Al correr de los días, y al marco de una retórica electoral que va subiendo de tono, la involución de nuestra política se hace cada vez más evidente. Basta con observar meticulosamente a los actores y sus acciones para percibir que viejas costumbres aún imperan. Y es que sutilezas y pintorescas pinceladas de conductas aprendidas, como pensar que un triunfo electoral equivale a sacarse la lotería, socaban desde sus cimientos cualquier avance obtenido en ese renglón. 

El "efecto fracatán" es un cáncer que carcome nuestra política y la sociedad. Esa arcaica idea de que una victoria electoral representa "la gallina de los huevos de oro" para el partido que resulta ganador ha venido siendo la regla a través de los años. A todo esto se le une la falta de vocación del servidor público, pues actitudes individualistas y partidistas ponen en evidencia la amnesia oportuna que nuestros políticos sufren con relación a su deber de servir y no, como muchos lo hacen, a ser servidos. 

Y no pensemos que este flagelo solo afecta al oficialismo ya que, por deseo o inercia, los principales partidos de oposición también sufren de esta aflicción. Todos, sin excepción, buscan repartirse el gobierno como si fuera una piñata navideña, poniendo en evidencia sus propósitos y equivocadas prioridades. Allí encontramos un denominador común: el clientelismo y el enriquecimiento de funcionarios y políticos, quienes utilizan el aparato gubernamental como una cuenta bancaria personal. Mientras observamos nuestro panorama, hasta al más descuidado le será sencillo percatarse de que estas prácticas rigen nuestro sistema de gobierno. 

Tal vez, lo que más incomoda, es que mientras sobran las discursos demagogos en cuanto a los problemas que nos arropan, faltan programas concretos de gobierno. Se vocifera de forma enérgica de cómo tal o cual gobierno a fallado, pero esas voces carecen de trasfondo que ofrezcan una idea clara de cómo darle frente a los males que nos aquejan. Ahí esta la otra gran deficiencia, convertirnos todos, incluyendo a políticos, en oficinas de reclamos, sin ponderar salidas reales y viables a nuestros problemas. 

Pero sobre todo, resulta aún más preocupante que nuestra sociedad ha pasado a ser, de manera activa o pasiva, parte del resquebrajamiento gubernamental y del "efecto fracatán" que nos rige. Mientras unos pasan a internalizar que la única manera de desarrollo económico y social es a través de la palanca política, o sea, pegarme en el gobierno, otros optan por ignorar dicha área. Nuestra responsabilidad se extiende hasta cuando emitimos un voto que no es de conciencia, dejándonos llevar por el proselitismo y el fanatismo. Así pues, no ejercemos el contrapeso necesario para que prácticas deficientes dejen de ser norma. 

Ese desinterés que muchos muestran, como resultado directo de las tradicionales fullerías de nuestros gobiernos, conlleva a un estancamiento de nuestra conciencia social con relación a la política y al sistema de gobierno. Es preciso tornar ese desencanto que nos arropa en material de lucha, pues es el pueblo que, con su fuerza, puede influenciar el sistema para que los cambios necesarios ocurran. Poco hacemos con quejarnos pues, al final, el gobierno, es producto de su pueblo. 

No podemos esperar cambios si nosotros mismos no cambiamos, si no exigimos más de quienes nos representan, si no cambiamos desde su cuna el "efecto fracatán", pues es desde el seno de la sociedad, no desde la cúspide, donde inician las transformaciones.