Hace tres años, el rector de la Universidad de Oxford, Chris Patten, publicó un artículo traducido por El País, titulado: "El colapso de la mente académica" (6-3-2016), donde mostraba su preocupación por la reducción del debate crítico en las universidades.
Las ideas deben someterse al análisis crítico, a lo que el filósofo Karl Popper denominó la acción cooperadora-hostil de la comunidad científica, que posibilita corregir nuestros errores y reformular nuestras conjeturas sobre el funcionamiento del mundo.
Sin embargo, una cultura de lo políticamente correcto amenaza con restringir el debate mediante la censura de aquellas ideas, obras o teorías consideradas ofensivas para una determinada minoría o grupo social. Bajo este criterio, se pretende censurar una novela, porque en ella el protagonista emplea un vocabulario racista, o excluir a un autor de los planes de estudio, por sus ideas esclavistas o etnocentristas. Se pretende erradicar todo asomo de ofensa, escándalo o controversia.
El esfuerzo por ocultar "lo ofensivo", aísla a los grupos en función de una religión, etnia o género promoviendo círculos cerrados de reforzamiento de ideas donde la conversación se realiza solo con quienes comparten las ideas del círculo.
Y al mismo tiempo, se cercena la creatividad, pues ¿cuantas obras se habrían dejado de producir por el temor de violentar el principio de lo políticamente correcto?
Mientras esto ocurre en la academia anglosajona, otras universidades del planeta se ven amenazadas por gobiernos totalitarios que intervienen en sus dinámicas internas, anulando la libertad de cátedra e imponiendo la dictadura de la ideología única.
Completa el cuadro, la cada vez más arraigada vocación instrumentalista de las universidades, que las lleva de un modo casi exclusivo a priorizar las prácticas de conocimiento aplicado dirigidas al crecimiento económico y tecnológico, marginando los saberes humanísticos, propiciadores del encuentro dialógico entre individuos con perspectivas disímiles.
El referido diálogo se hace cada vez más necesario, con el auge de los nacionalismos chovinistas, los discursos populistas, las ideologías racistas y las distintas manifestaciones del fundamentalismo que amenazan el curso de las sociedades democráticas.