Autores: Dra. Clara Melanie Zaglul Zaiter y Julio Leonardo Valeirón.
Por varias razones me animo a realizar una nueva entrega sobre el tema de la tercera edad que de inmediato explico. Lo primero es la “oferta” que Melanie Zaglul (esa misma, la hija del Dr. Zaglul y la Dra. Josefina Zaiter a quien me une una profunda amistad desde hace ya muchísimo tiempo) para que escribiéramos algo más sobre el tema de manera conjunta. Ella, que siguió los pasos de sus padres, se especializó en psiquiatría, y ha dedicado gran parte de su vida profesional en Madrid, al acompañamiento de personas envejecientes. Pero, además, otras personas me han escrito por WhatsApp, correo electrónico e incluso, algunas que otras llamadas telefónicas, manifestando el interés que el tema les ha suscitado y, además, como me pasa a mí mismo, es que ya somos parte de esa franja poblacional, quiere decir que hay una razón personal, por demás. Un último interés viene, porque a mi esposa Mirthia Ochoa la conocí por mediación de una apreciada amiga, Altagracia Bacó, a quien ella le había manifestado su interés de contactar a un psicólogo que le ayudara con su tesis de
arquitectura, y que el tema era precisamente, “Estimulación de la conducta de los ancianos a través del espacio”. Ese importante trabajo se concretó en una propuesta de un asilo de ancianos que cumpliera con todas las condiciones necesarias, a fin de las personas envejecientes contaran con un lugar sin barreras y texturas diferentes tanto a nivel horizontal como vertical que le facilitaran su traslado de una manera segura, amén de áreas donde realizar diversas actividades desde ejercitarse, sembrar, etc., y que, además, les sirviera de estímulo para una vida saludable. Espacios y comportamientos, sigue siendo un tema pendiente.
Iniciamos con una pregunta muy clara: ¿Está nuestra sociedad adaptada para personas con necesidades especiales, tanto desde el punto de vista sensorial o con algunas limitaciones motoras? La respuesta sería obvia, ¡claro que no! El ruido contante, todos los obstáculos con que nos encontramos al caminar por las aceras (si es que las hay), las cuales generalmente o están en mal estado o bloqueadas por vehículos o negocios de todo tipo, tarantines, etc., un tráfico agresivo y bastante desorganizado, las altas temperaturas, incluso, las actitudes negativas de muchas personas frente a las personas envejecientes, entre otras cosas, son factores que obstaculizan el desplazamiento y la socialización en ese tramo de edad, y el resultado, generalmente, es la tendencia al aislamiento.
La vejez, desde el punto de vista europeo y mundial no es una enfermedad, es una condición del desarrollo que, por lo general, se asocia a enfermedades crónicas y déficit motores y sensoriales, lo que dificulta el nivel de autonomía personal, así como la dinámica de conductas evitativas y de protección en la persona adulta. Parecería que hemos olvidado para quienes son las ciudades y quienes vivimos en ella.
Por supuesto, la creación de espacios comunes y adaptados para personas con características de vulnerabilidad sería una opción. Hace ya unos años, en la ciudad de Vancouver, Canadá, pude conocer una zona residencial para personas en ese tramo de la vida, e incluso, servicios de transportación “gratuito” para llevarlos de compras y de paseos, y satisfacer cualquiera otra necesidad que requiriera desplazamientos. Al preguntar sobre esto, la respuesta de una amiga canadiense fue “obvia”, esas personas han sido responsables con su trabajo, de la ciudad y el país que tenemos. Es decir, hay una conciencia ciudadana y de estado.
