En diciembre del 2018, en ocasión de la puesta en circulación de un libro del abogado y político Franklin Almeyda que recopila sus artículos publicados en El Caribe, el entonces presidente del PLD, Leonel Fernández, comparó lo que, según dijo, le había tocado vivir desde que dejó la Presidencia de la República en agosto del 2012 con lo que en la historia bíblica se conoce como “la travesía del desierto”.
Para quien ha sido tres veces presidente de la nación, su caso se asemeja a lo que padecieron Moisés y el pueblo hebreo al abandonar el reino de los faraones en Egipto en la búsqueda de la tierra prometida al pueblo elegido por Dios. De acuerdo con la reseña de los medios, Fernández dijo: “…, lo que ha ocurrido con nosotros no es nada nuevo en la historia, pero uno no lo entiende bien hasta vivirlo; uno lo puede leer, lo puede estudiar, pero eso se entiende mejor cuando uno lo vive”.
¿Qué ha sufrido o se le ha hecho al expresidente que pueda tener semejanza con la travesía de años que Moisés y su pueblo tuvieron que sufrir hasta alcanzar lo prometido?, escribí entonces. ¿Dónde está el paralelismo? ¿En el viacrucis de tan larga caminata en los albores de la tradición bíblica o en los personajes? El tema tiene una enorme importancia política, porque el mesianismo es incompatible con la esencia de una democracia y la tendencia moderna es a rechazar la idea de que el hombre puede cambiar el curso de la humanidad. Es obvio que el señor Fernández comparte la tesis de Plejanov sobre el papel del individuo en la historia. Pero la magnificación de su liderazgo individual riñe con el más elemental sentido de la democracia y termina en la tiranía como ha sucedido en Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Las palabras de quien aspira a otros dos mandatos presidenciales, con los que serían cinco, reflejan un volcán de resentimientos. Su regreso al poder solo traería las lavas de una vendetta política.