A pesar de haberse retirado de la política partidaria activa en 2007, la influencia de Tony Blair en la socialdemocracia está más viva que nunca, al menos en Europa, aunque menos en su país, el Reino Unido, gracias a un viejo laborista de la “old school”, apegado a los valores caros a la vieja socialdemocracia, el líder del partido, James Corbyn.

Como se recordará, Blair se hizo con el poder en el partido Laborista después de la muerte repentina del que era líder del partido en ese momento, John Smith.  Con una campaña de marketing muy bien elaborada con el lema “El Nuevo Laborismo”, un joven y apuesto Blair, siempre con una sonrisa en los labios y buen comunicador- una especie de Bill Clinton pero proveniente no de clase baja sino de la clase media alta inglesa- se hizo, primero, con el liderazgo del laborismo y, después, con el gobierno.

Blair no engañó, pues enseguida dijo que pensaba continuar todo lo bueno de la política de Thatcher. Lo que ocurre es que el thatcherismo fue un tsunami neoliberal e individualista en la política británica. Destruyó a los principales sindicatos y trató de arrasar con lo que el cineasta Ken Loach llamó en una magnífica película, El espíritu del 45, es decir, el laborismo de posguerra. El que creó el Servicio Nacional de Salud (NHS), las viviendas para los trabajadores y un papel más activo en la vida económica de los sindicatos.

Apoyado por intelectuales, que alguna vez fueron de izquierdas, como el sociólogo Anthony Giddens, que auparon la famosa Tercera Vía, Blair efectivamente continúo el espíritu del thatcherismo, especialmente en su subordinación al capital financiero, a las políticas de Washington  y en su repudio a las políticas sociales, dirigidas a la clase trabajadora, que estaba en el ADN del laborismo.

El cénit de lo que significaba Blair en política se encuentra en todos los episodios de burdas mentiras, manipulación mediática e incluso inducción al suicidio de un conocido científico reacio a avalar que Iraq poseyera armas de destrucción masiva. Todo era válido para obtener el fin buscado: la participación británica en esa ilegal, odiosa y criminal guerra, que fue el primer paso a todo el caos humanitario y político existente ahora en Oriente Medio.

El coste material y humano de esta y otras acciones humanitarias y liberalizadoras, es de centenas de miles de vidas y millones de personas desplazadas, cuyas expectativas vitales han sido destruidas. Todo eso fue hecho –nunca lo olvidemos-, enarbolando la bandera de la democracia. Bandera que comienza a ser más temida que el emblema de los piratas en los tiempos en que sus barcos surcaban el Caribe.

El corolario de todo ello es la práctica inexistencia de Estado árabes fuertes, laicos, relativamente prósperos y  dotados de un aparato militar bélico considerable. Eso sí, tenían gobiernos no homologables a las democracias occidentales, como es usual en los países árabes, en África y en parte de Asia. Y de hecho también en América Latina. Conclusión: ahora mismo la única potencia militar regional en Oriente Medio es Israel, contrabalanceada apenas con Irán, país éste en el punto de mira de Trump, Netanyahu y Arabia Saudita

El blairismo, en breve, fue la abierta y descarada derechización política de la socialdemocracia, la subordinación al gran capital financiero y a las decisiones coyunturales emanadas de la Casa Blanca y la dejación de los valores sociales y humanistas de la “vieja” socialdemocracia o socialismo democrático.

Hoy, en prácticamente toda Europa, la socialdemocracia no puede ser vista como alternativa al neoliberalismo, sino que está formando parte de una Gran Coalición de hecho con la derecha política y económica.

¿Está la socialdemocracia en crisis? Es aún peor, está desorientada, confusa, y como consecuencia necesaria de ello es, de más en más, políticamente menos relevante. Sin embargo, si se sabe el mal, se puede encontrar la cura.