En 1942, durante una irracional guerra en Europa, diversos países europeos organizaron en Inglaterra, la Conferencia de Ministros Aliados de Educación (CMAE). El objetivo fundamental de esta convocatoria era la de elaborar propuestas y coordinar esfuerzos para reorganizar la educación, al concluir este acontecimiento de trascendencia mundial.
Al concluir la guerra en 1945, la entonces nombrada Naciones Unidas formalizó una convocatoria para la realización en Inglaterra, de una Conferencia Internacional, cuya finalidad era la de crear una organización educativa-cultural, la cual fue bautizada como la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), aprobada por 17 países que firmaron el acta constitutiva.
Esta organización entro en vigencia un año después, 1946, siendo aceptado y aprobado el ingreso de nuestro país el 6 de noviembre de ese mismo año, a esta institución internacional. Desde entonces, el país ha permanecido en su seno con carácter permanente.
A partir de ese momento, la UNESCO desplegó trascendentes iniciativas, programas, proyectos y actividades en el campo de la educación, la ciencia y la cultura, enfatizando sus preferencias por las culturas populares y la identidad de los pueblos en todos sus países miembros, visión que entró en conflicto con la globalización del capital, en una falsa pretensión de humanización cultural.
La UNESCO se ha convertido en el espacio de legitimización de la autenticidad cultural, de la valorización de las culturas locales, de la creatividad popular, de la diversidad, de protección a los patrimonios históricos-culturales y de la exaltación de la identidad de los países miembros.
De igual manera, la globalización y las nacionalidades entraron en contradicciones conceptuales en el campo de la cultura. Primero de manera soterrada, con diferencias ideológicas, manifiestas a partir del 2001, cuando la UNESCO, proclamó la Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural, que chocó frontalmente con las propuestas del capital internacional lideradas por los Estados Unidos. Esta convención fue reprochada y no aprobada por este último país, así como por Israel y el Canadá.
Las posiciones opuestas se agudizaron cuando, en el año 2003, la UNESCO aprobó la Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial, la cual, después de muchos bloqueos y zancadillas, se pudo implementar a partir del 2006, año en que fue suscrita soberanamente por la República Dominicana.
En el año 2005, triunfa la visión del respeto por las diferencias y las expresiones particulares culturales, por la identidad, por la cultura popular y por el folklore, cuando la UNESCO aprobó la convención sobre la Protección y la Promoción de la Diversidad de Expresiones Culturales.
En este sentido, la UNESCO asumió una actitud de rechazo a toda dominación y colonización cultural por parte de los imperios, de las grandes potencias europeas, revalorizando la importancia y la trascendencia de la Cultura Popular, de las culturas locales; donde paradójicamente son contempladas de manera marginal y disminuida su importancia por nuestras elites tradicionales en casi todos nuestros países.
Esta visión conservadora, rancia, es totalmente contraria al Informe Pérez de Cuéllar, elaborado por la Comisión de Cultura y Desarrollo de la Diversidad Creativa de los Pueblos de la UNESCO, en la que se plantea explícitamente, que no es posible el desarrollo de nuestros pueblos sin la cultura, cosa que coincidió muchos años antes con la afirmación de Pedro Henríquez Ureña, de que: “¡Solo la cultura salva los pueblos¡”
Solo así se comprende por qué la UNESCO proclama como patrimonios orales e intangibles de la humanidad, a una serie de manifestaciones culturales, muchas de las cuales son mundialmente despreciadas, ignoradas y desvalorizadas por las elites tradicionales, alienadas y colonizadas, que desprecian a la cultura popular y al folklore, y solo creen en unas “bellas artes” rancias, acéfalas y trasnochadas.
Nuestra ciudad colonial de Santo Domingo, primera ciudad del Nuevo Mundo. Después de la experiencia de La Isabela, fue el primer asentamiento de América en 1493, llena de primicias únicas, de un valor trascendente a nivel histórico-cultural, orgullo del Caribe y de América. En base a esta realidad, fue declarada por la UNESCO como Patrimonio Arquitectónico de la Humanidad. En esa ocasión, todo el mundo aplaudió la herencia de esa odisea colonizadora, como símbolo en América de la civilización europea.
La UNESCO no es el paraíso inocente de ideas unísonas. No está integrado por ángeles y querubines, por el contrario, en el conviven diversidades ideológicas, en un espacio de tolerancia y de respeto precisamente por tales diferencias. Es por esto, que la UNESCO tiene ironías que chocan con las visiones trasnochadas de las elites tradicionales, hispanófilas, las que santifican la herencia de la Madre Patria, considerando que las otras expresiones étnicas, no son arte ni cultura.
A pesar de todo lo anterior, los cuatros patrimonios culturales dominicanos declarados por la UNESCO, no son de herencia española, son el resultado de un sincretismo creador, criollo, dominicano, con altas cuotas de herencias africanas, células ancestrales fundamentales de nuestra identidad.
