El primero en entender la importancia que adquiere, en un sistema social de conductas condicionadas y de baja calidad educativa, el manejo de los medios que producen de forma implícita y explícita las herramientas con que se construye la información, es Leonel Fernández. Sobre esa base articuló, desde el poder, un proyecto electoral de matices continuistas que pretendía, y pretende todavía, por las características socioeconómicas de los actores envueltos en los medios de comunicación, hacer prevalecer una idea, que partiendo de los últimos hechos ya no resiste más estiramientos.
La tesis que ha vertido el PLD en el imaginario social, haciendo uso y abuso de la hegemonía del poder, para cooptar con nuestros recursos la opinión pública y proyectar con eficacia en el pueblo la supuesta unidad partidaria, aparentemente inalterable. Esto en la actualidad se contrasta, producto de una lucha visceral entre los dos caudillos de esa maquinaria, con la realidad fáctica que atraviesa esa institución. Y que, a consecuencia de la crisis grupal interna, se escenifica en el espectro público un debate político que en otros tiempos era inimaginable.
Las contradicciones entre el “leonelismo” y el “danilismo” o mejor dicho, la mutación aberrante de una figura ideológica que una vez se denominó el Boschismo, reflejan, para bienes de un pueblo cansado de las malas prácticas en el manejo del erario público, las particularidades de un enfrentamiento entre las dos tendencias y que anuncia, afortunadamente, el descalabro de un sistema comunicacional diseñado con el objetivo de dar vida a una narrativa inverosímil que plantea la unidad inquebrantable de los alumnos de Bosch.
El mito, no cabe la menor duda, jugó un papel estelar en la construcción de un pensamiento colectivo, moldeado a imagen de las apetencias desmedidas de aquellos que asumieron el mando de la nación de manos de Balaguer, y como él, se hicieron dependientes de los recursos estatales, a tal punto, que no conciben una vida normal fuera de las instituciones del Estado. Por ello, a partir del 2004, al inicio del segundo mandato del PLD, se esquematizó el armazón propagandístico para dar vida a la leyenda articulatoria, de que la unidad era ley obligada entre los peledeístas.
Para ello, orquestaron un costosísimo plan de vocería orgánica de carácter circular, que tenía a lo sumo, dos variables elementales: a) la difusión sistemática de la supuesta disciplina y cohesión partidaria de los morados; y, b) la incapacidad para gobernar de sus contrarios, así como la falta de coherencia del conjunto de fuerzas denominadas peñagomistas.
Montados en esa tergiversación de la verdad, destruyeron toda posibilidad de que la gente admitiera como válida cualquier propuesta ideológica o electoral que pudiera interferir de manera brusca en sus pretensiones de estrangular las arcas del Estado en aras de rendir tributo al único líder capaz de mantenerlos compactos… el Presupuesto de la Nación.
De esa forma y con la utilización de unos métodos non santos, pero como diría Serrat: “Sofisticados y a la vez convincentes”, hicieron del mito un relato que mantuvo por casi cuatro lustros embebida a una nación entera, anclada en la magia de los peledeístas para guiarnos y detrás la incompetencia de sus adversarios. Pero ahora, la distancia del sector de Leonel con el Presupuesto, abruptamente, deshace el mito y plantea la realidad que se vive a lo interno del PLD. Esta vez sin la mínima posibilidad de alterar, como lo han hecho hasta hoy, la mentalidad popular, pues nos queda bien claro, que la leyenda que hizo de la unidad un mito, se deshizo desde el día en que Danilo abandonó los escrúpulos e hizo de la desgracia de Leonel su gran estrategia electoral.