Los resultados de las primarias del PRD el 6 de marzo pasado, precipitan una situación nueva en la larga lista de conflictos internos que han caracterizado a esa organización desde su fundación. Si se quiere producir un tipo de intervención exitosa en la presente crisis que permita salir del conflicto interno a ese partido, tras los resultados de sus elecciones de primarias, lo primero que debe producirse es el claro entendimiento del conflicto. 

En primer lugar, se presenta la envergadura del conflicto, pues el mismo amenaza seriamente con la división del partido, situación que no ocurría en la práctica desde la salida misma de Bosch de la organización en 1973, ya que en 1986 la salida de Majluta y la fundación del PRI, en ningún momento puso en peligro al aparato político organizado. 

Hoy, muchos analistas en la prensa y dirigentes políticos de los dos bandos en pugna podrían aducir, no sin cierta razón, que la división no se producirá, pues simplemente los grupos en pugna tienen en ese caso demasiado que perder. Lo que ocurre es que la complejidad e intensidad del conflicto es en esta ocasión de una envergadura tal que puede conducir a la división sin nadie proponérselo seriamente. El error de Varga Maldonado al sacar a Esquea de la CNO y luego expulsarlo de la organización es el tipo de acciones emocionales que a nada conducen, en todo caso ahondan el conflicto y en última instancia fortalece a Hipólito Mejía. 

Esto pone de manifiesto un asunto que hasta ahora no se aprecia con la serenidad que la situación demanda: la ausencia de espacios de mediación legítimos para dirimir las diferencias. La creación de la Comisión Nacional Organizadora (CNO) al comprometerse y llevar a cabo la convención se vislumbraba como esa alternativa que de hecho podría conducir a resolver precisamente la ausencia de un poder legítimo que equilibrara la política de facción, asumiendo como prueba de fuego la propia convención. El curso tomado por los acontecimientos ha disuelto esa posibilidad, y esto por dos caminos. 

Por un lado, tras el ejercicio del proceso de primarias, el que Pacheco convocara una rueda de prensa, antes del primer boletín y de hecho declarara que Miguel Vargas era el triunfador, como la posterior declaración del propio Vargas Maldonado en igual sentido también lo indicara, claramente dificultó el diálogo. 

Por otro lado, la conducta misma del Presidente de la CNO ante la declaración de Vargas Maldonado, aunque entendible como reacción ante lo declarado por  el primero, no fue el camino correcto, ya que más allá del hecho de que se produjera sin haber terminado el número de boletines previstos por el reglamento de la convención y faltando un porcentaje relevante de mesas por contar, de hecho convirtió a la CNO en una expresión del conflicto y no en el terreno para su solución. Ciertamente, pudo criticarse severamente a Vargas Maldonado e indicar que si bien tenía derecho legítimo a exigir una investigación seria de los resultados por entender que se produjeron irregularidades que cuestionaban el proceso el método que empleó no fue el correcto. En esas condiciones se pudo perfectamente continuar con la lectura de los boletines que iban dando claras ventajas a Mejía sin chocar con Vargas en su reclamo. Como era natural en estos casos, el candidato que llevaba clara ventaja sólo tenía que esperar al paso del tiempo y así lo ha hecho Mejía con clara inteligencia. 

En esas condiciones, se presenta una situación que toda política de facción tiende a producir y que en este caso se exacerba: el conflicto tiende a generar una retórica jurídica que pronto es superada para luego producir un vacío de diálogo que más temprano que tarde conduce al encuentro realista entre los líderes. Se plantea entonces los tiempo del diálogo. 

Lo que en este caso temo es que los avances reales alcanzados por el PRD en los últimos tiempos en el plano organizacional e institucional darán paso a un momento de dispersión y retroceso si el diálogo entre los líderes Vargas Maldonado y Mejía no se produce con rapidez y en sus acuerdos no se tiene en cuenta la necesidad de ambos líderes de resolver sus diferencias, no sólo en el plano individual en torno a la competencia por la candidatura a la presidencia, sino también porque de ese diálogo depende en mucho la sobrevivencia misma del proyecto político llamado PRD. 

A diferencia de lo que muchos de sus allegados piensan, para MVM en lo inmediato el diálogo y el acuerdo es condición de su continuidad como figura política importante en la organización en tanto presidente de la misma con liderazgo en su aparato organizacional y en su representación congresional y municipal. Para HM eso mismo es imprescindible por el hecho simple de que para poder organizar un esquema inteligente de lucha electoral contra un contendor poderoso, el PLD, necesita de Vargas Maldonado. Pero en esto hay algo más comprometido, y es la oportunidad del PRD no sólo de regresar al poder en el 2012, sino de recuperar su conexión con el movimiento social. 

