En la conceptualización de la interacción común en nuestro medio, que usted  “caiga en una trampa” significa  que su patrón, al dudar de su lealtad a la empresa para la cual trabaja, mediante un ardid meticulosamente armado pero de apariencia nada sospechosa, le pide su parecer por medio de un tercero sobre unos rumores que aseguran que la empresa va hacia la quiebra por la mala calidad de los artículos que produce y el estilo titubeante de dirección de su actual propietario. Como el dominicano común es lo más parecido al pájaro carpintero, que taladra el duro tronco de una mata de palma sin pensar en que el pico y la lengua pueden rompérseles, pues probablemente diga: “No es que esa empresa va a la quiebra…. es que ya quebró, pues perdió sus mejores clientes porque los artículos cambian de sabor y olor antes de un mes. Los bancos tienen al dueño cogío por el pichirrí.  El administrador no es más que un patán.”  A usted “se le fue la lengua” sin intuir que  aquello fue una encerrona, pues mordió el anzuelo que le puso su patrón.

Sin embargo, caer en una “trampa psicológica” es algo distinto. Lo habitual es que sea usted mismo o yo mismo el que cae, por propia cuenta, en una trampa psicológica. Es decir, que usted o yo caemos en ella si queremos ya que nadie nos empuja hacia ella aunque en ocasiones es posible que exista una circunstancia o estimulo desde afuera que nos precipite hacia la trampa.

Se cae en una trampa psicológica cuando ejecutamos una conducta o tomamos una decisión sobre un asunto determinado cuyo resultado podría causarnos sinsabores como la pérdida de prestigio o de  liderazgo en el grupo, o bien, la pérdida de posición académica, política o del nivel socioeconómico, y debido a ello tendemos a recurrir a acciones que antes aborrecimos para quitamos culpas al creer que el fracaso fue de los otros no mío. Es una trampa psicológica porque una falsa percepción nos lleva a creer que el resultado desastroso de la decisión tomada o conducta que ejecutamos, nadie  lo relacionará conmigo sino con el otro.

La trampa psicológica más vieja de la raza humana es aquella conocida como la “hernia estrangulada”. El ejemplo con que se  ilustra esa trampa es el de un Jefe  de Estado o un líder político o un tutumpote,  amoroso para repartir prebendas y “oportunidades” entre sus seguidores, que al disponer de poderes diversificados y muchas veces hasta ilimitados,  actúa  en determinados contextos contra sus contradictores  internos y externos sin tomar en cuenta que su “hernia” no es un tejido aterciopelado y que por ello en cualquier momento puede estrangularse, es decir, faltarle la irrigación sanguínea de la cual depende su continuidad, lo que provoca un dolor intensísimo además de una terrible exasperación por la angustia que suscitan los demás síntomas que genera la hernia que se estrangula.

Dado que nadie se atreve a decirle al jefe ‘distribuidor’ de cargos, que va caminando por un trillo pedregoso por lo que su “hernia estrangulada” se puede gangrenar, aquel tiende a juzgar y a convencer a todos que son sus contradictores los que llevan una “hernia estrangulada”. Y al convencerse de que otros y no él sufren el problema, decide continuar propagando que “el otro’ sufre la “hernia estrangulada” aunque es él quien la sufre. Es lo que ha pasado con el señor presidente de la República, Danilo Medina, mi antiguo compañero de partido por el que tantos peledeistas sinceros con él, con el partido y honestos hasta la médula, botamos el forro hasta llevarlo al poder por ocho años consecutivos. 

Danilo cayó en una trampa psicológica cuando percibió que bastaban sus habilidades y liderazgo para que cualquiera que él aupara como candidato del PLD en el 2020 distinto de Leonel Fernández, para que dicho partido continuara en el poder. Pero hoy, dado que las tendencias y probabilidades en estadística [véase la última encuesta Gallup] casi siempre validan los resultados esperados, en agosto el PLD se va del poder. ¡Y todo porque el señor presidente no previó que era una clara trampa psicológica pensar que cualquiera de los precandidatos presidenciales que él estimuló podía garantizar la continuidad del partido en el poder siempre y cuando él lo escogiera!

Parece que nuestro presidente olvidó la lección de la fábula de El hombre y su caballo. Un hombre manso y hacendoso, decidido a alejar a los intrusos de los linderos de su heredad, disfrazó de tigre a  su fiel caballo. Con ese ardid esperaba que salteadores de caminos jamás pasaran por allí. Entonces los intrusos, al darse cuenta de la estratagema del dueño del fundo, compraron un gran tigre que le vendieron con un gran descuento con el cual fueron para robar en aquella hacienda. Cuando aquel jamelgo disfrazado de tigre alcanzó a ver a un tigre de verdad, pues como era natural al considerarse una presa echó a correr, pero vano fue su esfuerzo ya que el tigre verdadero saltó sobre el despistado caballo y lo devoró.