Hace mucho tiempo, Emmanuel Kant, el gran fundamentador del deontologismo moral esbozó de la siguiente manera lo que denominó el Imperativo Categórico, como uno de los principios básicos de la ley moral que normaría las relaciones humanas: “Actúa de tal manera que la máxima de tu acción se pueda convertir en ley universal”. Expuesto en términos más sencillos, esto quiere decir: Si conviertes en normal o común una determinada forma de actuar o de tratar a los demás, debes esperar que tarde o temprano te tratarán o actuarán con respecto a ti de la misma manera. Este principio se suele formular también de esta forma: No hagas a otros lo que no te gustaría que te hicieran a ti.
Este principio de la ética deontológica es implacable y retrata perfectamente lo que ha estado sucediendo en la práctica clientelista imperante en la UASD. Veamos. Un gran número de académicos y académicas, incluyendo entre ellos a algunos distinguidos amigos míos, han hecho del clientelismo una norma, una práctica común presente en todo su accionar. Han hecho de la UASD una plaza de mercado donde la repartición de puestos, las negociaciones perversas, las componendas y acuerdos de aposentos son la “ley universal” que norma y permea todo lo que hacen.
Bajo este parámetro hacen alianzas y acuerdos con miras a ocupar determinadas posiciones en la institución. Pero, ¡oh imperativo categórico implacable!, unas candidaturas son desmontadas para colocar en su lugar a otro cliente considerado por diferentes razones más conveniente o confiable. Pero, no se sorprenda amigo o amiga si mañana su candidatura es también desmontada para “montar “a otra, porque está usted dentro de la lógica inexorable del clientelismo: Si tu regla es vender a otros al mejor postor, tarde o temprano esta misma regla te será aplicada y también serás vendido(a) al mejor postor. Es la ley ética que sustenta la práctica moral según el deontologismo.
Pero como decía Kant en su Critica de la Razón Pura, la moral misma está expuesta a toda clase de corrupción, si no se tienen claros su hilo conductor y su regla suprema para juzgarla con exactitud. Así, para que una acción sea moralmente buena, sostiene Kant, no es suficiente con su coincidencia con la ley moral, debe también que hacerse en vista de esta ley. De otro modo no habría más que una conformidad accidental y variable entre la acción y la ley moral, según Kant, porque si un principio que después de todo no es moral, produce con frecuencia actos legítimos, los producirá también ilegítimos.
Si seguimos el hilo de estos razonamientos del gran filósofo, no será difícil entender lo que está pasando en la UASD. Aquí, la moral ha sido efectivamente corrompida, hasta tal punto, que la regla universal del clientelismo que se ha entronizado lo arropa todo, convirtiendo en anormal aquellas acciones y posturas anti clientelares que buscan cambiar el actual estado de cosas. “Aquí todos somos clientelistas”, solía decir con absoluta convicción un candidato que luego llegó a rector por esa vía. Y hay que reconocer, que si bien no es cierto que todos seamos clientelistas, una buena parte de nuestros académicos y académicas si lo es. Él sabía por qué lo decía, él sabía que en el mercado de compra y venta de conciencias y voluntades en que se ha convertido la UASD, muchos tienen el precio de un puesto o de algunas prebendas materiales intrascendentes. Y la pregunta que hay que hacerse es la siguiente: ¿seguirá el clientelismo corrompiendo a la UASD? Es muy posible que así sea, al menos por algún tiempo más, en la medida, fuerzas y personas que se decían sustentar la moral del cambio se pasan tranquilamente y sin sonrojarse a las filas del clientelismo y hacen causa común con aquellos a los que circunstancialmente adversaban.
El ideal del cambio ha calado bastante en muchos sectores de la UASD, pero este ideal tiene todavía muchos enemigos y adversarios. Las voces críticas que se alzan en el seno de la Institución son vistas con frecuencia con ojerizas por el statu quo, que suele retaliar de diversas formas tal atrevimiento. Por esta razón, muchos académicos optan por callar y de esa manera se convierten también en reproductores involuntarios de ese deplorable estado de cosas.
No obstante, considero que esas voces críticas tienen que seguir alzándose y multiplicándose, hasta ganar no solo la conciencia de la mayoría de la comunidad académica, sino también su voluntad y su decisión libre, genuina, por transformar radicalmente la Academia. Es la única forma en que la UASD podrá recuperar su esencia de universidad de calidad y pertinencia social. Si la mayoría de los académicos se dispone, se puede vencer el clientelismo y hacerla avanzar.
Como plantea Alejandro Serrano, la universidad, si desea continuar siendo universidad, lo cual significa universalidad o unidad de la diversidad, necesita recuperar su papel esencial de guía de la sociedad, de promotora y forjadora de cambios, de conciencia crítica que es su primera función y razón ser, que es, a su vez, la primera condición de la libertad (Documentos del CSUCA, No. 3, 1997).