Me impresiona, y veo que a los gobiernos del mundo les preocupa, el enorme poder de internet y de sus redes sociales para generar respuestas rápidas ante determinadas situaciones. Las movilizaciones que antes demandaban enormes campañas de persuasión hoy se convocan sin más a través de nuestros móviles o por las redes sociales.

Lo vimos en días pasados cuando en más de mil ciudades de 87 países del planeta centenares de miles de personas, que sumadas todas debieron hacer varios millones, ciudadanos "indignados" protestaron contra el sistema político y económico que fracasa a la hora de resolver la crisis mundial. Facebook y Twiter regaron el llamado y facilitaron una masiva respuesta de dimensiones realmente colosales. Esto significa que en tres cuartas partes del planeta se respondió a esta convocatoria.

De este movimiento de los "indignados" escribí hace apenas dos semanas diciendo que se limitaban a manifestar su indignación y que, al carecer de propuestas alternativas a la crisis corría el peligro de quedarse en palabras que el tiempo y el viento acabarán llevándose.

Justificaba, de todos modos, esta carencia de propuestas diciendo que no es a los ciudadanos de a pie a quienes corresponde diseñar las salidas a la crisis pues esta es tarea técnica de los expertos economistas, entre otros.

En estos días leí una entrevista que en el periódico español El País le hacían a un sociólogo y filósofo polaco, conocido por sus teorías de "la modernidad líquida" en las que se refiere a las manifestaciones de este colectivo, ya mundial, de los "indignados".

Preguntado Zygmunt Bauman sobre si en su opinión, los indignados lograrán combatir los abusos de los mercados, promover una democracia real, reducir las injusticias y, en suma, mejorar la equidad en el capitalismo global, responde, como buen profesor, echando para atrás y generando un razonamiento que quiere explicar por qué se ha llegado a donde ha llegado el mundo.

Dice que desde hace ya 20 años viene hablando de una sociedad que no podría mantener la ilusión de que todo cambio acarrearía una solución permanente. Él llama a esto "modernidad líquida". Al parecer ya estamos en ello, la nuestra es una sociedad líquida amenazada de evaporamiento.

Para Bauman el  origen de todos los graves problemas de la crisis actual se debe a "la disociación entre las escalas de la economía y de la política". En tanto las fuerzas económicas son globales y enormemente poderosas,  los poderes políticos son nacionales y penosamente débiles.

Lo que está diciendo no es otra cosa que la creciente globalización se ha convertido en una fuerza nefasta que hace de los políticos unas marionetas incompetentes y sin poder a la hora de corregir los desmanes de las fuerzas económicas mundiales.

No es de extrañar entonces, que para este pensador el movimiento de los indignados sea más emocional que una fuerza transformadora en si misma pues la emoción, dice, "apta para destruir resulta especialmente inepta para construir nada".

También es "líquida" la emoción, opina este sociólogo que reduce todo al estado líquido, porque hierve mucho pero también se enfría unos momentos después. "La emoción es inestable e inapropiada para configurar nada coherente y duradero".

No sé si está, o no, Bauman en lo cierto. Me gustaría que no lo estuviera y que de esta lucha de los indignados se pueda esperar que en algo cambie esta sociedad nuestra, sea o no líquida, amenazada o no de evaporarse.