DENTRO DE unas cinco semanas Israel celebrará el 50º Aniversario de la Guerra de los Seis Días. Se dirán millones de palabras, en su mayoría vacuas. Como suele ocurrir.
Pero el evento se merece algo mejor. Es un drama único en la historia humana. Un escritor bíblico podría hacerle justicia. William Shakespeare podría haber echado una mano.
Supongo que la mayoría de los lectores no habían nacido cuando tuvo lugar, y con toda certeza no eran capaces de comprender lo que estaba ocurriendo
Por eso, permítanme recontarles el drama tal como yo lo vi desarrollarse.
COMENZÓ EL Día de la Independencia, en 1967, la celebración oficial de la fundación del Estado de Israel. Era solo el aniversario número 19
El primer ministro, Levy Eshkol, estaba de pie en la tribuna en un pase de revista de las fuerzas armadas. Eshkol estaba tan lejos del ceremonial militar como se pudiera imaginar. Era un civil absoluto, y el líder de un grupo de ancianos del partido que había tamborileado para sacar al autoritario David Ben-Gurion del Partido Laborista gobernante cuatro años antes.
En la cúspide de las ceremonias, alguien entregó a Eshkol un papel. Eshkol lo miró y continuó como si nada hubiera pasado.
Era un mensaje corto: El ejército egipcio está entrando en la península del Sinaí.
LA PRIMERA reacción pública fue la incredulidad. ¿Qué? ¿El ejército egipcio? Todo el mundo sabía que el ejército egipcio estaba ocupado en el lejano Yemen. Allí, se desarrollaba una guerra civil feroz, y los egipcios habían intervenido, con no mucho éxito.
Pero los días siguientes confirmaron lo increíble: Gamal Abd-al-Nasser, el presidente egipcio, estaba efectivamente enviando unidades militares al desierto del Sinaí. Era una provocación clara a Israel.
La península del Sinaí pertenece a Egipto. En 1956, Israel lo había ocupado, en colusión con dos imperios coloniales en decadencia, Francia y Gran Bretaña. Ben-Gurion, el primer ministro, había declarado el "Tercer Imperio de Israel" (siguiendo a David y los asmoneos más de dos mil años antes), pero tuvo que retractarse, tristemente.
El presidente de Estados Unidos, Dwight Eisenhower, y el presidente de la Unión Soviética, Nikolai Bulganin, habían enviado un ultimátum e Israel no tenía más remedio que obedecer. Israel devolvió todo lo que había conquistado, pero recibió dos premios de consuelo: el Sinaí fue desmilitarizado. Las tropas de la ONU ocuparon posiciones clave. Además, los egipcios tuvieron que abrir el Estrecho de Tirana, la salida del Golfo de Aqaba, del cual dependían las (pequeñas) exportaciones de Israel hacia el Este.
¿Qué indujo a Nasser, un gran orador pero sobrio estadista, a iniciar otra aventura?
TODO COMENZÓ en Siria, un rival de Egipto por el liderazgo del mundo árabe. Los guerrilleros de Yasser Arafat atacaban a Israel desde la frontera siria y el Jefe de Estado Mayor israelí había declarado que el ejército israelí marcharía sobre Damasco si estas molestias no cesaban.
Nasser vio la oportunidad de reafirmar su liderazgo en el mundo árabe. Advirtió a Israel que dejara a Siria en paz, y para subrayar su mensaje envió a su ejército al Sinaí. Además, dijo a las tropas de la ONU en el Sinaí que evacuaran varias de sus posiciones.
Esto enfureció al Secretario General de la ONU, el birmano U Thant, quien tampoco era un líder muy sabio. Respondió que si Nasser insistía, todas las tropas de la ONU saldrían. Y puesto que Nasser no podía retroceder sin perder prestigio, todas las tropas de la ONU se retiraron.
Un estado de ánimo de pánico barrió a Israel. Fueron llamadas todas las reservas del ejército. Los hombres desaparecieron de las calles, la virilidad de Israel se concentró en la frontera egipcia, sin hacer nada, y más impacientes con cada día que pasaba.
Como si fuera un designio, el temor en Israel empeoró día tras día. El civil Eshkol no inspiraba confianza como líder militar. Y para empeorar las cosas, sucedió algo curioso. Para calmar el pánico, Eshkol decidió dirigirse a la nación. Hizo un discurso en la radio (sin televisión todavía) que había escrito por adelantado. Antes de leerlo, se lo dio a su principal asesor, quien hizo algunas pequeñas correcciones, pero en determinado lugar del texto este hombre olvidó eliminar la palabra corregida.
Cuando Eshkol llegó al este punto, vaciló. ¿Qué versión era la correcta? Era como si el primer ministro (que también era el ministro de Defensa) tartamudeara cuando el destino de la nación se colgaba en equilibrio.
¿LO ESTABA? Mientras el pánico crecía a mi alrededor, yo caminaba como un novio en un funeral. Incluso mi esposa pensó que me había vuelto en un poquito loco.
