[Ediciones del Viento, una editorial española fuera de serie, puso en circulación en 1910 un libro alucinante, “La tragedia del Congo”, del cual reproducimos aquí la “Nota del editor”, una nota bastante prolija en detalles que da a los lectores una idea del contenido del libro y una aproximación a los horrores de la colonización belga en ese extenso territorio de casi tres millones de kilómetros cuadrados, ochenta veces el tamaño de Bélgica, que tiene una superficie de 30, 528 km². Pero no hablemos mal de los belgas, que son tan gentiles y afables y civilizados. La culpa es de Leopoldo.
En la Conferencia de Berlín, celebrada entre el 15 de noviembre de 1884 y 26 de febrero de 1885 las grandes potencias europeas se reunieron para decidir el destino de África en términos de expansión colonial, después de lo cual la partieron en pedazos, trazaron fronteras como con regla y compás, la dividieron, la rebanaron como un pastel y al rey Leopoldo II de Bélgica, no a Bélgica, le otorgaron la posesión personal del Estado Independiente del Congo, que administró como una finca de su propiedad durante más de veinte años, hasta su muerte en 1909. Sólo entonces la finca de Leopoldo pasó a Bélgica.
Durante el mandato de Leopoldo en su finca la población del Congo se redujo a la mitad (hubo unos diez millones de muertos) y Leopoldo acumuló una fortuna personal muy envidiable. Con el dinero ganado, escribió Mark Twain, hubiera podido forrar el Sahara de dinero belga. Con las calaveras de los muertos, insiste Mark Twain, se hubieran podido construir dos pirámides de Keops.
Joseph Conrad, escritor monumental y contrabandista de armas, escribió la pieza clave sobre el horror en la finca de Leopoldo: “El corazón de las tinieblas”.
Pero no fue el único. Ediciones del viento recoge cuatro textos relativamente poco divulgados y traducidos de G. W. Williams, Roger Casement, Arthur Conan Doyley y Mark Twain sobre los infinitos crímenes y atrocidades de las hordas de su graciosa majestad Leopoldo II de Bélgica en su finca del Congo.
Esos grandes escritores, que fueron sobre todo grandes protagonistas de su época, dieron testimonio de la tragedia en ·el paraíso del diablo” de Leopoldo II y lo inscribieron en la historia universal de la infamia.
Por desgracia, la situación del Congo y de África en general, no ha hecho más que empeorar debido las secuelas del colonialismo y al recrudecimiento de la brutalidad en el saqueo de las riquezas naturales. La guerra del coltan, el mineral que se usa en la fabricación de nuestros teléfonos celulares, ha cobrado hasta ahora ocho millones de muertos y las muertes por enfermedades curables son aún más alarmantes.
La finca ya no está en manos de Leopoldo, sino en las de las multinacionales. PCS]
Nota del editor
Cuando en Ediciones del Viento iniciamos el proyecto de rescatar las
obras de los viajeros clásicos por el continente africano —que comenzamos
con los viajes de Mungo Park, uno de nuestros libros más queridos—,
pronto nos encontramos con la controvertida figura de Stanley.
Desde su famoso encuentro con Livingstone a su experiencia como
explorador al servicio del rey Leopoldo II de Bélgica, había una transformación
sustancial. Lo que nos llevó a la terrible realidad de los crímenes
cometidos en el Estado Libre del Congo, el territorio africano en
el que el rey Leopoldo sembró el terror.
Aquellos trágicos años dieron lugar a mucha literatura —quizá la
obra más conocida en la actualidad sea “El corazón de las tinieblas”, de
Joseph Conrad, que luego Coppola llevaría al cine, situando la acción
en Vietnam—, pero se echaba de menos la publicación de los escritos
oficiales que se manejaron en aquel momento, además de las denuncias
realizadas por los personajes más conocidos y carismáticos de la época.
