• Con atención al Ministro de Agricultura Osmar Benítez

Como todas las actividades emprendidas por el hombre, el cultivo de la tierra y la crianza de los animales – mayores o menores – estuvieron hasta hace poco tiempo sujetos al azar y la superstición, es decir a las eventualidades climáticas y las creencias mágico-religiosas que por siglos imperaban en la población rural.

Hacerle oraciones o rogativas a San Isidro para que llueva o deje de llover; la presencia o no de “hormigas”  voladoras; basarse en el ciclo lunar para recomendar o no una práctica agrícola o ganadera y  la colocación de espantapájaros para alejar de las parcelas  durante la fructificación a las aves depredadoras, formaban parte de la Agricultura folklórica  de enantes.

La existencia de personas con supuestas manos ligeras o pesadas para sembrar; el compás a ritmo de salves de quienes apaleaban las habichuelas secas para después ventearlas; los célebres convites entre productores afines o vecinos y la prohibición de que las mujeres en su período menstrual ingresaran en los sembradíos, también se inscribían entre esas agoreras costumbres.

Reinaba en la agropecuaria tradicional toda una parafernalia, un abigarrado y oral conjunto de usos avalados por el tiempo y los resultados obtenidos, cuya obediencia era de rigor para lograr buenas cosechas o importantes rendimientos de carne y leche, situación que prevaleció – con sus excepciones –  hasta el momento  en que la Agricultura fue suplantada por la Agronomía, o sea, por el cultivo de la tierra con métodos científicos.

Por la crisis alimentaria surgida en una creciente población mundial y las hambrunas y desnutrición registradas en los países más empobrecidos del planeta, entre los años 60 y 80 del pasado siglo XX tuvo lugar en las naciones más desarrolladas – Estados Unidos, Unión Europea, Japón – la denominada Revolución Verde un término acuñado por el norteamericano William Gaud.

La misma consistió en utilizar más la cabeza que las manos en la producción agropecuaria para así acrecentar el abastecimiento de alimentos – sobre todo cereales -, recurriendo a la obtención y difusión de variedades mejoradas genéticamente, aplicación de considerables cantidades de agua, fertilizantes y plaguicidas, que garantizaron un significativo incremento de las cosechas.

Esta revolución, si en verdad aumentó la oferta alimentaria a nivel global y demostró también las enormes ventajas de aplicar los métodos científicos a la productividad agropecuaria,  reveló con el paso del tiempo que se había privilegiado la cantidad pero no la calidad de lo cultivado, apareciendo entonces en las poblaciones fenómenos de insuficiencia nutricional.

Los cereales – arroz, maíz, trigo – que fueron los primeros en ver incrementados sus rendimientos por unidad de superficie, acusaban en su contenido serias deficiencias en aminoácidos esenciales – Lisina, Triptófano, Acido glutámico, Acido aspártico – y además un notable desequilibrio de ácidos grasos esenciales, vitaminas, minerales y otros factores de reconocida calidad nutricional.

Conjuntamente con las carencias antes consignadas, surgieron  otras dificultades como: problemas de almacenamiento antes desconocidos;  los altos costos de las semillas mejoradas y de la tecnología complementaria; una fastidiosa dependencia de las prácticas culturales recomendadas y aparición de nuevas plagas y enfermedades de las cuales se ignoraba su control.  Por todo ello y más, la revolución verde empezó ser criticada.

Ahora bien, si la misma fue impugnada desde diversos puntos de vista como fueron el económico,  el cultural y el nutricional entre otros, el más sobresaliente ha sido sin lugar a dudas el ecológico ambiental, surgiendo en todos los países movimientos en defensa y respeto al medio ambiente y la biodiversidad que han generado grandes simpatías y respaldo mediático en todas las poblaciones y comunidades.

El cultivo en invernadero o Plasticultura y sobre todo la denominada Agricultura Orgánica, han experimentado en los últimos años un auge extraordinario, tanto por la seguridad que ofrece la primera modalidad de cultivo como por los atractivos precios e inocuidad que es posible alcanzar cuando lo cosechado proviene de una producción libre de químicos, como es el caso de la segunda alternativa.

Al cultivar bajo estas dos condiciones el productor ratifica su compromiso de no contaminar mediante el uso de fertilizantes químicos y plaguicidas su natural entorno, aunque debemos señalar que la producción orgánica a cielo descubierto sigue dependiendo de las veleidades del clima, la falta de homogeneidad de la mayoría de los suelos y en particular, de las inconstancias del factor humano entre otras limitantes.

