El título de este artículo es el de un libro de 1980 de Alvin Toffler en el que su autor reflexiona sobre la evolución de la sociedad occidental definiendo desde ese entonces que ya nos encontrábamos en lo que él denominó la tercera ola, o la era de la información, después de haber pasado por la sociedad agrícola y la industrial.
En enero de este año 2021, la tercera ola para mí ha sido lo registrado en WhatsApp, filial de Facebook. El rechazo público: Al anunciar la inminencia de cambios en la política de privacidad que sus usuarios estarían en necesidad de aceptar, lo que sucedió fue que, al contrario de los consentimientos automáticos que se suelen registrar sin pensarlo mucho, los usuarios sintieron que esta nueva definición los ponía en situación de vulnerabilidad, por lo que iniciaron una estampida masiva hacia otras plataformas de mensajería instantánea, apoyados en el esfuerzo por centenas de creadores de contenido que hicieron tutoriales sobre criterios de selección y mecanismos para realizar esta transición. La tercera ola fue entonces, el rechazo de los clientes.
Antes vinieron dos olas: en primer lugar, la insatisfacción de los que trabajaban con esas informaciones y, a, causa de esta situación, la investigación y sanción por mecanismos oficiales.
El descontento interno: A principios de 2018, Christopher Wylie, que trabajaba para Cambridge Analytica, empresa de mercadeo, hizo público el hecho de que algunas de las estrategias diseñadas e implementadas por ellos se basaron en datos sobre los usuarios de Facebook comprados a la plataforma social, sin que estos hubieran dado su consentimiento. Eso abrió una cantera de problemas que incluyó que en pocos meses salieran de manera menos espectacular grandes dirigentes de Facebook. El primero de ellos fue precisamente el fundador de WhatsApp, Jan Koum, quien escribió un post elogioso sobre el equipo con el que tuvo “la bendición de trabajar”. Poco después, en la propia plataforma de Facebook, Elliot Schrage, Director de Comunicación y Relaciones Públicas definió sus años allí como una gran alegría, pero que había llegado el momento de realizar un cambio. En el mes de julio le tocó el turno del abogado (Head Counsel), Colin Stretch, quien aludió razones personales y el deseo de estar cerca de su familia. Más adelante anunció su retiro Alex Stamos, Máximo Encargado de Seguridad y en septiembre del mismo año le tocó el turno a Alex Hardiman, Jefe de Desarrollo de Nuevos Productos. En febrero de 2019, antes de que llegara la decisión del gobierno de los EEUU, Caryn Marooney, Jefa de Relaciones Públicas hacía lo mismo. Fuera de esta categoría está la renuncia mucho más reciente y beligerante del ingeniero Ashokn Chandawaney.
La sanción de las autoridades: Quizás bajo la combinación de la intervención de Facebook en el área política más el hecho de contar con un equipo tan seriamente desmotivado, a sus dirigentes les tocó ser escuchados en audiencia pública frente al Senado de los EEUU y, en consecuencia, ser castigado por la autoridad pertinente. La Comisión Federal del Comercio de los EE.UU. le impuso a Facebook en julio de 2019, una multa de cinco mil millones de dólares por malas prácticas con respecto a la información de los usuarios. La suma, aunque elevada, no le impidió reportar ganancias superiores a los setenta mil millones de dólares al cierre de ese año. Tuvo un efecto financiero perceptible, pero indiscutiblemente no devastador. Fuera del espacio de los EE. UU., en Europa se le han ratificado sanciones por hechos de la misma naturaleza (falta a la privacidad de los usuarios) aunque por un monto mucho menor.
Contrario a lo que pudiera pensarse, el estado actual continúa siendo esperanzador. Todavía quedan dos mil millones de clientes reales y por lo menos dos mil más potenciales. El interés sería que el equipo que está a la cabeza de WhatsApp (y de Facebook) ofrezca más evidencias de haber reconocido la situación en que se encuentra. Empezó por posponer a tres meses la implementación de la citada política de privacidad.