Ahora bien, ¿cómo se detecta el efecto del aislamiento? Las secuelas psíquicas que genera la soledad en los ancianos son muy amplias, y se pueden desarrollar y explicar con síntomas que a todos nos serían familiares: baja autoestima, sentimiento de inutilidad, desapego, aislamiento de protección, apatía, anhedonia, que es la incapacidad de disfrutar de las cosas de la vida y de la cotidianidad, como también irritabilidad por el sentimiento de frustración que genera el déficit o las dificultades que experimenta y la falta de interacción con el entorno íntimo y familiar. Por ejemplo, un simple déficit auditivo puede generar tendencia a la falta de orientación en el entorno, y ello así, por falta de información y estímulos, y no porque la persona tenga problemas de deterioro cognitivo. Un diagnóstico precoz de otosclerosis (crecimiento óseo anormal en el oído medio que causa pérdida de la audición) puede solucionar estos problemas. Añada a todo esto lo que suele denominarse como “pseudo demencia” o imposibilidad invisible para la socialización.
Como en otras patologías, como la detección temprana de cáncer y alteraciones metabólica, también se puede incluir la preparación para una vejez plena, que inicie con un diagnóstico precoz y con campañas de divulgación y educación en torno a la tercera edad. Por supuesto, hacen falta políticas sociales de protección y concientización social sobre los envejecientes, que les ofrezca oportunidades para poder seguir siendo útiles a la sociedad. Son muchas las necesidades sociales que una persona envejeciente puede suplir, con la debida orientación previa en las escuelas, hospitales, oficinas públicas, centros comerciales incluso. Hace unos años, participé de una exposición de pinturas que un grupo de “maestras jubiladas” hicieron en el mismo edificio que ocupan las oficinas centrales del Ministerio de Educación, las cuales solicitaban apoyo para que se instalara una escuela de artes para personas jubiladas, que les permitiera incluso, desarrollar otras competencias y habilidades para continuar desarrollándose y sentirse útiles en la sociedad.
A principio del año pasado conocí la Biblioteca Central Oodi de Helsinki, Finlandia, un espacio público, que simboliza la relación gobierno y población, y actúa como un recordatorio del mandato de la Ley de Bibliotecas Finlandesas para que estas promuevan el aprendizaje permanente, la ciudadanía activa, la democracia y la libertad de expresión. En sus instalaciones usted encuentra una cafetería, un restaurante, un balcón público, un área para actividades infantiles, una sala de cine, estudios de grabación audiovisual y un espacio de creación, además de las salas de exposición de libros, discos, películas, y por supuesto, de lectura. Pero también, área de desarrollo de otras habilidades, como costura, impresión 3D, diseño y confección de tarjetas de todo tipo, y un largo etcétera. Si quieres conocer más acerca de esta importante obra social visítala en: Oodi, Biblioteca central de Helsinki / ALA Architects | Plataforma Arquitectura. Un estado que le devuelve a sus ciudadanos, en obras de gran interés, el pago de los impuestos. Y que mejor manera que ofrecerles oportunidades de recreación y desarrollo personal.
El “envejeciente” cuenta con la sabiduría de la vida vivida. Si ha logrado conservarse en salud, es la “memoria histórica de muchos acontecimientos de la vida social de su comunidad o del país, que con el paso del tiempo se van esfumando”. Tuve la experiencia personal de contar con dos padres que nacieron en el 1913 y 14 y oír de su propia voz la experiencia del contexto social en que se desarrolló la tiranía trujillista, por ejemplo; como también la de mi suegro, que a sus 94 años vive relatando hechos y situaciones que acontecieron en su infancia, adolescencia y juventud en gran parte de la ciudad de Santo Domingo, pero de manera particular en los barrios de San Miguel, San Antón y la Zona Colonial.
De ahí que desarrollar programas que ofrezcan la oportunidad del intercambio entre personas envejecientes y jóvenes, puede ser una gran oportunidad para desarrollar en ambos segmentos de la población mayor conciencia del valor de una vida sana y saludable.
La mejor forma de curar y cuidar es educar; y en el caso que nos ocupa, la educación para la salud es el pilar que tiene una sociedad para realizar una verdadera prevención.
Ojalá que las actuales autoridades gubernamentales comprendan y vean en ello una gran oportunidad para el desarrollo de una política social para los envejecientes.