Exponiéndome a lo peor y sin estar obligado, soy de los pocos que respingan por los medios a mi alcance cuando las presas del resentimiento, los temerosos de mirar con la misma lupa hacia el otro lado y los carentes de argumentos y buscadores de temas sensacionalistas, se desgalillan, vomitando su rabia contra la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), negándole todo, golpeándola sin piedad como si fuera un sambá.

Pero de momento, las mismas autoridades me quitan la razón. Muchas veces dan la callada por respuesta a las debilidades, y cuando hablan, convencen poco, si no contemporizan y celebran con los detractores.

La actual gestión apenas ha cumplido dos de sus tres años y ya han sido asesinados dos seres humanos y al menos una decena ha resultado herida en el entorno del campus a causa de los enfrentamientos entre policías y manifestantes. Un promedio bochornosamente alto (De dos-dos, para 1,000). Hacía muchos años que veía estas escenas.

El jueves 8 de noviembre de 2012 mataron a tiros al estudiante del quinto semestre de medicina William Florián Ramírez, la esperanza de una familia depauperada de la comunidad rural Mogollón, San Juan de la Maguana, al suroeste de la capital. Este martes 23 de abril de 2013, el coronel de la Policía, Julián Suárez Cordero, falleció al ser impactado en la cara por una bala mientras trataba de evitar desórdenes en la vía pública. Cuatro meses entre un hecho y otro.

De Willy se dice que soñaba graduarse para ayudar a su madre, su padre y su hermano. Del coronel Suárez Cordero, con tres hijos,cuentan que durante sus 33 años en la institución, solo supo hacer el bien. Y yo solo puedo asegurar que eran dos seres humanos, dos dominicanos pobres que jamás debieron morir, si no hubiesen predominado la sinrazón y la indolencia.

Y no descarto que maten a otros, si las autoridades universitarias y nacionales siguen con sus respuestas tímidas y rutinarias, jugando al gato y al ratón… o al olvido, frente a problema tan grave.

Sobre la repugnante muerte del oficial, han dicho lo mismo: los responsables no son estudiantes sino encapuchados ajenos a la academia.

Hace décadas que escucho ese disco. Y me pregunto: ¿Por qué no los apresan y someten a la justicia si saben que nada tienen que ver con la institución? ¿Dónde está la diestra seguridad universitaria? ¿Y dónde están los organismos de inteligencia del Estado?

No es tan difícil resolver ese problema si hubiera voluntad. Ni siquiera habría que eliminar el famoso fuero, como ha reclamado la poderosa  ministra de Educación Superior, Ligia Amada Melo. El rector Mateo Aquino Febrillet y demás autoridades, así como el resto del personal de la UASD, son empleados y empleadas del Gobierno. Los policías y las Fuerzas Armadas, también. ¿Cuál es, entonces, el inconveniente para coordinar acciones y frenar la delincuencia que opera desde el campus?

Para que podamos ganarnos el favor de la población es necesario aceptar que desde el perímetro uasdiano casi siempre les tiran balas a los agentes policiales. Desde que tengo uso de razón ha sido así. Todo el mundo lo sabe. La universidad estatal (cerca de 200 mil alumnos y alumnas) reproduce los vicios de la sociedad, como los reproducen las empresas privadas, aunque muchos opinantes las ensalcen cada minuto atribuyéndole categoría de santuario. Allí no cohabitan marcianos, sino dominicanos y dominicanas. Así que el uso de armas ilegales no sería excepción. En este país hay más armas de fuego que habitantes, y somos nueve millones mal contados. Esos instrumentos de muerte tienen más demanda que el pan. Ese es un problema que las autoridades abonaron con su indiferencia.

Los ejecutivos universitarios actuales y quienes vienen en 2014, están en el deber de cambiar ese panorama que ya asquea a la sociedad. La ciudad universitaria no es un campo de batalla. No debe ser jamás una trinchera para desestabilizar al Gobierno, ni matadero para sacrificar seres humanos que luego pretendidos líderes envisten de mártires. Ni, mucho menos, repetir lo que les criticamos a policías perversos y asesinos.

El momento reclama una cirugía urgente para resolver ese cáncer desde su raíz. El tiempo apremia. Observemos con humildad cómo nos mira la sociedad, que no los sicarios de reputación sin oficio que pululan en muchos medios. Con derecho en tanto contribuyente, ella nos exige revisión, autocrítica. ¡Tomémosle la palabra! ¡No matemos la gallina de los huevos de… plata!

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