“No todas las acciones humanas conllevan la adopción de una política común para un grupo, ya que la diferenciación en política es difícil de trazar, en parte porque es un factor de perspectiva y dependerá siempre de referencias diferentes que cada individuo maneja”. Julio Ligorría
El sabotaje a los aparatos electrónicos adquiridos por el órgano regulador de los procesos electorales para la realización del sufragio y el posterior escrutinio de es este el dieciséis de febrero pasado, ha provocado, contrario a lo pretendido por los que impidieron que los dominicanos se expresaran en las urnas, la mayor irritación social que se haya conocido en los últimos veinte años.
Hasta ese momento, existía quizá, una aversión diferida en contra del actual régimen. Pero la colectividad andaba sumida en intereses particulares y difusos que no les permitían comprender la magnitud del daño provocado al Estado, la ostentación salvaje de un poder ejercido sin principios, en manos de políticos inescrupulosos, capaces de lo que sea, con tal de perpetuarse más allá del deseo de los ciudadanos.
Lo que pareció en principio un juego de clases, partiendo del statu socioeconómico al que pertenecen los iniciadores de los reclamos frente a la Junta Central Electoral, poco a poco, se fue tornando en la más importante indignación colectiva en contra de los abusos de un gobierno que juega al olvido, utilizando la información pagada como soporífero de un pueblo cuyo único pecado ha sido confiarle la vida a su propio verdugo.
Llama poderosamente la atención, la forma pacífica, pero sistemática y persistentente que los manifestantes, en su mayoría jóvenes y mujeres, adoptaron, para tomar el ejemplo de Ligorría, un conjunto de acciones comunes como grupo, utilizadas cual vías de escape para expresar el desprecio a los actos indecorosos y las pretensiones execrables de impedir la expresión de la gente por medio del voto popular. Obviando quizá, los referentes ideológicos, como fórmula de interpretación a partir de criterios disímiles de cada individuo y movidas por el interés de rescatar valores perdidos.
Esas consignas y la expresión jocosa del criollo, dieron un matiz inesperado a las protestas. Y, la queja como expresión genuina de la inconformidad por el hurto de un derecho tan básico como el de elegir y ser elegible, se hizo sentir en pancartas artesanales, así como, la estructuración sinfónica de cacerolas golpeadas por utensilios de cocina en sectores de cotidianidad tranquila. Demostrando, el civismo que nos caracteriza en medio de la rabia y la impotencia creada por el funesto a golpe a nuestra democracia.
La ira provocada por la suspensión del torneo electivo en los municipios, es el producto injusto de la desesperanza acumulada por otros hechos en los que ha reinado la impunidad como hermana predilecta de la corrupción. En ese sentido, y consciente de las arbitrariedades a que hemos sido sometidos estos años, Carolina Mejía, afectada por una violación sin parangón en nuestra era republicana expresó “El mundo nos está mirando y depende de nuestra respuesta, como quedará escrito en la historia”.
Las palabras escasean a la hora de abordar la magnitud del golpe infligido al proceso de consolidación de nuestras instituciones democráticas. La historia, será contada partiendo del reto más importante que tenemos. La gente habrá de concluir el ciclo en el que se marchitaron las ideas de aquellos hombres que lucharon por darnos lo que hoy conocemos como libertad. Y asistirá con determinación y entusiasmo a las elecciones el quince de marzo, para sellar con su voto, el compromiso iniciado en las calles; lo constituye sin dudas, para quienes apuestan a la abstención como herramienta electoral, la última y más importante protesta.