Los dominicanos han sido políticamente educados para ver como malo todo lo que hace un gobierno y bueno cuanto propone la oposición o absolutamente a la inversa. Esa es una trampa y salir de ella nos puede ayudar a curar las heridas sembradas en la conciencia nacional por años de rivalidades partidarias, cada vez más difíciles de sanear.
Por décadas he escuchado y leído sobre el concepto de las prioridades del liderazgo político. Todos han señalado la educación, la salud y más recientemente la seguridad ciudadana y la preservación del medio ambiente, entre otras, como las principales, sobre las que es necesario actuar y hacerlo rápido.
La pandemia nos ha obligado a priorizar las prioridades. Pero a juzgar por la experiencia de nuestra larga transición democrática, la sociedad y los gobiernos han sido víctimas de esa concepción errada que nos oscurece el porvenir.
Muchos países han salido a flote en medio de grandes adversidades, a veces superiores a la suma de todas nuestras desgracias como nación, porque han sabido eludir a tiempo esa trampa. Y como yo la evito no me resulta difícil admitir lo bueno de un gobierno y lo malo de la oposición y lo mismo cuando el primero yerra y el segundo acierta. Por eso, si queremos avanzar debemos dejar a un lado esa estupidez de que todo cuanto hace un gobierno es malo y aceptar como válido toda propuesta de oposición, o al revés, por irrealista que parezca. El ego político a fin de cuentas alienta el desacuerdo, por creerse erróneamente que todo el mérito le corresponde al presidente que alcance una meta, cuando corresponde a todos si se logra por medio de acciones conjuntas. Los compromisos políticos necesariamente no conllevan una renuncia a los principios.