Actitudes de algunos revelan niveles intolerancia preocupante

La crítica vertida por distintos medios a las actuaciones de funcionarios públicos de todos los órdenes muchas veces provoca reacciones por parte de aquéllos a quienes les molesta o perturba ser objeto de lo que ellos erróneamente entienden como ataques personales.

Todo aquel que asume el ejercicio de una función pública, sobre todo si es la "cabeza" de algún órgano, está llamado a defender el Estado de Derecho en que se sustenta la democracia concebida como ejercicio de libertades públicas, una de las cuales es la libertad de pensamiento, y el derecho a expresarlo abiertamente, observando, claro está, las limitaciones que establecen la Constitución y la ley.

Sin distinguir al poder público al que se pertenezca todo funcionario está en el deber de estimular las libertades de todas las personas o de grupos quienes han de tener la posibilidad efectiva de  poder criticar libremente a quienes ejercen el poder, de modo que su crítica, reclamo o disconformidad sea de algún modo conocida.

El ejercicio de este tipo de libertades, como la de expresión y difusión del pensamiento, de asociación, de imprenta, de culto, entre otras, han de ser vistas como genuinas manifestaciones de democracia en el seno de las instituciones públicas y en la propia sociedad. Pero la realidad es otra en nuestro país, pues las actitudes de algunos revelan niveles de intolerancia preocupantes.

"El aumento del conocimiento depende por completo de la existencia del desacuerdo". Esta sabia frase atribuida a Karl Popper, encierra una gran verdad: el disenso enriquece el obrar humano y consolida una sociedad plural. En su libro "La sociedad abierta y sus enemigos" este filósofo austríaco traza las pautas para la construcción de una sociedad abierta, lanzando una excelente crítica a los enemigos de la democracia, como el totalitarismo, el anti individualismo, y, en general, todo lo que atente a la libertad individual del hombre, es representativo de sus enemigos.

Los poderes políticos en República Dominicana no escapan a esa confrontación eterna entre las fuerzas que asumen la realidad tal como es, o sea, como un mal inevitable y aquellas que  anhelan la perfección. Las primeras tratan de corregir a los ciudadanos para que se "ajusten" a la realidad que pretenden, que es lo que Popper denominaba "sociedad cerrada", donde la libertad no es entendida como un valor sino como una amenaza, y donde una serie de dogmas inalterables impulsaban el desarrollo de la sociedad, prohibiéndose y persiguiéndose toda crítica de los mismos.

En cambio, la "sociedad abierta" se configura como toda sociedad que soporta la crítica política y social, la libre circulación de ideas y los cambios y reformas inspirados en pensamientos que han conseguido superar, provisionalmente, el juicio de la crítica.

Todos aquel que ostente o aspire a cargos públicos, sobre todo aquél  o aquella que ostente la máxima dirigencia de algún órgano público debe tener consciencia de que la expresión y manifestación del disenso, escucharlo, responderlo y tomarlo en cuenta son procesos importantes para el sano crecimiento de la sociedad y de sus instituciones,  pues cumple la función positiva de abrir espacios donde se pueda manifestar el verdadero pluralismo social.  Hemos presenciado discursos en donde el nuevo Presidente de la Suprema Corte de Justicia, Dr. Mariano Germán Mejía expresa su parecer cónsono con las ideas vertidas en este trabajo.

Termino mis reflexiones con una frase del pensador liberal Norberto Bobbio, quien al darse cuenta de que el consenso tiene sus limitaciones afirmó: "El disenso es una necesidad de la democracia pues es, el que puede hacer posible las promesas no cumplidas de ésta".

Siempre estaré vigilante de que la democracia esté presente en  todos los asuntos en los que por alguna razón debo intervenir. ¡Enhorabuena!