TODOS CONOCEMOS la imagen de los libros y las películas: un apostador se sienta en la mesa de ruleta de un casino. Él tiene suerte. Mucha suerte.
Frente al jugador, la pila de fichas está creciendo. Alta, más alta. Cada giro de la rueda de la ruleta agrega al montón.
Cuando las fichas alcanzan el nivel de sus ojos, podría simplemente levantarse, cambiarlas por dinero e irse a casa. Las ganancias son suficientes para mantenerlo viviendo en el lujo por el resto de su vida.
Pero el hombre no puede levantarse. Sencillamente, no puede. Está pegado a su puesto en la mesa de la ruleta. Pero de pronto la suerte lo abandona. El montón de fichas comienza a reducirse.
Aún podría levantarse y ahorrar una parte de sus ganancias. Pero no puede. Él está pegado a su asiento. Hasta que pierda el último chip.
En las películas, el hombre se levanta y se pone una pistola en la cabeza.
BENJAMÍN NETANYAHU se parece a este hombre. Él tiene suerte. Mucha suerte. Es asombroso.
Todo el país ve la suerte que tiene. Su popularidad se eleva a los cielos.
La economía está floreciendo. Prácticamente no hay desempleo. Cada vez se compran más empresas israelíes en el extranjero por sumas astronómicas.
En la esfera internacional, Israel marcha de victoria en victoria. El presidente del país más importante del mundo se comporta como si fuera el esclavo abyecto de Bibi. Estados Unidos ha reconocido a Jerusalén indivisa como la capital del Gran Israel. El traslado de la embajada de Estados Unidos allí se convirtió en un festival nacional, el mismo día en que tuvo lugar otro festival en Tel Aviv, un estallido de alegría popular por el triunfo de Israel en el concurso de canciones de Eurovisión. Las masas han sido vencidas, como si fuera una victoria en una guerra.
La prensa mundial menciona a Trump, Putin y Netanyahu en el mismo discurso. Tres gigantes.
DENTRO DE ISRAEL, Netanyahu tiene poder ilimitado. El emperador Bibi y su esposa parecen una pareja real.
Él no tiene rivales. Todo competidor posible fue expulsado del partido gobernante hace mucho tiempo. Los funcionarios restantes del Likud parecen enanos en comparación con el Gigante Bibi. Los socios de la coalición son un montón miserable de pequeñas facciones, cuyos líderes saben que no tienen ninguna posibilidad contra Bibi. La “oposición” es lamentable, en el mejor de los casos.
Las instituciones de la democracia cuyo deber es salvaguardar el sistema democrático para que no se convierta en una dictadura, están siendo destruidas, una tras otra, mientras las masas gritan dando ánimo. El Tribunal Supremo, el Fiscal General, el Contralor del Estado, el Jefe de Policía: aquellos que no se rinden, son aplastados.
Los casos de corrupción contra Benjamín y Sarah Netanyahu, que podrían liquidarse en un mes, se prolongan durante años, sin un final a la vista.
EN EL FRENTE más importante, los árabes, Netanyahu ha alcanzado alturas increíbles.
El mundo árabe siempre ha estado desunido. Pero en el pasado era una desunión oculta. La falta de coordinación entre Egipto, Jordania y Siria nos permitió ganar la guerra de 1948.
Ahora la desunión se ha vuelto abierta y extrema. Está sucediendo algo que en el pasado no era más que un sueño: Arabia Saudita coopera casi abiertamente con Netanyahu en la lucha contra Irán, y también lo hace Egipto.
Hace dos semanas, el Lunes Negro, los palestinos desarmados en Gaza fueron sacrificados al por mayor. Sin embargo, ni en un solo país árabe estallaron manifestaciones intensas. Ni siquiera en Cisjordania. Ni en Jerusalén Este. Solo una pequeña manifestación árabe en Haifa, en la que un policía le rompió la pierna a un manifestante con grilletes después de su arresto.
El mundo entero fue testigo de el horrible contraste: la celebración de la victoria de Netanyahu en la nueva embajada de EE. UU. en Jerusalén, mientras que miles resultaron heridos o muertos en la frontera con Gaza. Y solo unas pocas horas después, el estallido masivo de alegría en la plaza central de Tel Aviv por la victoria de una cantante israelí en el concurso de Eurovisión.
El mundo lo vio y permaneció en silencio. La reacción internacional a la masacre en Gaza fue incluso inferior al mínimo hipócrita usual prescrito para ocasiones como estas. La única reacción seria vino del gobernante turco y fue enterrada bajo un montón de burlas en Israel.
Durante los 70 años de existencia de Israel, sus gobiernos han pretendido anhelar la paz con el mundo árabe y antes de eso, los líderes sionistas hicieron lo mismo. Desde el acuerdo de Oslo, el gobierno también fingió buscar la paz con el pueblo palestino, cuya existencia negó hasta entonces.
