La sociedad dominicana, sin distinciones sociales, está sencillamente acorralada, por la debilidad política de nuestras instituciones y por la pasividad de una oposición dividida que siempre, como si fuera un grupo empresarial,  solamente piensa en sus intereses, igual que lo hace una minoría de funcionarios que en su fuero interno desearían que el gobierno del licenciado Danilo Medina fracase.

La necesaria y proyectada Reforma Fiscal que nos presenta el gobierno del licenciado Danilo Medina está, a mi juicio, sencillamente divorciada de la realidad. Estoy convencido de quienes  le asesoraron para elaborarla jamás pensaron en las repercusiones sociales que pueden derivarse de ese mamotreto, pues de otro modo no podría ser calificado. La culpa se le está atribuyendo al presidente Medina, cuando todos sabemos que eso sería injusto.

La gente común sabe que hay que buscar una solución al déficit fiscal heredado por la actual administración. Pero también esa misma gente no acepta que se aplique la “ley del embudo”, una pirámide invertida que solo perjudica a los de abajo, a los menos pudientes de nuestra sociedad.

La duplicación de los precios de los cigarrillos y las bebidas alcohólicas contribuirá, sin duda alguna, a mejorar la salud. Pero si se analiza bien, perjudicará la recaudación de miles de millones de pesos que actualmente recibe el gobierno de las empresas tabacaleras y productoras de ron, cervezas e importadoras de whisky, cuando por falta de dinero los fumadores y borrachones disminuyan sus gastos o sencillamente dejen de comprar el vicio que los alimenta.

La Reforma Fiscal proyectada establece  un impuesto de un (1%) sobre el patrimonio inmobiliario total de las personas físicas, vale decir una vivienda de cinco millones de pesos,  el cual será determinado sobre el valor que establezca la Dirección General de Catastro Nacional. Si bien se exceptúan a las personas mayores de 65 años que demuestren la propiedad, esto significa que un matrimonio joven, por ejemplo, que adquiera una vivienda de ese valor para pagarla en 20 años,  tendrá que pagar el impuesto, además de los pagarés del financiamiento, si acaso perdura en el empleo por tanto tiempo, algo inseguro. Hoy día, en la zona urbana de Santo Domingo o alguna de sus áreas periféricas, cualquier “rancho”, para decirlo de algún modo, vale cinco millones de pesos, no tanto por su estructura sino por el valor de la tierra, dependiendo del lugar.

En otro orden, obligar a las empresas de Zonas Francas a que paguen un diez por ciento sobre sus dividendos es condenarlas al fracaso, como quien dice conminándolas  a trasladarse a otros países donde no pagarían impuestos, aparte de que hay contratos vigentes con el Estado de hasta 20 años, que serían violados. Pero además obligándolas a despedir empleados, en caso de que se queden en el país. Si eso sucede, se agravaría el desempleo, con repercusiones sociales que es mejor no vaticinar.

El caso de las Zonas Francas   se refiere a algunos aspectos que tocan los intereses del sector empresarial, no siempre dispuesto a ceder siquiera una parte de los privilegios de que disfruta. Hay que mencionar  lo que concierne a lo popular, como es el aumento de un10% a las telecomunicaciones, aparte del 28% que ya tienen, en el caso de las telefónicas. Sería lógico que las empresas de ese sector carguen a sus clientes dicho 10%, lo que sin duda alguna atenta contra el derecho de los ciudadanos a comunicarse razonablemente sin sacrificar tanto sus bolsillos. Pero, además, la aplicación de un aumento en el ITEBIS a una gran parte de los productos que consume la población, aunque no se apliquen a la canasta familiar llamada “básica”, sin duda alguna que se traducirá en un gran descontento popular.

El establecimiento de un 1% al valor de los vehículos de motor, en función de su valor, eliminando el marbete o placa, será otro problema. ¿Quién determinará el valor del vehículo? ¿Impuestos Internos o el dueño? ¿Qué pasará con los grandes camiones, furgones y patanas que transportan alimentos y combustibles? Hay vehículos de ese tipo que valen varios millones de pesos. Si se les aplica el 1% por ciento proyectado sobre su valor, ¿cuánto pagaría un tanquero, por ejemplo, que cuesta aproximadamente cuatro o cinco millones de pesos? Los llamados “dueños del país”, es decir aquellos sindicatos empresariales del transporte que impiden a los empresarios privados usar sus propios camiones para sacar cargas de los muelles, ¿se quedarían tranquilos, como si esperaran a Godot, aquel personaje del absurdo de  Samuel Beckett que nunca llega?

Somos muchos los dominicanos que nos ilusionamos tras escuchar el discurso de toma de posesión de Danilo Medina. Un discurso brillante, que despertó ideas de renovación en la sociedad dominicana. Pero ahora resulta que todo lo que dijo el presidente está rodando por el suelo, como un balón de acero que amenaza con golpearnos a todos.

Es muy prematuro afirmar que el presidente Medina ha desertado de sus ideas humanísticas originalmente forjadas en la izquierda. Es cierto que los tiempos han cambiado y que el mundo de hoy está dominado por la llamada globalización y  la biodiversidad,  que  corroen las fronteras que la modernidad había considerado como salidas e infranqueables. Las instituciones políticas, confinadas territorialmente y ligadas al suelo, son incapaces de hacer frente a la extraterritorialidad y al libre flujo de las finanzas, el capital y el comercio. Hoy día, ningún gobierno dominicano se ha atrevido a citar, por ejemplo, a empresas  extranjeras para discutir los ventajosos contratos de que disfrutan,  sin lesionarles sus derechos adquiridos.

Es razonable pensar que ahora mismo el presidente Medina está en una expectativa dificilísima,  porque aparte de  lidiar con tantos problemas, tiene que moverse en las  aguas tormentosas  que en  grandes botes son recorridas por los dirigentes del Comité Central del PLD, sin cuyo concurso no podría hacer un buen gobierno, lamentablemente, aunque resulte odioso apoyarse en muchos descalificados moralmente para lograrlo.

Los cambios son buenos, pero no en la forma en que se nos presenta la llamada Reforma Fiscal. Según  el filósofo polaco  Zygmunt Bauman,   el cambio social tiene que ser un producto necesario y dinámico. Una vez comprendida la relación entre la sociedad sólida (seguridad, contenidos, valores) y la sociedad líquida (movilidad, incertidumbre, relatividad de valores), el segundo paso necesario es modificar la realidad y comprender que la vía del cambio es la única posible y la única necesaria, además de ser oportuna, para evitar los conflictos sociales y mejorar las condiciones de vida.

Si en nuestro país el presidente Medina y los demás políticos del escenario nacional  no desean  esos  “conflictos sociales”, lo mejor sería que se sienten en una gran mesa de negociaciones, donde estén representados todos los sectores de la sociedad, para establecer un verdadero proyecto de Nación, aunque pensándolo bien esto no pasa de un sueño  del autor de este artículo, porque lo primero que tendrían que hacer los participantes es despojarse de sus propias pasiones, algo casi imposible en los seres humanos, sobre todo si no piensan en la Patria, a muchos de los cuales les importa un carajo.