Como cada cuatro años, en nuestro país se manifiesta un alto interés en el las elecciones que celebran este martes los Estados Unidos, la segunda nación del mundo con mayor población dominicana.
Uno de los debates más interesantes suscitados por este proceso se produce en los sectores a la izquierda del centro político. Su eje remite al planteo de si la amenaza de una administración Trump (y el subsiguiente dominio ultraconservador de la Suprema Corte) es motivo suficiente para votar por una candidata considerada más que imperfecta.
Alguna izquierda entiende que Clinton se encuentra demasiado ligada a los sectores bancarios y la consideran responsable de los daños que produce la política exterior estadounidense en otros países. En respuesta, quienes apoyan a Clinton argumentan que estas críticas son válidas y discutibles, pero que la alternativa a la candidata demócrata representa un peligro real para la existencia de una de las democracias más pobladas, poderosas y antiguas del mundo. Citan a su favor que Trump se ha manifestado contra los derechos de los inmigrantes, las personas de color, las mujeres y los LGBT.
Mas los opuestos a apoyar a Hillary no cejan y califican esos argumentos de chantaje, diciendo no estar obligados a votar por “el menos malo”. Para ellos, ese tipo de resignaciones políticas ha producido el atrapamiento de los ciudadanos estadounidenses entre candidatos insatisfactorios. Que lo correcto es apostar por candidaturas minoritarias que puedan crecer a futuro, como el Partido Verde.
Para cierta izquierda, los valores progresistas son absolutos y deben ser alcanzados de manera inmediata. La democracia y sus dificultades ocupan un lugar secundario, complementario
En esto radica la respuesta no sólo a por qué estos grupos políticos son indiferentes a los previsibles resultados de una administración Trump, sino también a por qué no logran sumar los votos suficientes para ser políticamente exitosos.
Para cierta izquierda, los valores progresistas son absolutos y deben ser alcanzados de manera inmediata. La democracia y sus dificultades ocupan un lugar secundario, complementario. Ya ha determinado cuáles son los problemas y cuáles las soluciones. Sus posiciones son inflexibles porque su justicia impide ceder en lo pequeño y en lo grande.
Este tipo de posturas es incompatible con la democracia, un sistema en el cual las mayorías se construyen sobre la base de acuerdos y los acuerdos son, por definición, renuncias mutuas. Quien actúa en el escenario democrático no puede pretender que los demás se plegarán a sus posiciones sin obtener apoyo para las propias. Quien ve debilidad en la cesión y virtud en la intransigencia no actúa como un agente democrático. Y esto es lo que estos sectores encarnan: una ideología “progresista” carente del reconocimiento del valor de la opinión ajena.
Ignoran que, en democracia, los grandes logros sociales se han alcanzado por alianzas entre sectores con intereses muchas veces encontrados, pero que decidieron acomodar para lograr un fin ulterior. Sorprendentemente, también ignoran que el gran logro de los sectores conservadores y ultraconservadores ha sido enfrentar entre ellos a los menos favorecidos. Es, por ejemplo, lo que ha mantenido a los republicanos como una opción viable en la política nacional estadounidense: han logrado enfrentar a la clase trabajadora blanca con las clases trabajadoras de color.
Nada de esto es relevante para estos sectores que, carentes de sentido histórico, prefieren que los Verdes obtengan su eterno exiguo resultado aunque Trump sea presidente. Imbuidos de un inquebrantable sentido de superioridad moral, llegan a afirmar abiertamente que quizás el desastre del trumpismo es lo que hace falta para que las cosas mejoren a largo plazo.
Es este un razonamiento transparentemente apocalíptico que revela importantes coincidencias entre ellos y las doctrinas más radicales del cristianismo. Asumen que un colapso del sistema traerá sufrimientos, pero que servirán para purificar al electorado y exorcizar los demonios ideológicos que le impiden apoyarlos.
En buen español, consideran aceptable que las mayorías que dicen defender sufran el recorte de sus derechos por no haberles ofrecido su respaldo.