El lector español no tenía acceso a las fuentes originales para conocer de
primera mano lo ocurrido en el Congo; por eso decidimos reunir los
cuatro documentos más importantes de aquellos años —que nunca
antes se habían traducido al español y que a nosotros nos parecen
imprescindibles— bajo el título de “La tragedia del Congo”.
El primero es la carta abierta que George Washington Williams le
escribió a Leopoldo de Bélgica en 1890. Resume en pocas palabras
pero con asombrosa fuerza todos los males que acosaron al Congo, y
tiene el mérito de ser uno de los primeros documentos en denunciar
públicamente las fechorías de Leopoldo y además el de haber sido
escrito por un negro.
Williams era un afroamericano con mucha preparación y experiencia:
había participado en la Guerra de Secesión, y luego estudió en la
Universidad, ejerció como clérigo, escribió varios libros de historia
y se dedicó a dar conferencias, entre otras muchas cosas. Llegó al
Congo con el plan de llevar negros norteamericanos a trabajar a África;
así recuperarían sus raíces y, a la vez, ayudarían al desarrollo de sus
hermanos más primitivos.
Cuando comprendió lo que allí estaba ocurriendo, no pudo contenerse
y publicó su carta en forma de panfleto. Aquello puso punto
final a todos sus planes: se le cerraron las puertas y se le dio la espalda.
Falleció prematuramente de tuberculosis, lo que supuso un gran alivio
para el Gobierno del Congo, ya que estaba escribiendo una extensa
obra sobre los abusos cometidos en el país.
Pero quizá el documento más importante fue el informe que el cónsul
británico, Roger Casement, realizó sobre la situación en el Congo
en 1903. Constituye un documento histórico espeluznante y es, tal
vez, de los cuatro aquí incluidos, el texto que más impresionará al lector,
por el tono oficial que lo impregna —lo cual le confiere gran veracidad
y realismo—, porque algunos comentarios positivos iniciales
recalcan su objetividad y porque nunca se deja llevar abiertamente
por la ira o el desprecio que la circunstancia merece. Precisamente eso
transmite mejor la sensación de impotencia, el dolor, la incredulidad
que sintió Casement ante todo lo presenciado. Es además un magnífico
libro de viajes.
El informe aún tardó en difundirse porque el rey belga sabía el daño
que podía hacerle semejante documento firmado nada más y nada
menos que por un cónsul británico. Hay que tener en cuenta que
Casement había viajado al Congo años antes, y estaba perfectamente
capacitado para observar los cambios que se habían producido con
la nueva administración. Cuando el texto por fin vio la luz, lo hizo
mutilado —sin nombres propios, tanto de personas como de lugares,
y sin algunos otros detalles— para disgusto de Casement. Nosotros
presentamos, por primera vez en español, el informe completo.
En tercer lugar hemos decidido incluir “El crimen del Congo”, de
Arthur Conan Doyle porque, a pesar de haberse publicado por primera
vez en 1909, se trata del documento que abarca más tiempo y
que cuenta con un estilo más periodístico: nos explica de una manera
general todo lo ocurrido hasta entonces.
Conan Doyle se apuntó algo tarde a la Asociación para la Reforma
del Congo, pero cuando lo hizo se convirtió en uno de sus defensores
más convencidos e influyentes. Al publicarse “El crimen del Congo”, se
vendieron de inmediato miles de copias, se tradujo a distintos idiomas
y fue necesario reeditarlo en varias ocasiones. Los beneficios obtenidos
con la venta del libro se utilizaron para ayudar a la Asociación. La
distribución masiva de la obra abrió los ojos a gran número de europeos
y americanos que seguían sin querer enterarse de lo que ocurría
en aquella parte del mundo.
Por último hemos traducido “El soliloquio del rey Leopoldo, de
Mark Twain”, publicado por primera vez en 1905, y que es totalmente
distinto a los escritos que lo preceden. Presenta, de manera caricaturizada,
la figura de un ser despótico y cruel que se enfrenta con sus
propios fantasmas. Uno de los personajes más funestos de la historia
de la colonización africana: Leopoldo II de Bélgica, el tirano. (“La tragedia del Congo”).