Recuerdo una ocasión que visité un restaurant de esta capital. Al llegar observé que había pocas personas y decidí quedarme pues supuse que tardarían poco para atenderme y así fue.

Extrañamente mi pedido llegó primero que el de otras personas que estaban antes que yo entre ellos un homosexual. Este, al observar que me habían atendido primero, se levantó airado y se dirigió al mesero de mala manera.

Dentro de lo que alcancé a escuchar el homosexual le recriminaba el que tuviera cerca de cuarenta minutos sentado y su orden no llegaba. “¿es que mis cuartos no valen”? gritaba impotente ante el caso omiso del mesero.

Al observar que el mesero apenas le miraba gritó con mucho más fuerza “¿Y qué es lo que usted se cree?” “Debajo de este cuerpo afeminado hay un hombre”. La respuesta del mesero fue muy parca: “ja ja ja ja ja gran vaina usted es un pájaro déjese de griteríos”, pero en ningún momento atendió a su reclamo.

Minutos después de escenificarse el hecho el mesero se me acerca discretamente y me dice “esos malditos pájaros creen que hay que hacerles caso de una vez, aquí los pájaros que se aguanten o que se vayan”.

Pensé para mis adentros que semejante actitud era sencillamente inaceptable pues el prejuicio estaba por encima que la valoración de la persona y la ofensa por encima de la tolerancia.

Soy de los que piensa que como país nos falta mucho por crecer pues, hemos aprendido a crear estigmas que dificultan la convivencia sana entre las personas.

Todavía relacionamos las decisiones con los pecados o los errores y estamos equivocados con esto. El hecho de que alguien haya decidido tener una orientación sexual diferente no le hace peor o mejor persona.

Pienso que tocamos la cercanía de la ridiculez cuando sectores conservadores de este país se pronunciaron contra la designación de un embajador homosexual como si no tuviéramos peores cosas de qué ocuparnos llegando al colmo de pensar que un grupo sin poder, a quien nadie hace caso, estigmatizado e ignorado en este país pueda tener fuerza para destronar a un jerarca según un embajador.

Lo mismo ha sucedido con la reacción a la sentencia 168/13 donde la intolerancia nos ha hecho tocar fondo dividiendo la opinión nacional entre nacionalistas y antipatriotas sin observar que esta discusión ha sido aprovechada por sujetos odiados por su historia para reposicionar una imagen mancillada y despreciada.

El poeta José Mármol, en un artículo sobre la tolerancia, afirma que la misma no es un capricho, es una conquista de la razón, es una actitud de la conciencia y del espíritu a la que se arriba mediante el conocimiento y la práctica de la libertad.

Ser humanitarios y respetuosos de los derechos humanos no significa amenaza alguna a la integridad jurídico-política, cultural o territorial de la nación.

La tolerancia es inclusiva, no es excluyente. Nos hace receptivos; no impulsivos. Nos educa para el respeto, la consideración al otro y la otra, el ser en y por el otro y la otra.

La tolerancia es un evangelio; no un culto satánico traficado en forma de falso patriotismo como ha sucedido con la discusión en torno a la sentencia del Tribunal Constitucional.

La tolerancia no es sinónimo de genuflexión ni de debilidad. La tolerancia es la senda hacia el futuro.

En un país donde no exista la tolerancia no se puede exigir respeto y ojalá entendamos en algún momento que la tolerancia también se educa: Empecemos ya.