Gracias a distintas iniciativas y a través del Ministerio de Cultura, expresión oficial del Estado dominicano, en el año 2003, fue incluido en el listado de los Patrimonios Orales e Intangibles de la Humanidad de la UNESCO, la Cofradía del Espíritu Santo de los Congos de Villa Mella, manifestación marginada, no incluida en los paquetes turísticos y mucho menos promocionada oficialmente como parte de la cultura e identidad dominicana. Para algunos, la UNESCO se había equivocado, porque esta era solo “la expresión de negros ignorantes, que hacían ruido irracionalmente con rústicos tambores y ceremonias mágicas, con rituales primitivos, salvajes, diabólicos, los cuales parecían haitianos”. ¡Y todo por Prejuicio y racismo!
Dos años después, en el 2005, la UNESCO, a solicitud del Ministerio de Cultura, colocó en los listados de los patrimonios orales e intangibles de la humanidad, al teatro popular danzante de los Cocolos de San Pedro de Macorís, herencia de los trabajadores procedentes en el siglo pasado de las islas inglesas, que fueron integrados a la industria azucarera en San Pedro de Macorís y luego en La Romana. Eran negros protestantes, que hablaban inglés, extraños a nuestro territorio y a nuestra cultura, los cuales fueron despectivamente bautizados como “cocolos”.
En el límite irracional de los prejuicios y discriminaciones, algunos intelectuales e investigadores llegaron a afirmar, que “esta escogencia por parte de la UNESCO era un fraude, porque estos cocolos no eran dominicanos y que eso era un patrimonio de los pobladores de las islas inglesas”.
Sin embargo, estos se integraron a nuestra sociedad, jugaron papel importante en el desarrollo de la industria azucarera, enriqueciendo la cultura local-nacional, los cuales con sus aportes, como dice el inmenso poeta Norberto James y el laureado escritor Avelino Stanley, se ganaron el derecho a la nacionalidad dominicana.
El merengue, despreciado por las elites de su tiempo, no por sus letras, sino porque para ellos era un baile pornográfico, vulgar e indecente, que permitía que se abrazaran las parejas de forma atrevida y maliciosa, provocaron el desprecio y la repulsa de los moralistas hipócritas de la época. Aquel ritmo fue satanizado, pero en el año 2017, a solicitud también realizada por el Ministerio de Cultura, la UNESCO lo escogió como patrimonio de la humanidad, expresión popular, convertida en símbolo de la nación dominicana.
Pero una de las mayores ironías, es que la UNESCO, hace unos días, colocó en su listado mundial de patrimonios de la humanidad a la Bachata, un ritmo despreciado originalmente por las elites tradicionales, por considerarla una expresión de los barrios populares, criticada por los intelectuales que “tienen buen gusto”, por tener esta una letra pobre, irreverente, y sin poesía. La Bachata era considerada por parte de esa elite rancia, como un baile de cabaret, de guardias amargaos sin cobrar, recordando las palabras recogidas por el historiador Emilio Rodríguez Demorizi de un campesino que le dijo a un juez: “Oh, la Bachata, eso es señor juez: Romo, baile y cueros.”
Sus creadores, sus protagonistas, no son músicos académicos, que estudiaron en la universidad o en el Conservatorio Nacional de Música, sino que salieron de las esencias populares, de los barrios marginados, del pueblo. Sus contenidos subversivos, eran crónicas populares de su propia marginalidad, de su pobreza y su cotidianidad.
En este proceso de sobrevivencia de la bachata, de búsqueda de aceptación y de legitimación, se contó con los aportes de Luis Días, Sonia Silvestre, Víctor Víctor y Juan Luis Guerra; con el apoyo de promotores artísticos como Radhamés Aracena, Luis Medrano, el maestro Yaqui Núñez del Risco y el sociólogo Cholo Brenes, entre otros.
Durante este proceso de revalorización, se distinguieron los aportes de los investigadores: Carlos Batista Matos, Laura Pausini, Julio Cesar Paulino, Soraya Aracena, Fernando Casado, Carlos Andújar Persinal, José Guerrero, Dagoberto Tejeda Ortiz, Cholo Brenes, Luis Medrano, Félix Vinicio Lora, Luis Días, Franklin Medina, William Napoleón Liriano y José Rafael Sosa, entre otros
La bachata, fue criticada y despreciada en sus inicios, no por el baile, ese mismo que los turistas bailan con más facilidad que el merengue, por el difícil ritmo de la cintura. La bachata más bien fue criticada, por tener una letra irreverente, soez, plebe, indecente, y por “la pobreza, sin poesía”, de su lírica, según los intelectuales alienados y colonizados.
¡Qué ironía la de la UNESCO, los cuatro patrimonio culturales dominicanos reconocidos por esta institución, incluidos en el listado de patrimonios orales e intangibles de la humanidad, son expresiones del sincretismo criollo, que han trascendido al país, el caribe y América, para ser ahora patrimonios del mundo!
¡Qué ironía la de la UNESCO, que las cuatro muestras culturales que representan a nuestro país, su identidad, a nivel del mundo son manifestaciones que fueron marginadas y despreciadas originalmente por su esencia popular, por las elites tradicionales y por las minorías trasnochadas de intelectuales desfasados!
Y mientras tanto, los que amamos a este pueblo, los que nos sentimos orgullosos de ser dominicanos, que no nos avergonzamos de identificarnos con los sectores populares, estamos de fiesta. ¡Que viva la bachata, el merengue los Congos y los Guloyas!
¡Que irónica es la UNESCO! ¡Y todavía vendrán más¡