El escenario, en materia política, de las dos primeras décadas de siglo XXI está cargado de diversas crisis, a las cuales las fuerzas partidarias hasta ahora no logran dar respuestas, que nos conminan a profundos análisis y al descubrimiento de nuevas oportunidades que nos lleven a la construcción de un nuevo relato socialdemócrata.

A día de hoy, los gobiernos de esta tendencia vigentes en el mundo son más excepción que regla, tras el surgimiento de nuevos y agresivos partidos “populistas" que compiten y ganan cada vez más apoyo de los votantes.

La falta de capacidad para instalar debates públicos desde la identidad socialdemócrata, tanto en el ámbito ideológico como el político, revela una pérdida de terreno en el plano intelectual que nos aleja mucho de la hegemonía política y cultural que logró durante largos tramos del pasado siglo XX la socialdemocracia.

Este proyecto político surgió en Europa y se solidificó en la alianza de clases común del proletariado y la clase media baja, en el contexto de los procesos del capitalismo industrial de los siglos XIX y XX, centrados en las cuestiones socioeconómicas.

Todos los pilares de la socialdemocracia se tambalean en la actualidad. Los estados-nación están debilitados, las identidades de clases y los sentimientos de pertenencia nacional pierden fuerza, incluso la dimensión socioeconómica pierde importancia en los conflictos políticos y sociales.

Las cuestiones de índole sociocultural han adquirido una relevancia nueva y se encuentran en el centro de los actuales procesos de reestructuración del paisaje político. Los efectos de los movimientos migratorios, del multiculturalismo, la integración regional, de la inclusión social, entre otros, han provocado  tensiones culturales que constituyen uno de los factores que más influyen en alejar a los votantes históricos de la izquierda.

Por ejemplo, los resultados electorales revelan que amplias franjas de las personas asalariadas, sobre todo del sector privado, votan cada vez menos a la izquierda, a pesar de que siguen compartiendo los objetivos socioeconómicos socialdemócratas. Existe un abismo cultural creciente entre las capas de dirigentes de esta corriente y los sectores populares que históricamente votaban por estos partidos.

Por otro lado, sociológicamente la socialdemocracia se presenta hoy como un movimiento de las clases medias bajas cuyo caudal de votos más estable se encuentra en el sector público y entre los migrantes.

En el marco de un capitalismo en cambio permanente el populismo le promete al pueblo llano, que necesita y demanda condiciones de estabilidad en todos los órdenes, la conservación del mundo familiar y nacional, a lo que la izquierda liberal ha reaccionado con un discurso negativo, calificando esta promesa como “antimoderna" y “xenófoba".

No tenemos respuesta definitiva a la interrogante de si la socialdemocracia, como proyecto político del siglo XX, tiene futuro en este siglo XXI. Lo que sí podemos afirmar es que esta continuará  siendo parte del escenario político por mucho tiempo pero, antes de alcanzar una posición hegemónica, debe procurarse una identidad propia y pasar por un profundo proceso de reflexión ideológica que le ayude a encontrar y ofrecer nuevas respuestas a las tensiones políticas, sociales y culturales del presente.

¿Qué visión de sociedad, dimensión económica y política debe ofrecer la socialdemocracia de hoy? La respuesta requiere de un relato nuevo, muy bien pensado y construido, ya que la aproximación al neoliberalismo, representado en la “Tercera Vía", condujo en múltiples sentidos a la crisis actual.

La buena noticia es que todavía existe la oportunidad de estructurar esa nueva narrativa  que concilie a sociedades altamente individualistas y extremadamente heterogéneas en lo cultural y al mismo tiempo sane sentimientos de pérdida de control y de abandono frente a fuerzas políticas y económicas globalizadas.

En el centro de este relato solo puede estar el individuo, la matriz de esa promesa tiene que ser la del empoderamiento de los ciudadanos desde su soberanía y su autorrealización. El reencuentro con el compromiso fundamental del socialismo democrático: la emancipación y la autonomía individuales.

En las últimas décadas la búsqueda de emancipación y felicidad individual vienen jugando un rol menor en el pensamiento político de la izquierda, exceptuando la meritoria lucha por la igualdad social de las mujeres y las minorías sexuales.

En su lugar, los partidos socialdemócratas han colocado otros objetivos, supuestamente más relevantes, como por ejemplo el discurso de la “Tercera Vía" que ha puesto en el centro de las preocupaciones políticas el aprovechamiento económico del individuo, en vez de colocar la “libertad y la autodeterminación".

La socialdemocracia debe recuperar el respeto por los proyectos de vida, las ambiciones y las preocupaciones de la “gente común". David Goodhart, pensador británico, propone a la izquierda la búsqueda de una síntesis posliberal, una línea pragmática y liberal que se centre en las emociones y necesidades reales de las personas. “Las personas están arraigadas a comunidades y familias, suelen percibir el cambio como pérdida y tienen una jerarquía de obligaciones morales (…) Estos lazos no son obstáculos que deban ser separados en el camino hacia una buena sociedad; más bien constituyen una de sus bases".

Descubrir la identidad de la socialdemocracia pasa por la estructuración de ese nuevo discurso que recupere su capacidad de conexión con la gente y procure la realización de la felicidad individual, de la libertad y de la autodeterminación, incluyendo los sentimientos de identidad y pertenencia a comunidades emocionales, desde la familia hasta la nación.  Sin olvidar la seguridad de un orden político que garantice la libertad, el bienestar y la participación política.

Hago una invitación a reaccionar ante el triunfo del dinero y de la arrogancia, como nos dice Josep Ramoneda en su libro “La Izquierda Necesaria”. En plena crisis parece como si no hubiera alternativa que acatar las recetas de austeridad y desregulación que imponen las élites, pero sí la hay, afirma el autor.

Por eso la recuperación de la izquierda resulta hoy tan necesaria, tan imprescindible. Porque sin alternativa no hay democracia.