El mito o alegoría de la caverna es un texto fundamental para la cultura occidental. Sin ánimo de ser simplista, puedo afirmar sin equívoco que este texto de Platón está presente en nuestras cabezas, sin que sepamos en realidad de qué se trata o sin que lo hallamos leído de forma íntegra alguna vez.

Aunque sean varias las versiones que discurren aquí o allí, todas ellas guardan lo esencial de la narrativa del texto: hombres encadenados desde siempre en el interior de una cueva; están obligados a ver sólo sombras proyectadas sobre la pared y escuchar voces que ellos sostienen que pertenecen a lo reflejado por el fuego. Uno de ellos, por su propio esfuerzo se libera y sigue la luz del fuego que proyecta las imágenes, percibiendo que las sombras no son los objetos. Este primer descubrimiento lo lleva a seguir la luz, imagen eterna del conocimiento. Siguiendo la luz sube hasta el exterior de la caverna, donde una vez adaptada la vista, contempla la verdadera realidad.

En Platón la verdadera realidad coincide con el conocimiento del ser que es eterno e inmutable. Aquel hombre que conoce la luz, siente la necesidad de volver al interior de la caverna y anunciar a los que permanecen allí que aquello no es lo verdadero y que el mundo real está fuera, cargado de luz. Al igual que le sucedió a Sócrates en Atenas, los encadenados tildan de loco al iluminado y pretenden callarlo pues no aceptan la existencia de aquello a lo que estaban por siempre acostumbrados: las sombras.

Como el texto es una alegoría, cada elemento que compone la narración mitológica es representación de alguna realidad y el propio Platón nos hace el favor de decirnos qué significa, por lo que remito al lector al texto filosófico. Me interesa en este momento, señalar la pertinencia del mito para la actualidad.

Para señalar la pertinencia del mito en la actualidad, es importante entender la intención del mismo. El texto se sitúa el libro séptimo de la República. La pregunta que mueve la narración es cómo será la educación en la ciudad ideal que Platón está describiendo. Por tanto, el mito si bien es un resumen genial de la filosofía del maestro de Aristóteles, tiene como propósito primero mostrar el camino de la educación del ciudadano; esto es: pasar de las sombras a la luz; del mundo de los sentidos al mundo de la razón, de las apariencias al ser verdadero.

¿Qué nos deja dicho el texto sobre la educación, o si se quiere, sobre una posible filosofía de la educación? Es evidente que el dualismo platónico que está presente en el texto no puede ser recuperado ya que nos situamos en una comprensión unitaria del ser humano en donde los conceptos de cuerpo, alma y espíritu no dejan de ser más que metáforas para designar a través de la distinción y separación lo que constituye una unidad fragmentada en constante perfección de sí mismo.

Lo recuperable del texto está en la ascensión del interior hacia el exterior. La subida desde el fondo de la caverna hasta la superficie luminosa es una ascesis, es un trabajo arduo en el que poco a poco se van alejando los propios ojos de la oscuridad esclavizante hacia la luz liberadora.  Ir de un estado al otro requiere ascender hacia la meta. El ascenso requiere esfuerzo personal, valentía, rigor, voluntad de sacrificio para alcanzar la meta definitiva: el conocimiento verdadero.

En este sentido, la educación no tiene como meta última la felicidad ni ninguna otra quimera que venga del mundo del deseo; sino el saber liberador que transforma los deseos en metas, en proyectos y acciones concretas para alcanzar lo mejor de sí mismo; a saber, la propia realización como persona.

La actualidad del mito de la caverna es irrefutable y de enorme trascendencia para sistemas educativos que parecen no salir de la ineficiencia del sistema, como es el nuestro. Si bien el texto no nos señala qué debemos enseñar, al menos es capaz de ilustrarnos fehacientemente el cómo debemos hacerlo para tener éxito: el rigor. Educar para la ascesis y la consecución de metas más altas; basta de juegos.