Pero tenía buenas razones. Algunos meses antes del inicio de la crisis, me habían invitado a dar una charla en un kibutz. Como de costumbre, después de haber terminado me invitaron a tomar café con algunos de los miembros veteranos. Allí, uno de ellos me dijo con confianza que una semana antes el comandante del ejército del frente norte también había dado una charla y había sido invitado al café, y le confió a los veteranos lo siguiente: "Cada noche, antes de acostarme, ruego a Dios que Nasser envíe a su ejército al Sinaí, y allí los aniquilaremos”.
En esos días yo era el editor de una revista de circulación masiva, así como un miembro del parlamento, el Knesset y el presidente del partido que me había enviado allí. Escribí un artículo llamado "Nasser ha caído en una trampa", que no hizo más que reforzar la impresión de que estaba fuera de mis cabales.
Pero pronto Nasser se dio cuenta de que realmente había caído en una trampa. Él trató frenéticamente de salir… pero por el camino equivocado. Emitió amenazas que helaban la sangre, anunció el cierre del estrecho de Tirana (pero también envió tranquilamente a Washington un colega de confianza, instando al Presidente a que refrenara a Israel. Como todos los líderes árabes de la época, él creía sinceramente que Israel no era más que un títere de Estados Unidos.)
En realidad, los estrechos nunca fueron realmente cerrados. Pero el anuncio hizo inevitable la guerra. Bajo una inmensa presión pública, Eshkol tuvo que renunciar al Ministerio de Defensa y entregarlo a Moshe Dayan. Varios de los generales más respetados exigieron una reunión con Eshkol y amenazaron con dimitir si al Ejército no se le daba la orden inmediatamente de atacar. Y se dio la orden.
EL SEGUNDO día de la guerra fui llamado al Knesset. Estaba enfermo, con influenza, pero me levanté y dirigí a Jerusalén. Mi brillante coche blanco brillaba como un meteoro entre la masa de tanques que también se apresuraban hacia Jerusalén, pero los soldados me dejaron pasar, inundándome con comentarios jocosos.
El Knesset estaba bajo el fuego de la artillería jordana. Apresuradamente votamos sobre el presupuesto de guerra (voté a favor y no me arrepiento, como me arrepentí de otros dos votos, pero ese es otro tema). Luego nos apresuraron a acudir al refugio.
Allí, un amigo de alto rango me susurró al oído: "Todo ha terminado, hemos destruido la Fuerza Aérea Egipcia en tierra". Y así lo habíamos hecho. El verdadero fundador de la Fuerza Aérea israelí, Ezer Weitzman, había estado planeando este día durante años y había creado una fuerza específicamente diseñada para este único trabajo.
Lo que sigue es historia. En seis días increíbles, el ejército israelí destruyó fácilmente tres ejércitos árabes y elementos de algunos más, que quedaron sin cubertura aérea. El país estaba en un delirio de alegría. Abundaron las canciones de victoria y las fiestas por la victoria. La razón se fue al diablo.
EN EL quinto día de la guerra publiqué una "carta abierta" al primer ministro, pidiéndole que ordenara un plebiscito inmediato entre los palestinos en los territorios que acabábamos de conquistar, permitiéndoles elegir entre el retorno al Reino de Jordania, o Egipto en el caso de Gaza, anexado por Israel, o un estado nacional propio.
Unos días después del final de la guerra Eshkol me invitó a una reunión privada y después de escuchar mis ideas sobre un Estado palestino al lado de Israel, me preguntó con buen humor: "Uri, ¿qué clase de comerciante eres? Uno quiere hacer un trato, uno comienza pidiendo el máximo y ofreciendo el mínimo, y poco a poco se acerca a un compromiso. ¿Quieres que les ofrezcamos todo por adelantado?".
Y así, no se les ofreció nada a los palestinos. Cincuenta años después estamos atascados con la ocupación. Israel ha cambiado completamente, la despreciada derecha ha asumido un poder casi absoluto, los colonos vagan por la Ribera Occidental, y Gaza se ha convertido en un gueto aislado. Israel se ha convertido en un estado de apartheid colonial.
Si yo fuera religioso, lo describiría de esta manera: hace muchos años Dios envió a Israel, su pueblo escogido al exilio, de la Tierra Santa, como castigo por sus pecados. Hace 130 años una parte del pueblo de Israel decidió regresar a la Tierra Santa sin el permiso de Dios. Ahora Dios ha castigado de nuevo al pueblo de Israel dándoles una victoria milagrosa, y convirtiendo esa misma victoria en una maldición que está llevando al desastre.
Para este propósito, Dios tomó prestada una idea de sus colegas griegos. Ha convertido los territorios ocupados en la túnica de Nessus.
Nessus, el centauro, fue asesinado por el héroe Hércules. Antes de morir, Nessus cubrió su túnica con su sangre contaminada, que era un veneno mortal. Cuando Hércules se lo puso, se le pegó a la piel y no pudo volver a quitárselo. Cuando lo intentó, lo mató.