Los partidos políticos como vehículo de representación y gobernanza han perdido credibilidad ante la opinión pública, lucen deteriorados, agotados, macilentos y anémicos, en un momento en que nuestra democracia demanda que se reinventen, se sacudan y se renueven, para seguir siendo sostenibles.
El mundo cambia, la vida es dialéctica y la política también, por lo que nuestras organizaciones partidistas deben sacurdirse, prepararse de forma adecuada para las nuevas formas de relacionarse que se imponen a nivel social, reaprender y asumir los cambios democráticos, así como procurar y fortalecer su capacidad de mirar hacia delante y anticiparse a los acontecimientos.
Resulta paradójico que en pleno siglo XXI los partidos políticos tengan la ambición de gobernar un país cuando sus casas están mal gobernadas, y como consecuencia de este desorden interno, se ha hecho precisa la intervención de los legisladores en la creación de un marco jurídico de ordenamiento que pone en claro los derechos y deberes y lleva a las organizaciones políticas a ejercitarlos de manera tutelada.
La práctica ha demostrado que una norma de partidos políticos en nuestro país no basta, pues la Ley 33-18, nuevecita y aplicada en este proceso electoral 2020 ha dejado al desnudo la incapacidad del liderazgo político y los propios órganos electorales para cumplir y hacer cumplir la citada legislación.
El inmediatismo en la política dominicana mantiene una tensión constante entre la necesidad a corto plazo de responder al electorado y el desarrollo de objetivos y estrategias a largo plazo. Nuestro sistema de partidos se ha convertido en un conjunto de maquinarias electorales que tienen como objetivo ganar elecciones, entonces las acciones son cortoplacistas y se ejecutan solo durante las campañas.
Hemos sido testigo de cómo los partidos políticos se ven obligados frecuentemente a centrar su atención en crisis internas, en detrimento del desarrollo a medio y largo plazo de sus estrategias y de su organización partidaria.
Vivimos en un mundo que cambia con rapidez, nuestra democracia es joven y nuestra población votante también, por lo que la estructura organizativa y los procesos de los partidos deben centrarse en reflejar los rápidos cambios de nuestro contexto político, con esa visión lozana.
Los partidos deben reaprender el cómo y para qué organizarse, y para ello es necesario que fomenten la cultura del análisis en sus entornos, mediante diálogos internos amplios y sostenidos, que los dotará de la capacidad de descubrir esos cambios y adaptarse a ellos antes que se les pase el tren.
Una mayor participación de mujeres y jóvenes es uno de los retos que han de superar, pasando del discurso políticamente correcto a la creación de condiciones para una real integración de féminas y gente joven a los espacios de poder y toma de decisión internos y en las candidaturas electorales.
Charles Darwin decía algo así como que aquello que no evoluciona se marchita y muere; traspolando esa frase a nuestros anquilosados partidos políticos, concluyo en que deben adaptarse y cambiar el modo de hacer política, enfocarse en escuchar y satisfacer las necesidades de los ciudadanos, si es que quieren permanecer como parte fundamental de nuestro sistema democrático.
En estos tiempos del ciber debate, la confrontación de ideas sigue siendo una estrategia fundamental para la democracia, que presupone la existencia de una pluralidad de voces críticas que debatan sobre el mejor interés para la ciudadanía, con contenido de calidad, no con frases huecas.
En este tenor, los partidos políticos deben de convertirse en piezas claves para la confrontación electoral que tenemos a la vuelta de la esquina, con propuestas que ofrezcan un proyecto de país de bienestar del cual todas y todos querramos ser parte.
El electorado está pendiente de unos y otros, les escucha y es como si fuera un eco, pues la presente campaña está cimentada en frases vacías, algunas que entienden son graciosas, pero los votantes se quedan a la espera de las propuestas, del incentivo a la discusión racional en su modo de comunicar.
Esa propuesta de macramé de frases frívolas, triviales, aéreas, ni siquiera motiva el interés del ciudadano por participar. Ese ciudadano al que le encanta opinar y discutir, que quiere saber cuál es la agenda, cuales son los temas nacionales a debatir, cuales son las ideas a refutar. Pero solo hay vacuidad en las palabras que le llegan.
Los partidos y sus líderes son quienes deben construir las agendas del debate público de las ideas, las cuales inciden en la preferencia electoral, que se expresa mediante el voto, dejando de manifiesto un conjunto de arquetipos, pensamientos y actitudes que pueden arraigarse en la cultura política ciudadana. Si lo que heredaremos es la chabacanería de hoy, nuestro futuro como sociedad política es incierto.
Siempre he sostenido que los partidos políticos son piezas fundamentales para la democracia desde la pluralidad política, por lo que deben de cambiar, dejar atrás el engranaje del conflicto político, pues lo generan, lo contienen y, según sea el caso, lo resuelven.
Las oportunidades de participación electoral están enmarcadas por la decisión de los partidos y en esta medida dependen de la percepción de la ciudadanía sobre el entorno partidista y quienes personifican sus liderazgos y candidaturas.
Si bien estamos en una cultura política donde las actividades de los partidos obedecen a la coyuntura del momento que les toca vivir, no menos cierto es que vivimos en un tiempo donde, tanto la maquinaria institucional como mediática, se ponen en funcionamiento al servicio de la coyuntura electoral.