Durante el reinado de Netanyahu, incluso esta pretensión se ha evaporado. Al principio, Bibi pronunció algunas palabras que se interpretaron como defensa de la solución de los dos estados. Pero han sido olvidadas desde hace mucho tiempo. Ahora, incluso la hipocresía ha sido barrida. Se acabaron las ofertas de paz, las “concesiones dolorosas”, nada. Ignorancia total del Plan de Paz Saudí, olvidado desde hace largo tiempo).
¿Por qué? Porque no hay posibilidad de paz sin la creación de un estado palestino. Y esa paz requiere del abandono de partes de la “Tierra de Israel”. Netanyahu lo sabe bien. Él ni sueña con hacerlo.
¿Duele esto en la arena nacional? Todo lo contrario. ¿Lastima esto en la arena internacional? De ningún modo. Quizás lo opuesto sea verdad. Cuanto más se alejen las posibilidades de paz, mayor será su popularidad.
A un líder con tanta suerte, ¿quién se le enfrentará? ¿Qué político, qué periodista, qué multimillonario? Todo el mundo lo adula. Todos quieren servirle. Todos, menos unos pocos idealistas y otros idiotas.
¿QUÉ SUCEDERÁ cuando, finalmente, el jugador increíblemente afortunado comience a perder?
La historia está llena de héroes que tuvieron una suerte legendaria. De quienes conquistaron países y continentes, hasta que llegó el día amargo. Napoleón, por ejemplo. O su sucesor alemán, cuyo nombre no debería mencionarse en este contexto.
Una persona que tiene demasiado éxito inevitablemente se convertirá en un megalómano, su equilibrio mental se alterará.
Caminará un kilómetro de más y se caerá en el abismo.
Y cuando caiga, arrastrará a todo el país.
Tal vez la suerte de Netanyahu continúe por algún tiempo. Quizá él todavía tenga más y más éxitos… Hasta que deje de tenerlos.
¿A hacia dónde se moverá Netanyahu desde la vertiginosa altura de sus éxitos?
El sentido común diría que ahora debería cambiar las fichas que ha ganado, las que están ante él sobre la mesa, la mesa del país, y ofrecer a los palestinos y al mundo árabe una paz generosa, que garantizaría la paz de Israel para las generaciones futuras. Siempre es sabio que un país haga las paces mientras se encuentra en el tope de su poder.
Pero Netanyahu no es lo suficientemente sabio como para hacerlo. Él va a continuar en su senda actual.
Tal vez sea capaz de contenerse y no conducirnos a una guerra con Irán, una guerra que ambas partes perderían. Sería una guerra destructiva, catastrófica. Quizás Bibi es lo suficientemente inteligente como para evitar esta trampa. A menos que las investigaciones por delitos en su contra se acerquen demasiado al juicio y su futuro esté en peligro. La guerra es siempre el último refugio de un gobernante nacionalista.
Incluso sin guerra, el rumbo de Bibi conduce hacia un estado de apartheid. Sencillamente, no hay otra posibilidad: el “Estado Nación Judío”, desde el Mar Mediterráneo hasta el desierto, con una mayoría árabe que crecerá inexorablemente, hasta que el equilibrio de poder dentro del estado cambie, la situación internacional cambie, y la fuerza de voluntad de la herrenvolk ̶ la raza superior ̶ se debilite.
Eso ha ocurrido en la historia una y otra vez, y eso nos sucederá a nosotros. El Estado Judío se convertirá en un estado binacional, con una reducción de la minoría judía, porque los judíos no querrán vivir en ese país.
¿Cuándo? ¿Dentro de cincuenta años? ¿En cien años? Al final del glorioso capítulo sionista, los judíos nuevamente se dispersarán por todo el mundo.
NO ME GUSTA ser el profeta de la fatalidad. Me duele el corazón cuando veo a las masas cautivadas por su carisma y lo siguen a la perdición.
Me recuerda la leyenda del flautista de Hamelin.
En Hamelin, una pequeña ciudad en Alemania, hubo una plaga de ratas. Desesperados, los burgueses convocaron a un famoso exterminador de ratas y le prometieron una generosa recompensa.
El experto tomó su flauta y comenzó a tocar. La melodía era tan dulce que todas las ratas salieron de sus agujeros y lo siguieron. El Flautista de Hamelin las condujo hasta el río, donde todas las ratas perecieron ahogadas.
Después de deshacerse de las ratas, los burgueses se negaron a pagar el precio acordado.
Entonces el Flautista de Hamelin volvió a echar mano a su flauta y comenzó a tocar. La melodía fue tan dulce también esta vez que todos los niños de la ciudad dejaron sus hogares y lo siguieron. Y él los condujo al río, donde todos se ahogaron.
Bibi Netanyahu, el flautista de Hamelin. Algo aterrador.