En la tradición dominicana hay un dicho que reza: "todo el mundo quiere la silla". Eso equivale a decir que todo el mundo aspira a ocupar la silla presidencial.
En efecto, existe en cada dominicano y dominicana la vocación de llegar a la presidencia para enderezar el país, para hacer que las cosas funcionen bien.
Ese espíritu presidencialista del pueblo dominicano emerge de la idea ancestral de que, no hay que ser un don tal o un don cual para ocupar la primera magistratura de la nación.
De hecho, Leonel Fernández nunca se imaginó que podría llegar a ser presidente.
El joven Leonel, que pasó de "delivery" que entregaba los despachos de una pulpería o bodega en Nueva York a estudiante pobre de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, sin ningún mérito de particular importancia en dicha Alta casa de estudios, jamás podía imaginar que un día llegaría a ser presidente.
Y, en efecto, ha habido hombres pobres en nuestro terruño, como mi tatarabuelo, el General Gaspar Polanco, que siendo analfabeto llegó a ocupar la presidencia y sí creyó que merecía la silla. Gaspar, como le decía mi bisabuela Juana Polanco, no fue a la escuela, como era típico en las familias sin apellidos sonoros del siglo XIX, pero fue, sin embargo, un incisivo estratega político y militar que dirigió los ejércitos dominicanos contra invasores haitianos y conquistadores españoles. De modo que su mérito para ocupar la silla devino de su trabajo eficiente en la milicia y en la política. Poco han escrito los denotados historiadores dominicanos sobre la labor independentista y restauradora de mi tatarabuelo Gaspar Polanco. Pues, como dije antes, no tenía un apellido rimbombante y era un analfabeto que se asumió públicamente como tal. Ello, a diferencia de mi tatarabuelo paterno, Juan Isidro Jiménez, que fue un hombre de letras y que, en cuanto tal, recibió reconocimiento y méritos a mansalva.
Y Leonel Fernández ¿Qué méritos había acumulado cuando llegó a la presidencia regalada por los rojos para destutanar a los blancos? (¡!)
Recuerdo cuando en los círculos intelectuales del país una connotada socióloga nos contaba que luego de ser nombrado presidente Leonel se miraba todos los días al espejo y se preguntaba:  "¿mamá, mírame, es verdad que soy presidente"? Y su madre le contestaba: "¡mi hijo, eres presidente, ve a hacer tu trabajo en palacio!".
Lo anterior denota una realidad pura y simple: cualquier persona puede llegar a ocupar la silla del palacio, no importa su origen étnico o racial, su sexo, su género, su identidad/orientación o preferencia sexual, su edad, su condición de clase, ni su nivel académico.
Ahora bien, algo nos queda claro en las actuales coyunturas geopolítica, económica, social y cultural de la República Dominicana de hoy: esa persona tiene que ser honesta, probo, responsable y justa, apegada a los principios éticos y humanos de la equidad y la justicia social con distribución equitativa de las riquezas.
Leonel con su modelo cartelizado de corrupción e impunidad representa un personaje del siglo pasado, cuyo carnaval pasó.
En este siglo XXI, que denomino el verdadero siglo de las luces, el pueblo dominicano no necesita en la silla un personaje tan nefasto, tan oblicuo, tan ayantoso y tan mentiroso como el plagista Leonel Fernández. Un hombre que, para "borrar" de los anales de la historia su origen pobre, destruyó la casa y la cuadra donde nació y la convirtió en un megacentro.
¡Fuera Leonel Fernández Reina de la cocina política!