La teoría política tiene sus primeros pasos en la antigüedad griega. Cualquier renovación de esta disciplina viene emparejada con la vuelta a las fuentes teóricas de Occidente, puesto que es imposible innovar si no es a partir de un diálogo con la tradición fundamental y fundante. La figura de Platón (427-347 a.C.) es una de estas fuentes enigmáticas a las que hay que volver para repensar la sociedad y la política.
La carencia de una reflexión ética de envergadura en la obra de Platón se debe a su convicción de que las leyes de la ciudad debían modelar el tipo de ciudadano que ella necesitara, por un lado, y que el conocimiento del bien necesariamente llevaría la vida individual y colectiva por el sendero de la justicia; por el otro. De ahí que este maestro de la filosofía griega nos dejara tres obras de capital importancia para Occidente como son La República, Político y Las leyes. La última obra es una revisión pesimista de la primera, en donde el Platón idealista soñó con la ciudad perfecta.
Una de las descripciones más importantes de Platón que podríamos recuperar, no tan solo para la teoría política sino también para cualquier realidad basada en relaciones humanas, es aquella sobre las distintas formas de gobierno, la constitución del estado y la naturaleza y fin de sus leyes. Hagamos brevemente la primera cuestión: sobre las formas de gobierno.
Al margen de si son formas puras o impuras, la descripción realizada obedece al criterio de quién posee el poder, para quién gobierna y las virtudes que adornan a los gobernantes en cada una de ellas.
Si el gobierno lo posee uno solo y gobierna para los demás desde la razón y la justicia le llama monarquía. Su degeneración es la tiranía, pues, quien gobierna lo hace para su propio interés y no el de la mayoría. Si gobierna un grupo menor que sobresale por sus virtudes le denomina aristocracia cuya degeneración es la oligarquía, pues el grupo se destaca a base de dinero y desde la ambición desmedida. Platón habla de que la aristocracia también puede degenerar en timocracia, es decir, una forma de gobierno basada en el honor; en su época el honor militar (es el caso de Esparta). La democracia sería el gobierno del pueblo, pero tiene el problema de que todos gobiernan y legislan; lo que es impensable para el filósofo griego.
En Platón el mejor gobierno se decanta por la monarquía cuando el gobernante es el rey-filósofo, pues a su juicio es el mejor entre los mejores o por la aristocracia cuando el grupo de los mejores es adornado por la virtud y la razón. Uno u otro le eran indiferente en términos de su fin único: el bien común.
El desprecio del filósofo de Atenas por la democracia se sustentaba en que esta llevaría al caos y al individualismo exagerado; permitiendo posteriormente generar un régimen tiránico ya que alguien podría aprovechar el desorden y el culto al individualismo para alzarse con el poder y perpetuarse en él a base del terror y el miedo.
Las teorías y descripciones que realiza Platón en estos diálogos, no son fruto de una mente obtusa e ignorante de la historia de los pueblos de su época, todo lo contrario. Las investigaciones filosóficas indican que estas formas de gobierno describen procesos históricos factibles de ser reconocidos en cualquier ciudad y que, por igual, constituyen posibilidades y amenazas latentes para cualquier régimen político y los grupos humanos que lo conforman.
Hoy día nos manejamos en una democracia representativa ligada a un sistema económico, el capitalismo, que la tiene como forma de gobierno plena y propia a Occidente. La constatación de este hecho no impide que los sistemas de gobierno locales actúen bajo formas y prácticas monárquicas, aristocráticas, tiránicas, oligárquicas, democráticas, etc.
Estas formas de gobierno descritas por Platón en sus diálogos están perpetuadas en las relaciones humanas y en la cultura. Conocerlas y debatirlas nos permite conocernos mejor a nosotros en la medida en que, como muy bien lo expresó Ricoeur, somos el conglomerado de textos y símbolos sedimentados en las culturas y desde los cuales nos interpretamos a nosotros mismos.