El mismo día -16 Enero 1962- que la Policía Nacional y dirigentes de la Unión Cívica Nacional protagonizaron un rifirrafe sangriento con un balance de cinco muertos y decenas de heridos delante de su local en la arzobispo Nouel frente al parque Independencia, repito, ese día comencé mis estudios en esta cuatrisecular institución académica y que sería la tónica en todos los años de esa revoltosa década que caracterizaría mi vida de estudiante primero en Química y luego en Agronomía.
Es ese entonces la UASD era un recinto abierto desprovisto de su actual enverjado y en los alrededores del mismo, o sea en las calles Santo Tomás de Aquino, Correa y Cidrón, Alma Máter, José Contreras, Padre Pina, Filomeno Rojas, Ortega Frier y Núñez de Cáceres -hoy Amín Abel- entre otras, residían familias social y económicamente acomodadas, nada que ver con la arrabalización y el creciente establecimiento de negocios de toda índole y locales de mala nota observables en la actualidad.
La Ciudad Universitaria hecha e inaugurada por Trujillo a finales de los años 40, al igual que en los 60 tenía en su área menos edificaciones que solares yermos, y muchos de estos últimos eran asiento de interesantes desafíos de pelota. En las zonas colindantes también existían numerosos espacios vacíos recordando que una gran proporción de ellos pertenecían a una poderosa familia de origen italiano apellidada Porcella. No olvidar que la zona urbana de la ciudad finalizaba muy cerca en la avenida Fabré Geffrad.
Detrás del Alma Máter y la Facultad de Finanzas así como toda el área que iba desde está al estadio de béisbol bordeando la calle José Contreras, era lo que se dice monte y culebra, una manigua impenetrable, siendo muchas las veces que como estudiante, considerándome como un Boy Scout o senderista ecológico, incursioné entre sus árboles y arbustos que en cerrada formación allí prosperaban. Descubrí en una ocasión un pozo artesiano y espantadas mangostas, que a la vez que me asombraba se sorprendían.
Todas las clases teórico/prácticas que tomaba en la licenciatura escogida se cursaban en la Facultad de Farmacia edificación aún en pie -con horribles añadidos- ubicado en la Correa y Cidrón frente a la entrada/salida del Metro. Un intenso olor a botica de pueblo reinaba en su interior a la hora actual funcionan otras facultades y departamentos. Rememoro siempre un pequeño parque en su lado oriental cuyo centro estaba ocupado por un pedestal coronado por un microscopio; también por ser alumno de la mejor profesora que tuve en mis años universitarios: Mercedes Sabater de Macarrulla.
En ese tiempo y para el transporte de sus escasos estudiantes y empleados, la UASD sólo disponía de dos autobuses de marca Chevrolet: uno azul y blanco y el otro marrón con la capota de color crema. El rigor académico del trujillato obligando a los estudiantes asistir en saco y corbata había sido descontinuado, pero no era el caso de muchos docentes. Participaba más por diversión que por militancia en las marchas universitarias de protestas fuera de los linderos del recinto atraído por algo inusual en provincias: el escuadrón de caballería de la Policía encargado de moderar los excesos.
Sobrevenido el cambio de matrícula por la apertura a finales de 1962 de la Facultad de Agronomía, para ésta y por más de un año nos sirvió de aula al Auditorio de la Facultad de Ingeniería -luego éste fue un cine-. Después las recibíamos en el edificio de los Laboratorios de Medicina (LM) detrás de la antigua biblioteca para finalmente trasladarnos a la denominada Finca Experimental de Engombe en el oeste de la ciudad de Santo Domingo. Aunque sigue siendo su domicilio pero la presión urbanística está determinando una próxima mudanza.
A pesar de lo convulsionada de la época y muy probablemente a mi edad 19-24 años, me encontraba interesante y entretenida la vida universitaria; las encendidas polémicas estudiantiles en los paraninfos de Ingeniería, Finanzas y Medicina; los viajes de prácticas agrícolas por todo el país -en 1964 nos llevaron a todos a Puerto Rico por una semana- así como el escuchar y accionar en tarima a eximios docentes como: Juan Isidro Jiménez, Caratini, Julio César Castaños, Anglada, Kasse Acta, Alfredo Manzano, Morbán Laucer, García Godoy, Fidel Jeldes, Guarocuya Batista, entre otros.
En aquel entonces el colectivo femenino de estudiantes universitarias era muy exiguo con respecto al masculino y en algunas facultades como Agronomía era mínimo en algunos cursos y en otro totalmente testicular. Siempre hubo muchas matas de mango dentro y fuera de la sede y cuando se avecinaba su fructificación/maduración, además de coincidir con los exámenes finales, el llamado maroteo o sea la tumba y recogida de los maduros era intenso. Con los cajuiles ocurría otro tanto, pero nunca como los mangos.
La celebración de los claustros electorales me encantaban, recordando todavía uno en que los contendientes finales fueron eran José Namís y Hugo Tolentino cuyo conteo final me resultaba fascinante: Namís, Namís, Tolentino, Namís, Tolentino, Tolentino, Namís…… Qué tiempos aquellos. Por su conocida sabiduría, autoridad magisterial y pública reputación había en la Universidad prestigiosos enseñantes que podían recibir el tratamiento de MAESTROS, asombrándome en la actualidad de que consideren como tales a quienes no tienen la edad, los conocimientos y prestigio para ser así calificados.
Fui testigo involuntario de la comisión de excesos y desmanes por parte de estudiantes extremistas como fue el público repudio a connotados profesores del antiguo régimen, el lamentable impedimento para que el laureado poeta chileno Pablo Neruda nos ofreciera el arte de su versificación y el lanzamiento de comida en las oficinas de la rectoría. Debo consignar también el lírico goce que la Rondalla dirigida por el maestro Luis Frías Sandoval, y compuestas quizás por los mismos estudiantes revoltosos, nos procuraba a menudo en el Alma Máter.
Como advertía en el segundo párrafo del artículo “Evocaciones”, solamente un único espacio a los que iba a referirme en la actualidad no estaba en franco proceso de deterioro desde el punto de vista estructural. Pues bien ese sitio es precisamente la planta física de la universidad Autónoma de Santo Domingo que fue remozada y puesta en valor por disposición de uno de sus egresados que con el respaldo de la población alcanzó la presidencia de la República. Resta dotarla de un buen equipo magisterial, administrativo y racionalizar su matriculación.