Cuando el Presidente de la República puso el primer pie en el vano de la puerta del local, Juan Morris Durán tenía una réplica del sable del patricio Juan Pablo Duarte en alto. La multitud que copaba el lugar permanecía en silencio expectante. El primer mandatario enfiló en dirección a Morris, quien estaba parado detrás del pódium. En ese instante Morris dejó caer el sable sobre el podio y de pronto todos los presentes se pusieron de pies y entonaron las doce estrofas del Himno Nacional.
El presidente sorprendido se detuvo. Sabía que estaba pisando recinto sagrado: la Logia Perseverancia de Moca. Entonces, con la mano derecha sobre el pecho, esperó que concluyera el canto patrio.
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El ex presidente Leonel Fernández Reyna estaba viviendo entonces el período de transición de su gobierno y entregaba al Ing. Hipólito Mejía. Hacía a la sazón un periplo de despedida por diferentes pueblos, visitando organizaciones sociales y personalidades de prestancia.
En ese momento, el fenecido Juan Morris Durán, hombre de “armas a tomar”, era el presidente de La Unión de Juntas de Vecinos de Moca.
La Unión es una organización de segundo nivel. Integra y coordina los trabajos de cientos de juntas de vecinos de la provincia Espaillat. La particularidad de esta congregación descansa en su alta capacidad de movilización social.
Para que el lector tenga una idea de la influencia de esta Unión de Juntas de Vecinos, le daré algunos hechos. Gestionan un programa de televisión semanal en un canal local y otro programa en la radio a nivel nacional. Para su trabajo cotidiano poseen vehículos institucionales y sostienen una alianza estratégica con la Logia Perseverancia.
De manera que la UJVM puede, en cuestión de días, garantizar un encuentro con cientos de dirigente de organizaciones comunitarias en la provincia Espaillat. Desde la óptica del político, el conglomerado representa un capital insoslayable, capaz de aportar los votos para ganar las elecciones locales.
Pues Juan Morris llegó a la Logia Perseverancia, sita en la calle Restauración, antes de la 9:30 am, tiempo en que se programó la actividad con el presidente. El local estaba de bote en bote.
La hora del encuentro se acercaba. El presidente Fernández, célebre por su impuntualidad, no daba señales de aparecer. Morris se movía inquieto, de un lado al otro del salón. Le hervía la sangre de ansiedad y sudaba copiosamente. Unos minutos más tarde, no aguantó más.
Sacó el teléfono móvil de su bolsillo, y marcó el número de Leonel. Nadie respondió. Marcó otra vez, y otra… hasta que un espaldero del presidente respondió la llamada.
– El presidente no puede atenderlo ahora – dijo y cerró el teléfono.
La seca respuesta enfureció al líder comunitario. Morris insistió en llamar hasta que un miembro del equipo estratégico le atendió.
– El presidente está en una reunión con los empresarios y comerciantes de la provincia Espaillat, después de terminar irá donde usted. — Le dijo.
– Entonces, si los empresarios y comerciantes son mejores que nosotros, dígale a Leonel que se quede con ellos, que se olvide de la reunión con nosotros. – dijo lleno de rabia.
Fue una reacción inesperada para el engreído servidor del príncipe, quien turbado, decidió pasar la llamada al Dr. Fernández. Al pasar la llamada, sin embargo, cometió otra indiscreción.
– Señor presidente, es el loco de las juntas de vecinos, dice que se olvide de la reunión.
El ayudante del presidente lo dijo bajito, como en secreto, pero Morris, que estaba atento al teléfono, pudo escucharlo.
Leonel Fernández conversó con Morris Durán y acordaron una nueva hora para el encuentro. Los vecinos tendrían que esperar casi una hora más en la Logia Perseverancia. Una espera que Morris Durán aprovechó para reorientar el recibimiento al líder político.
– Le daremos el recibimiento que se merece –, dijo Juan Morris.
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De modo que concluido el himno, Fernández avanzó triunfante hacia la mesa principal. La gente lo saludaba, y él respondía con sonrisa y amabilidad extendiendo la mano. Morris lo presentaba con algarabía. Asumía el papel del buen anfitrión, como si toda su rabia hubiera pasado.
Pero entonces los ayudantes del príncipe trataron de colocar la “silla de alfileres” en el foro, como también le dicen a la silla presidencial. Entonces Morris, con dominio total del escenario, miró hacia atrás y, al ver la gigante silla exclamó:
– ¡y eso que significa! –. Sin titubeo los ayudantes le respondieron: esa es la silla del presidente.
Morris volteó hacia el auditórium. Escudriñó despacio la audiencia. Y sin siquiera pronunciar el nombre, dijo:
– ¡Si él no puede sentarse en nuestras sillas, que se vaya!