Es de esta forma que en el diálogo entre Vargas Maldonado e Hipólito Mejía se imponen dos asuntos claves que obligan a reconocer que en ambos casos se trata de dos liderazgos de masas y que también se trata de liderazgos con fuerte peso partidario. De un lado se revela que la política de masas que de alguna forma le faltó a Vargas Maldonado en su campaña, la pudo ejecutar Mejía con éxito. Por otro lado, pone de manifiesto que esa misma política de masas requiere al fin y al cabo de un momento organizativo, si se quiere convertir en una política de poder, lo que me parece puede estar faltándole a Mejía y Vargas posee. Lo importante y realista en este caso es reconocer entonces que ahí están planteados los elementos fácticos para un diálogo a partir de dos liderazgos de masas en la misma organización, cada uno con sus debilidades y fortalezas. 

Por ambos lados, pienso que no hay alternativas: Mejía no podría compactar a la organización y ganar su próximo combate electoral en el 2012 sin el acuerdo, pues, aun en lo posibilidad de una derrota organizacional de Vargas, el costo sería muy alto y esto se pagaría con la derrota de Mejía en el 2012. Vargas estaría obligado por otro lado a un apoyo efectivo a Mejía, pues su triunfo electoral en el 2012 le aseguraría a Vargas su fuerza en el partido y el fortalecimiento de su liderazgo de cara al 2016. 

Las tensiones creadas por el conflicto son de una intensidad tal que posiblemente sea necesario un tiempo prudente para que en ambos bandos se produzcan las condiciones efectivas de un entendimiento político. Pero lo que no deben olvidar ambos líderes es que a los dos les es necesario dar con urgencia las señales que acompañen el proceso de creación del mínimo de confianza que siente la zapata de los acuerdos y tranquilice a las bases. Esto sólo lo puede iniciar el diálogo directo entre los líderes sin condicionamiento e interferencia de los séquitos políticos. Esto requiere de visión política, que no les falta a ninguno, capacidad de entendimiento que ambos han mostrado y un mínimo de desprendimiento sin el cual la buena política se disuelve en la baja y mezquina política del compromiso de aposento y la manipulación de masas, asunto que ambos rechazarían. 

Este es un momento difícil para el PRD y particularmente para Miguel Vargas Maldonado. Aunque sus cuestionamientos puede que se hayan planteado de manera inadecuada, lo que planteó debe ser reconocido no sólo por la envergadura de los hechos que denuncia, sino también por el claro derecho que le asiste a pedir transparencia.  Como es natural, a Mejía la situación le puede parecer que a la larga tenderá a disolver la fuerza de Vargas en el seno del partido, pero el propio Mejía tiene la experiencia como para saber que esto no es el mejor camino para alcanzar la victoria en el 2012, pues la experiencia del 2004 de seguro le ha mostrado la ruta: no se gana con un partido dividido y es mejor ir a la batalla con generales que sepan organizar las tropas y no con oficiales que a todo lo que indica su jefe asienten. 

Como insinuaba arriba, el diálogo entre ambos líderes, dado el momento en que se encuentra la organización y los problemas del país en su futuro cercano, demandan de un enfoque que trascienda el inmediato interés de los séquitos políticos que rodean a ambos líderes e impone reconocer necesidades generales. Por lo pronto, una semana antes de las primarias ambos líderes firmaron un pacto donde asumen que cualquiera que ganara en caso de ser gobierno debía hacer participar del gobierno a la otra fuerza. Esto no es nada vergonzoso y debe plantearse en las actuales condiciones sin tapujos. Pero ello, sin un acuerdo programático que comprometa a ambas fuerzas en un esquema de gobierno y en un compromiso de país, valdría poco. 

Asimismo, ambos liderazgos tienen hoy la oportunidad de hacer entrar a su organización en una dinámica histórica distinta a la de sus anteriores experiencias como partido gobernante. Se trata de sepultar la tradicional ruptura entre el equipo del partido, convertido en élite de gobierno, con la organización. Lo que se impone en este caso, más que en las otras oportunidades, es una mayor presencia del partido como organización y como expresión congresional, en el ejercicio mismo del gobierno, a través de los esfuerzos parlamentarios, iniciativas de ley y en general, en los esfuerzos de concertación que compacte las fuerzas de la organización, hoy coyunturalmente enfrentadas, en un bloque de capacidades políticas concertadas. 

Después de todo, el PRD se encuentra en un momento no sólo difícil de su accidentada vida política y organizativa; también se encuentra colocado ante una gran oportunidad como gran partido de masas. Mucho depende ahora de la madurez de su liderazgo de aprovechar su presente crisis convirtiéndola en una nueva oportunidad histórica.