Gracias a la adopción de las nuevas tecnologías en la producción agropecuaria,  el hombre actual no solamente puede presumir de su baja agresividad, amistad y respeto al medio ambiente, sino, que además de liberarse de antiguas prácticas extenuantes – riegos a medianoche, ordeños en las madrugadas – ahora puede teledetectar requerimientos y necesidades de las plantas antes de que éstas visualmente los manifiesten.

En virtud de la llamada Agricultura y Ganadería de Precisión, que en consonancia con los tiempos en que vivimos preferimos designarlas Agricultura y Ganadería Inteligente –  dependiente en exclusividad de la cabeza, no de las manos – podemos por las informaciones suministradas por satélites, sensores, drones  y recursos de la Inteligencia Artificial – IA -, conducir con éxito el manejo de cualquier inversión agropecuaria.

La confección de mapas de variabilidad; el índice de vigor de la variedad a utilizar; el monitoreo constante del estrés hídrico, del índice de clorofila, del ataque de plagas, de temperatura y humedad relativa; el establecimiento de BPA; la fertilización precisa; el riego adecuado y oportuno y la rastreabilidad, son componentes que ahora podemos determinar sin haber puesto los pies en un campo de producción.

En la ganadería el índice verde de la oferta forrajera; el control de clorofila del pasto vía satélite; elegir el mejor momento para que el ganado se alimente; el uso del bastón eléctrico; el uso de robots en alimentación y ordeño; el trasplante de embriones,  los podómetros, las BPG y los termómetros vaginales, constituyen parte de las tecnologías inteligentes para el apropiado manejo del ganado.

Antes la producción de agroalimentos – granos, leche, hortalizas, huevos, quesos – estaba en manos de agricultores  con escasa formación personal y técnica, pero en la actualidad y debido a la automatización resultante de la implementación de las nuevas tecnologías, cada día aumenta el número de profesiones no agropecuarios que incursionan en los negocios cuyo epicentro es el campo.

Industriales, abogados, médicos, banqueros y economistas son cada vez más numerosos como dueños y operadores de explotaciones agropecuarias, representando esta novedosa intervención por parte de estos profesionales,  no sólo la creciente importancia de la seguridad agroalimentaria en el mundo  – y en el país – sino también la prevalencia, el predominio de las actividades mentales sobre los quehaceres manuales.

En un principio y como forma de registrar los avances de la Agricultura Inteligente en el país, sería aconsejable inventariar en un primer momento la superficie terrestre que bajo esta innovadora alternativa de producción agropecuaria existe en nuestro territorio a la hora actual, citando el tipo de modernas tecnologías que han sido puestas en marcha por el productor.

A continuación referir el nombre de los cultivos sujetos a explotación, sea para su consumo fresco, procesamiento, con fines alimenticios o industriales, para exportación o al mercado local, haciendo destacar además observaciones y datos concernientes a su comportamiento fisiológico o de cualquier otro orden durante su ciclo vegetativo, cosecha, poscosecha y conservación.

Paralelamente, el eventual equipo multi-disciplinario conformado por técnicos del Ministerio de Agricultura  – MARD -,  en adición a las misiones antes evocadas fomentarán la asociatividad entre quienes se dediquen a este reciente método de producir, alentarán la formulación de políticas públicas a favor de este nuevo emprendedurismo y evaluarán además el comportamiento de éstas sofisticadas tecnologías en las latitudes tropicales.

De mucha ayuda resultará para el MARD las informaciones que en este sentido puedan procurarles  otras instituciones del sector como sería la Junta Agroempresarial Dominicana (JAD), el Consejo Nacional de Investigaciones Agropecuarias y Forestales (CONIAF) , el Instituto Dominicano de Investigaciones Agrícolas y Forestales (IDIAF) y el Centro para el Desarrollo Agropecuario y Forestal (CEDAF) entre otras.

Somos finalmente de opinión, que un esfuerzo de esta naturaleza llevada a cabo por la institución líder de la política agropecuaria gubernamental,  estaría de conformidad con el pensamiento del Presidente Medina cuando dijo en Bayahibe que su apoyo a los productores obedece, no a que quisiera favorecerlos, por predilección a alguna región del país o porque son simplemente sus amigos sino, porque la modernización de la agropecuaria es fundamental para el desarrollo del país.