertido en prácticamente un hábito, por parte de las autoridades haitianas, imponer vedas comerciales cuando se les antoje y con la primera supuesta `justificación´ que les llegue a la cabeza; a pesar de que, resulta, completamente insostenible para su gobierno importar los mismos productos por vía marítima o aérea, al tener que asumir costos de fletes y aranceles que, indudablemente, tornarían los costos en inasequibles para sus ciudadanos.
Inmediatamente, nos surge la siguiente duda: ¿Cómo puede Haití darse el lujo de “chantajearnos” con una veda de este tipo, dando a entender que nuestras exportaciones dependieran exclusivamente del mercado transfronterizo con sus nacionales, e insinuando que, por su parte, apenas les afecta?. Simplemente, se trata de lo que se denomina, en voz popular, un “tirijala” para determinar qué nación aguanta más en el tiempo, o quien, en su defecto, aceptará ceder a sus intereses.
Viendo Michel Martelly, actual presidente de Haití, que se aproxima el final de su gestión gubernamental, le da “tre´ pito” imponer una veda que condene a su pueblo a una inevitable agudización de las precariedades que, tristemente sufren, y, que abre masivamente las puertas al contrabando binacional de mercancías.
Mientras que, a su vez, su homólogo Danilo Medina, no se ve en la posición de tomar medidas ignorando completamente el destino del empresariado, el favor de la comunidad internacional y la relevancia económica del mercado binacional con Haití.
Así las cosas, por nuestra parte, sí, la veda indudablemente afecta a la República Dominicana. Las exportaciones dominicanas hacia Haití el año pasado sumaron US$1,400 millones, lo cual vuelve a confirmar que es el segundo socio comercial de la República Dominicana y el de mayor ventaja en la balanza de intercambio de mercancías; por lo que, sin lugar a dudas, se debe perseguir la regulación del comercio transfronterizo en cuestión.
Pero, en definitiva, ¿Significa todo esto que si Haití “se va a pique”, nosotros en una especie de efecto dominó, si se quiere, pudiésemos correr la misma suerte?
Mas aún, ¿Se encuentra la República Dominicana en “jaque mate” de poder llevar a cabo su política migratoria ante los mecanismos de presión como la presente veda?
Independientemente de a cual país le afecte más la veda, y al margen de la política migratoria dominicana o de la calificación que deba dársele a la sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional, entendemos que la presente guerra diplomática y comercial entre ambas naciones debe llamar a reflexión tanto al Estado como al empresariado dominicano.
En efecto, el foco en esta ocasión, se circunscribe a reprochar la inaceptable dependencia económica con Haití, que ha puesto en evidencia el surgimiento de la presente veda comercial; la cual, ha dado lugar a que seamos víctimas de mecanismos de presión, en una clara e inequívoca manifestación de coacción que busca limitar el ejercicio de nuestras políticas como país. No será probable alcanzar una justa negociación con las autoridades haitianas, desde la posición de debilidad y dependencia en que nos encontramos.
Hoy, hablamos del tema migratorio como el principal detonante de la presente crisis entre ambas naciones, pero en un futuro, pudiera emerger por cualquier otra temática con la que a Haití se le ocurra chantajearnos; de manera que, hasta que el Estado y el empresariado dominicano no encabecen un arduo esfuerzo en pro de la diversificación de sus exportaciones, la República Dominicana se verá siempre en una encrucijada sin aparente salida ante los mecanismos de presión utilizados a discreción y conveniencia por los gobernantes haitianos, cual si fuere el ejercicio de nuestra soberanía, poco más que un débil e insignificante juguete de papel.
No se trata de olvidarnos del mercado transfronterizo con Haití, sino de procurar, en el tiempo, no depender económicamente de este e inculcar en el pequeño, mediano y gran empresario dominicano, una mentalidad dirigida mucho más a la exportación que a la importación, y así, nuestro país tendrá una libertad diplomática y comercial nunca antes vista.
Entonces, por fin: ¡expandamos los nortes y busquemos nuevos mercados! Dejemos ya de estar mendigando, con mucha diplomacia, la buena voluntad de Haití, porque el respeto, lejos de pedirse, se gana o bien, se exige; y ciertamente, el de su gobierno hacia nuestro país, hace tiempo que ni en pintura se ve.