Carlos Jaspers, un eminente  psiquiatra y filósofo alemán fallecido en 1969, es el autor de un libro titulado Psicología de las concepciones del mundo (1971), que los profesores Antonio Zaglul y Héctor Pereyra Ariza  de la UASD,  recomendaban como lectura obligatoria a  sus alumnos de la Facultad de Medicina de las décadas del 60 y 70 del siglo pasado. En esa obra, Jaspers dice que ‘lo real’ es lo objetivo, lo que existe en sí en el tiempo y el espacio, la diferencia entre “algo” y “nada”, entre lleno y vacío; lo que vivenciamos y lo que se distancia de lo meramente aparente.

Intento atraer la atención del lector hacia esa definición y descripción de lo real dada por el psiquiatra filósofo, porque en nuestro país no pocos de los ciudadanos que publican sus opiniones en los medios de comunicación social sistematizados y estructurados, y aquellos (cientos de miles), que por sus limitaciones en el conocimiento de los fundamentos y arquitectura  de la lengua escrita, de las reglas que guían el discurso de salida y de entrada lingüística,  la codificación semántica y no semántica de los conceptos a emplear, la decodificación de las propias ideas, así como la logicidad de las propias razones o argumentos a plantear, no pueden más que albergarse en el desaguadero de las populares redes sociales, llegan al extremo de creer que en la sociedad dominicana no hay motivos para que el placer inmediato, y el dinero en abundancia que lo facilita, esté sobrevalorado. Sin embargo, esa sobrevaloración es el comportamiento actual de toda la sociedad occidental. El hecho de que usted o yo no reconozcamos la existencia del fenómeno no le resta realidad, no le quita espacio ni corporeidad al mismo.

Hoy, como también ha sucedido en otras épocas, cuando las fronteras entre la ética, lo moralmente justo, la hipocresía, lo honorable, lo inapropiado, lo deshonroso  y la “verdad” o postverdad aparecen solapadas como si fueran cosas de naturaleza continúa o envolvente, no es nada raro que la experiencia emocional de millones  quede sujeta a los objetivos y también a las motivaciones subjetivas de las personas. Y cuando eso ocurre con frecuencia se aplaude principalmente y por largo rato no al señor honorable y justo, sino al hombre que no reconoció frontera entre la actividad y actitud honrada, lo injusto, la falsedad, la codicia, el rencor y la hipocresía.

Sería excepcional que alguien agostara la fama o la vanidad de ese hombre. Su oído se acostumbra a la voz de la parresía y su “estilo” aunque fatuo, es imitado por las multitudes porque esas multitudes son seducidas por la intensidad no de una realidad objetiva o por la diferencia manifiesta ente “algo y la “nada”, sino por una realidad aparente,  por un espacio que aparenta “lleno” pero que verdaderamente  está  “vacío”.

El riesgo que asumen las ruidosas multitudes al tomar lo aparente por lo real es el resultado del eretismo que desencadena toda emoción hedónica porque la gente común no cree que el placer, cualquiera que  sea su grado, es privilegio de algunos sino equitativamente de todos; creen, ingenuamente, que  es un derecho cuando en verdad solo tienen la prohibición de disfrutar de lo mismo que disfrutan los lobos.

Es por eso que no resulta curioso escuchar cómo la gente simple y hasta algún que otro personaje de las élites, prefiere que el armazón de la justicia institucional aplique una justicia aparente en vez de la real, estimulados por el hecho de que esta última no depende ni espera aplausos en tanto que la aparente se nutre de la excitación, de lo febril y la descarga acusadora y de la ejecución mediática de la escasa o mucha moral que tenga el sujeto de la repulsa.

Al parecer no se cae en cuenta que todo sistema sancionador aplaudido por la apariencia de lo real cae en una trampa y mientras más el sistema se acomoda con lo aparente, más corto y liso es el camino que conduce a dicha trampa, pues en tanto se embelesa sancionando al reo señalado por la multitud, muchos de los lobos que vociferan junto a la misma huyen para esconderse.

Por eso, lo sensato es que la ruidosa multitud no pretenda convertirse en salvadora ni redentora de la justicia institucional sino que deje que ésta haga ostentación de que es real y rehúye toda apariencia, pues si fuera aparente adoptaría un rostro caricaturesco.

Y cuando la justicia institucional deja que la muta humana, la ruidosa multitud juzgue en su lugar, equivale a lo que refiere Elías Canetti en el Tomo 1 de los 5 de que consta su obra más difundida Masa y poder (2009). Cuenta Canetti que  a principios del siglo 19, en varios pueblos de África el sistema de justicia se paralizó ante la inconformidad de muchos con la aplicación de la pena de muerte contra la mayoría de los reos,  y como un modo de limpiar la posible mancha de su conciencia, toleró que la multitud cambiara las cosas. La multitud dijo que era demasiado cruel colgar un hombre para que muriera en dos minutos o menos; por ello siguió condenando a muerte pero en vez de ahorcar al reo, lo enterraba desnudo hasta las verijas y con ambas manos amarradas sobre su espalda sobre un nido de hormigas guerreras hambrientas. Aquellas bravas hormigas devoraban primero los párpados y lo ojos,  le entraban al condenado por la uretra y las fosas nasales y se lo comían de adentro hacia afuera en 8 horas. Según la multitud ese tipo de muerte era más agobiante que la horca, pero al pueblo lo deleitaba por más tiempo.

Los líderes de la sociedad dominicana han de reflexionar sobre la tendencia cada vez más generalizada e impulsada por las llamadas redes sociales de proponer que sea el dicho ruidoso el que prevalezca como opinión legitima en secuencia, pues de ser así caeríamos en la trampa de una ilusión cognitiva pero que yo llamo la trampa de “la pinza del cangrejo”: esta consiste en tomar cualquier hecho casual o esporádico cometido por una persona o un grupo reducido de estas, como si fuera un hecho general y común de todo un conglomerado con un patrón estructurado, y se hace con el único fin de mantener activa la seña social, la tirria social. Es una trampa tipo ilusión cognitiva porque se parte de una inferencia errónea al pensar que si de un conglomerado hay tres individuos moralmente insanos, eso indica que todo el conglomerado es moralmente insano. Eso es realidad aparente sin más.