LONDRES – Día tras día, semana tras semana, la mayoría de los ciudadanos británicos piensan que la turbulencia por la salida de la Unión Europea propuesta por su país no puede empeorar. Pero, sin lugar a dudas, se pone peor. La turbulencia se convierte en un caos vergonzoso; una crisis política amenaza con transformarse en una crisis constitucional.
Mientras tanto, la fecha de la salida del Reino Unido de la UE se acerca. Quedan menos de 100 días para que el Reino Unido se retire, y en este momento no existe ningún acuerdo a la vista que sea aceptable tanto para el Parlamento en Westminster como para la Comisión Europea y el Consejo Europeo en Bruselas.
El problema comenzó con el referendo de 2016 donde se votó el retiro de la UE. Desafortunadamente, a pesar de idear y planificar este desenlace durante años, los defensores de una salida no tenían ni idea de lo que en verdad conllevaría abandonar la UE. Su campaña estaba plagada de engaños y deshonestidad. Irse, decían, implicaría una bonanza financiera, que el Reino Unido inyectaría a su Servicio Nacional de Salud. Negociar un acuerdo comercial con la UE después de la partida sería fácil. Otros países en el mundo harían fila para cerrar acuerdos con Gran Bretaña. Todas mentiras.
Las propias conversaciones sobre el Brexit, cuando finalmente comenzaron, se vieron dificultadas por la incompetencia de los ministros a cargo. A los negociadores del Reino Unido les sobraba certeza ideológica y les faltaban soluciones viables.
Es más, las líneas rojas trazadas desde un principio por la primera ministra Theresa May dificultaron aún más su trabajo. No sólo debemos abandonar la UE, decía May, sino también el mercado único y la unión aduanera. No podíamos aceptar ninguna jurisdicción del Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Tenemos que poder poner fin a la libertad que tienen los ciudadanos europeos de venir al Reino Unido para trabajar en nuestros hospitales, recoger nuestras cosechas, ocupar los espacios vacíos en nuestros servicios profesionales y aumentar nuestra prosperidad.
Uno de los problemas centrales que surgió de esta mescolanza de disparates fue cómo evitar reestablecer una frontera dura entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda si el Reino Unido respetaba las líneas rojas de May. Esa frontera (como observó el jefe de la policía de Irlanda del Norte) pondría en peligro el Acuerdo de Viernes Santo de 1998, que trajo paz a Irlanda del Norte después de tres décadas de violencia.
Las negociaciones recientes se han estancado en este punto, porque un resultado exitoso debe encontrarle la cuadratura al círculo. Gran Bretaña ya ha aceptado que Irlanda del Norte tendrá que quedarse en la unión aduanera hasta que el Reino Unido haya concluido un acuerdo comercial de largo plazo con la UE. Hasta entonces, tendrá que haber una política de seguro –un “respaldo”- contra un posible fracaso. Pero los miembros de línea dura dentro del Partido Conservador de May, y los miembros del Parlamento unionistas democráticos por Irlanda del Norte, de quienes May depende para su mayoría parlamentaria, sólo aceptarán un respaldo con un tiempo limitado, que en definitiva no es ningún “freno” en absoluto.
En la raíz de las dificultades de May hay una simple verdad que ella y otros no están dispuestos a aceptar. Es casi imposible negociar un acuerdo de salida que sea beneficioso a nivel nacional y que les resulte aceptable a los nacionalistas ingleses de derecha en su partido. Esto se tornó trasparente como el agua durante una semana desalentadora para el gobierno a comienzos de este mes.
Después de que May y sus asesores concluyeron que el acuerdo de salida que había negociado con la UE sería vetado en el Parlamento por una gran mayoría, suspendieron el debate antes de que se realizara la votación. May luego anunció que iba a hablar con otros presidentes y primeros ministros de la UE para obtener el tipo de garantías que podrían satisfacer a sus críticos de derecha.
Esos críticos han operado cada vez más como un partido dentro de otro partido. En medio del safari diplomático frenético de May, anunciaron que habían reunido suficiente respaldo para activar un voto de no confianza en su liderazgo del Partido Conservador. Ella ganó la votación con el apoyo de alrededor de las dos terceras partes, pero su autoridad había quedado muy en entredicho.
Para culminar una semana pésima, los ministros europeos dejaron en claro que no estaban dispuestos a reabrir el acuerdo con Gran Bretaña a una renegociación. Podían ofrecer sus “mejores esfuerzos” y “buena voluntad”, pero no más que eso.
¿Qué pasará de ahora en másn? Los seguidores de May piensan que es decidida; otros la consideran simplemente obstinada y cegada a la razón. Ella viene posponiendo cualquier debate sobre sus propias propuestas. Los críticos dicen que está intentando aplazar cualquier votación lo más cerca posible de la fecha de salida, para presionar a los miembros del Parlamento para que respalden su plan. “Apoyen mi plan o enfrenten el desastre de no tener ningún acuerdo”, parece estar diciendo. “Respáldenme o salto del precipicio”.
Pero está creciendo la presión para que el Parlamento tome control del proceso y elabore un rango de opciones más aceptable. ¿Hay una mayoría a favor del acuerdo de May? ¿El Parlamento se opone totalmente a salir de Europa sin ningún acuerdo? ¿Deberíamos buscar una relación al estilo noruego con Europa y apuntar a quedarnos en el mercado único y la unión monetaria, pagando el costo de seguir aceptando el movimiento libre de trabajadores? ¿Deberíamos intentar posponer la fecha de nuestra partida de la UE hasta que hayamos resuelto qué es lo que realmente queremos? ¿Debería haber otro referendo, volviendo a depositar la decisión final en manos del pueblo?
Una nube de incertidumbre política pende sobre Gran Bretaña después de Navidad. Sólo cuatro cosas parecen claras. Primero, al Partido Conservador le resultará cada vez más difícil complacer a su ala nacionalista inglesa fanática. Segundo, para salvar al Reino Unido del desastre, el Parlamento tendrá que tomar el control del proceso. Tercero, la vida fuera de la UE, en cualquier caso, dejará a Gran Bretaña más pobre y con menos influencia en el mundo. Y, finalmente, cualquiera sea el resultado, el Brexit será una cuestión divisiva en los próximos años.
Los defensores del Brexit mintieron. Los costos de abandonar la UE siempre estuvieron destinados a superar los beneficios. Lamentablemente, el liderazgo político responsable, imaginativo e inclusivo que hacía falta para minimizar el daño no está a la vista.