Debajo de una bombilla entristecida. Apertrechado de un té caliente para las bajas temperaturas. La figura de sí en soledad. Afuera la lluvia cae. Ensimismado sobre el sofá caliente, la palabra se piensa a sí misma en un empoderado gesto de reflexión. Las preguntas saltan, una tras otras, como tiernas crías que alzan vuelo. Debajo de tantas inquietudes, solo hay una certeza imperante: el cuerpo que pregunta.

La metáfora de la voz interior es mera distracción ante esta verdad tan hecha de carne, agotada, flagelada por los otros y por aquella historia reunida en una síntesis cuya inteligibilidad más propia es saberse ficción. Entonces, el cuerpo se instala en el justo instante en que el eco interior se aviva como fuerza centralizadora. Las imágenes adquieren su contorno, su fugaz contorno bajo los límites del concepto. Sé que no soy algo distinto a este cuerpo que pregunta, pero no sé qué figura construir de mí, alejado de mí en la medida en que no soy un sí.

¿Soy el rostro que se muestra ante los otros? No lo sé. ¿Soy esto que recojo de mí en el tiempo? Tal vez. ¿Qué de verdad hay en mi construcción de una figura de sí que aún no acaba? Las ilusiones. Los fragmentos de mis vivencias. Los sueños. Las voluntades. ¿Lo que otros hicieron de mí?

Pensarse es tan solitario que solo allí descubrimos las presencias pobladas de memoria, los rostros que nos conminan al desafío por una vida ética y que jalonan el pasado y el futuro en un presente presentificado. ¿Soy el proyecto soñado o el fracaso deshecho a fuerza de realidades? ¿Hay virutas de mí sobre el despojo de los buitres del ser?

El Oscuro profetizó, con aquella voz hecha de ríos y de átomos: “Todo fluye” entre el vacío y el contenido. En el eterno fluir de las cosas, el cuerpo que se pregunta construye, imaginativamente, el sentido de una voz prestada en sus orígenes. Hay un orden en este discurso de decirse que nos viene de lejos, cargado de límites y posibilidades para otras tierras remotas. La invención de sí mismo es la invención del otro. La historia es una larga tradición de expropiación de carnes y voces. La moneda, su síntesis más patente.

La alteridad de otro cuerpo silenciado se hace presencia. El tiempo adquiere sus contornos en el vaivén de las miradas. Allá o aquí es el mismo deseo. La premura acorta la distancia. El lenguaje ya no es límite del mundo porque el sí ha sido silenciado por otro sí que desea multiplicarse. La figura de sí que buscaba en mí la hallé en otro sí que buscaba en mí. Tal vez esto soy: un cuerpo que se busca a sí en la alteridad de otro cuerpo, situados en el mundo. 

En el encuentro es cuando la figura de sí se hace sonora. El silencio se aparta del mundo en provecho de todos. Ser o no ser ya no es relevante porque el nosotros antecede cualquier medida. El camino del lenguaje es el camino hacia el otro desde lo que soy haciéndome. El silencio de sí desvela la corteza del lenguaje.  El habla revoltosa y estridente de los colores acalla con recodo lo vasto de la otredad. Llegar al otro para descubrirse en sí mismo.

(Este ejercicio de pensamiento se hace con el mero propósito de expresar en “otro” lenguaje lo que fue dicho y apropiado por mí. Lo que suele escabullirse justo en el momento en que hay que ser disciplinado y escribir para pensar es mejor hacerlo desde lo figurativo del lenguaje, en donde hay más comodidad para la culpa que se siente cuando queremos decir algo en un lenguaje y no nos sale. De vez en cuando es bueno soltar todo lo cotidiano que abruma y largarse del mundo, sin perder el camino cierto del que desea vivir una vida bajo la luz del pensamiento. Que no significa ser algo especial o económicamente productivo, pero, al menos, es ligeramente placentero y satisface el espíritu de búsqueda. Después podemos volver por los derroteros en que estamos como colectividad y como persona. Tal vez la salvación colectiva es también individual).