Su mesianismo no sólo les impide llegar a acuerdos con otros sectores sociales, sino que también es causa importante de su fracaso en lograr éxitos electorales. Como para ellos el poder no se alcanza sobre la base de acuerdos, sino que lo merecen por ser más puros que los demás, no se preocupan en construirlo. No dedican sus esfuerzos a fomentar candidaturas municipales y locales, que tendrían mayores posibilidades de éxito y, por tanto, de beneficiar a la ciudadanía con políticas públicas, ni a dar forma paulatinamente mediante esta vía a un proyecto político capaz de disputar con los grandes partidos.
Pero no, quieren ganar la presidencia para desde ella “cambiar” la política desde arriba y sin apoyos congresuales. Vale decir, juegan a la ruleta rusa con la esperanza de lograr un “buen tirano”, un déspota ilustrado que salve al pueblo de sus propias preferencias. Si no, les da igual que un xenófobo autoritario gobierne la democracia más potente del planeta.
Y aquí es donde los extremos terminan de tocarse. Porque no sólo comparten la idea ultraconservadora de que se necesita un ungido progresista que a fuerza de voluntad doblegue todas las instituciones y a la sociedad misma, sino que, en todo caso, si no lo logran, prefieren entonces que gobierne el ungido ultraconservador antes que la demócrata impura.
Al final, valoran más la presunta pureza ideológica que a la democracia misma. Y eso es, indefectiblemente, un juicio sobre la masa de ciudadanos que no comparte su programa. Esa masa de ciudadanos que dice querer proteger, pero cuyo destino sólo es importante en la medida en que es un instrumento para lograr la aplicación de su programa ideológico.
Esta visión mesiánica-apocalíptica no es inevitable. No toda la izquierda es así. Ni siquiera la antisistema. Un bien ejemplo de ello son los movimientos políticos surgidos en Europa del Sur como fruto de la crisis. Particularmente Podemos en España y Syriza en Grecia. Movimientos que han sido duramente criticados por algunos de sus simpatizantes originales precisamente porque han decidido actuar en el contexto democrático. Pero que también –particularmente en el caso de Podemos- han construido su proyecto sobre la base de la participación política local.
Igualmente Portugal es buen ejemplo de una comprensión aglutinadora e inclusiva de la democracia. Allí los socialistas, los verdes, los comunistas y el Bloque de Izquierda han puesto de lado sus diferencias para formar gobierno. Todos tendrán que ceder, pero lo asumen como parte de la lógica democrática que defienden.
La democracia es un sistema de gobierno impropio para quienes pretenden que sus posiciones son puras y no requieren de la validación de las mayorías. También es el sistema en el cual las elecciones son un momento de decisión entre opciones imperfectas. Y eso implica que cuando no se es mayoría a veces, como dice Chomsky, hay que votar por el que se considera menos malo.
Quien condiciona su voto a que los candidatos reflejen la totalidad de sus convicciones en realidad lo que está haciendo es afirmando que sólo sus ideas son válidas y que quien no las comparte todas está irremediablemente contaminado. Tiene derecho a ello, pero le hace un flaco servicio a la democracia.
Además, aunque el voto es un derecho individual, su ejercicio se produce en un contexto colectivo y afecta la vida del resto. Quien lo deposita afirma cuáles son sus prioridades y, en una coyuntura como el de las elecciones estadounidenses de este año, esa afirmación es particularmente importante. El ultraprogresismo que no distingue entre las consecuencias de que gobierne Trump o Clinton tiene vasos comunicantes con el ultraconservadurismo que sostiene al candidato republicano.
Mientras tanto, del resultado de estas elecciones depende el futuro inmediato de los menos favorecidos en EEUU, que incluyen a cientos de miles de emigrantes dominicanos y, por vía de consecuencias, las familias que aquí todavía dependen de ellos.
Nota: Un primer borrador de este artículo fue publicado por Acento. El error es del autor, quien se confundió al momento de enviar el archivo. Los cambios son puramente de estilo.