Francia es una república laica. Esto es, la(s) iglesia no se mete en las cuestiones del estado, ni tampoco recibe dinero de aquél. Por otro lado, cada uno es libre de rezarle (o no) al santo que mejor le acomode; vamos, se trata de la tan traída y llevada libertad de culto. Este loable ejemplo debería extenderse a otros territorios. Un amigo me comentaba que en Alemania, fieles y practicantes deben pagar un impuesto que va directamente a su templo favorito. Él, para evitar sobresaltos, se confesó ateo (y tacaño) en este mundo y en el venidero.
Ahora bien, la república laica tiene un punto flaco. Es difícil borrar una herencia cristiana repleta de celebraciones religiosas que ahora, casi casi por milagro son días de descanso. Por ejemplo, ¿alguien habrá oído mentar la palabreja pentecostés? No pregunto lo que significa, que sin duda lo ignoramos todos. Si vives en Francia, un día cualquiera –entre mayo y junio– te das cuenta de que mañana no se trabaja en honor a eso, al pentecostés. Bendito sea Dios, que está ajeno a la vida pública.
Ustedes disculparan tanta divagación, pero resulta que también hay un periodo vacacional de dos semanotas: la toussaint que, históricamente estaba relacionado con las fiestas de todos los santos y los fieles difuntos. En todo eso pensé mientras saboreaba un alipús. Estaba en la barra del bar de un hotel, pues soy víctima directa de las políticas de asueto en cuestión. Me explico: mi primogénita, para desgracia (de nuestro bolsillo) y orgullo (de su madre) asiste a la escuela francesa y como está sin clases, hay que llevarla a pasear; sale más barato que una futura terapia, según conocedores y metiches.
El hotel brindaba alimentos y bebidas a granel, pero su restaurant abría a la una de la tarde. Faltaban todavía como 20 minutos y yo con hambre, calor, sed, sueño y hasta empezaba a nacer en mí, cierta simpatía por Herodes. Para espantar los malos pensamientos pedí un mojito, que en esta isla lo preparan como nadie, no escamotean el ron y si hacemos cuentas, sale más barato (y nutritivo) que la leche. ¡Salud!, me dije escondiéndome de mi prole.
Entonces mi mente tomó caminos intrincados: « Los mojitos son de Cuba». El regaño era de Ricardo, mi amigo cubologo por partida doble, es aficionado a las cubalibres y al país que le da nombre: «En La Habana hay un lugar que de tan turístico resulta molesto, La bodeguita de en medio, adonde Hemingway iba a entretenerse. El bar es diminuto, caluroso e infestado de turistas del primer mundo que piden mojitos a 7 dólares». De repente recordé que en París, si tienes suerte, te cuesta unos 10 euros y el ron te lo ponen con gotero y con un solo y triste hielito.
« En la Bodeguita, además del turista, no puede faltar el músico autóctono, cuya presencia contribuye al amontonamiento de las masas y que canta una y otra vez los éxitos de Bella Vista Social Club: “De Alto Cedro voy para bla-bla-bla”. Luego, te vende su cd de trovador a 20 USD…».
–Cuántos mojitos te alcanzan con ese billete– Rick, pregunté. Yo creía hablar en silencio, pero gracias a Baco, el mesero me escuchó y fue raudo a complacerme.
Aclaremos un punto: Viajar en familia no equivale a descansar ni a nada que se le parezca. No se lo deseo ni al peor de mis enemigos, máxime si se “pasea” con hijos pequeños. Es una muy mala costumbre fincada en el autoengaño: vayamos unos diitas a la playa, la vamos a pasar de maravilla. Sin embargo la realidad es brutal: Tu hija ni siquiera prueba el espagueti que ella misma insistió en solicitar, mientras tratas de convencerla, su otra hermanita, no sin ánimo científico, sumerge la mano en la barra de ensaladas…
Esto es sólo una probadita, me digo y no sé me refiero al recuento de las “vacaciones” o al siguiente mojito: Es el elixir de los piratas, –le grito casi eufórico al cantinero–, ¡ah!, pero para los curas era un brebaje del diablo, igual que el té, el chocolate, el café…Eso sin citar la cantidad de libros que incautaban o la censura a películas pecaminosas…Me mira con profesional piedad, debe de estar acostumbrado a esos exabruptos etílicos…
––Qué te pasa, a qué hueles, no te fijaste que ya abrieron–, me interrumpe la madre de mis hijos. Quise ordenarle que se adelantara, que buscara una mesa amplia y bien situada y que tuviera la gentileza de no molestar, aunque sabía que todo estaba perdido de antemano.
Lo que es traer el santo de espalda, pensé antes de dirigir mis titubeantes y tristes pasos hacia el comedor. En fin, cuánto no nos ahorraríamos si la autoridad fuera de verdad laica y si se olvidara de tanta religiosa vacación. ¡Ayúdame San Romo del Brugal!