Cada día refuerzo más la importancia de los aparatos electrónicos tanto para la vida cotidiana como para la vida profesional. En mis años de estudios en tecnología electrónica (Instituto Politécnico Loyola, San Cristóbal, 1987-1991) recuerdo que la tecnología era vista como una especie de instrumental al servicio de la calidad de vida de los humanos, pero jamás se nos dijo que nuestro futuro sería tecnológico o no tendríamos futuro. También recuerdo el excesivo énfasis de la carrera de electrónica, a la cual solo accedía la supuesta “élite” estudiantil de los mejores promedios en matemáticas, en los medios de comunicación de masas (Radio,TV) ignorando por completo la revolución tecnológica que traería la masificación de internet y la invención de lo que William Gibson llamó en 1985 el ciberespacio.

Para la misma época, 1986-1992, los partidos políticos se enfrascaban en una campaña electoral en la que los viejos caudillos constituían el punto de aglutinación y convocatoria de grandes concentraciones de masas. El modo de hacer campaña política no dependía de los medios de comunicación, sino del carisma de los grandes líderes y el poder de convocatoria de los medianos y pequeños dirigentes. Los comités de base, los comandos estratégicos de campaña, resultaban ser los espacios idóneos en los que la política dominicana se movía. Acompáñese a ello el clientelismo, la compra de votos y el transfuguismo característicos de nuestra historia política nacional.

Creo que es hacia 1996, con la muerte del caudillismo político de Peña Gómez, Balaguer y Bosch, que hay una demanda de nuevas formas de hacer política en República Dominicana en términos de influencia de los medios de comunicación en la construcción de un nuevo liderazgo político; pero no creo que podamos hablar de tecnopolítica en términos del dominio de las tecnologías de la información en la acción colectiva, por la sencilla razón que es en ese año cuando aquí se inicia el uso del internet dial up a través de Codetel y Tricom. El Frente Patriótico entre el PLD y el PRSC constituyó el inicio de un nuevo modo de construcción de liderazgo a través de estrategias de campaña mediáticas, pero estas aún tenían como foco a los Mass Media tradicionales, desde las pancartas hasta los spots en radio y televisión. Aquellos no eran tiempos de redes sociales y la telefonía móvil estaba aún en pañales en cuanto a desarrollo y accesibilidad a usuarios.

A mi juicio tanto Leonel Fernández como Hipólito Mejía son los dos líderes mediáticos de fin de siglo XX en la política dominicana. El primero con mayor conciencia de uso de las tecnologías que el segundo. La primera década del siglo XXI fue dominada por este tipo de liderazgo construido a través de una red de constructores de opinión pública en espacios ligados a los medios tradicionales de comunicación de masas.

El presidente Danilo Medina ha cosechado los frutos de esta red de constructores de tendencias más allá de los medios tradicionales de comunicación, puesto que ha incorporado en su estrategia de marketing político la popularidad de los “influencers” en las redes sociales; este liderazgo ya no depende de la notoriedad del medio artístico para agenciarse una presencia constante en el imaginario colectivo, sino que aprovecha la expansión masiva de Twitter y sus “influenciadores” para crear opinión favorable a sus intereses políticos.

Lo que sí noto tímido es el uso de WhatsApp y de los “Fake News” como estrategias de campaña en el ciberespacio político dominicano. Notemos que, si bien el propósito no es distinto, hay diferencias entre la mentira en política y las noticias falsas como estrategias de marketing político. La tecnopolítica está en ciernes en nuestro país, por eso resulta revelador, con cierto dejo de temeridad, el hecho de que el 40.3% de los votantes en las próximas elecciones sean Centennials y Millennials (18.5% están en 18-25 años; 11.6% entre 26 y 30 y 10.2% entre 31-35).

En este sentido, la tecnopolítica es un concepto para tener presente en el mundillo político criollo. No solo como categoría de análisis de lo que ocurre, sino también como estrategia de marketing político para los partidos que quieran utilizar fenómenos nuevos que los lleven al poder en tiempos de WhatsApp y posverdad.