A Thomas E. Woods le corresponde abrir este tradicional evento que reúne profesores, estudiantes y profesionales de todo el mundo interesados en la corriente austro-libertaria de la economía. Participó por primera vez cuando hacía su licenciatura en Harvard, en 1993, y asistió de manera regular mientras completaba su maestría y doctorado en Historia de la Universidad de Columbia.
“Socialistas y otros grotescos ingratos” es el título de su charla que inicia enfatizando que la ingratitud es uno de los peores defectos que puede tener una persona. Se recibe un favor que no se reconoce como tal, en consecuencia, no se siente en obligación de reciprocar a un benefactor que hasta llega a ofender y menospreciar. En esa categoría de personas terribles ubica a los socialistas: “Además de propiciar violencia, robo, atraso e ignorancia, entre otras cosas, son profundamente ingratos.” Entre sus antípodas, los libertarios, también critica la ingratitud de algunos contra dos pilares hicieron posible evitar la desaparición de la Escuela de Economía Austríaca: Lew Rockwell y Murray Rothbard.
La ingratitud de los socialistas la encuentra en no reconocer a la economía de mercados libres y competitivos el salto sin precedentes en el bienestar general de los pueblos, ofreciendo amplio abanico de contrastes entre la situación del mundo antes y después del capitalismo. El caso del trabajo infantil es un buen ejemplo. Medio mundo cree el cuento sobre el desplazamiento provocado por el capitalismo de familias del campo, felices y unidas en una vida placentera, a infierno insoportable en industrias urbanas.
La realidad es que los niños en el campo tenían que trabajar para no morir de hambre junto a sus padres y que después de la época de cosecha, tenían que dormir abrazados para evitar congelarse e invernar, como los osos, para no gastar energías no podían reponer por falta de comida. Salvar a los padres del hambre y a los niños de trabajar fue posible gracias al aumento de la productividad que llega al adoptarse filosofía liberal que elimina privilegios de las oligarquías mercantilistas.
Thomas Woods llama la atención sobre la inconsistencia lógica de los promotores de las leyes para impedir el trabajo infantil. Es la pobreza la que obliga a los niños a trabajar junto a sus padres, su apoyo a la economía familiar es crítico para sobrevivir y tener comida para subsistir. Una ley prohibiendo a los niños trabajar en esa condición de pobreza es condenar la familia a morir, la real solución es el aumento de la productividad del trabajo que permita, por decisión propia de los padres, eliminar el aporte vital de los niños. Precisamente eso fue lo que trajo la revolución liberal que permitió la movilidad laboral, libertad de contratos, eliminación de los privilegios de artesanos, trabas a la inversión, monopolios de mercaderes en el comercio y el funcionamiento de una economía de mercado.
Las leyes prohibiendo el trabajo infantil llegaron después que este proceso iba en marcha y se reducía aceleradamente la participación infantil en los trabajos, sin embargo, los ingratos socialistas atribuyen a éstas la salida forzada de los niños de la fábrica. Esto, ¡oh sorpresa!, fue seguida por un aumento sin precedente en niños pidiendo limosnas en las calles.
En su charla, Thomas Woods ofrece estadísticas impresionantes sobre las condiciones de vida antes y después del capitalismo que resume en lo siguiente: Los pobres de hoy tienen acceso a bienes y servicios que antes sólo recibía el 10% de la población, pero por este avance sin precedente en el bienestar el sistema de economía de mercado no recibe agradecimiento. Los socialistas atribuyen de nuevo esto a que se introdujeron leyes para un Estado Benefactor, sin tener en cuenta que se promulgaron en países que ya eran ricos por la expansión del capitalismo liberal. En Estados Unidos llegan estas leyes cuando la pobreza extrema era inexistente. La mayor participación en la reducción de la pobreza, enfatiza Woods, proviene de países de menores ingresos que no tienen ni pueden mantener los esquemas de beneficencia pública. Ese es un progreso más ligado al funcionamiento de economías buscan funcionar con mercados libres y competitivos.
Como prueba de la ingratitud hacia el capitalismo de libre mercado, Thomas Woods cita una encuesta realizada a ciudadanos de varios países del mundo con esta sencilla pregunta de selección múltiple: “En los últimos 20 años, el porcentaje de la población que vive en condiciones de pobreza extrema se ha: a) Duplicado, b) Mantenido en el mismo nivel, c) Se ha reducido en la mitad”. Esta última es la respuesta correcta, de 2 pobres en condiciones extremas de necesidad hace 20 años, uno ya superó ese nivel. Sin embargo, el 95% de los ciudadanos de EUA respondieron de manera incorrecta. ¿Por qué? El grupo de ingratos en los medios, la academia y la política que mantiene en la ignorancia a la población sobre las ventajas de la libertad económica y los mercados libres y competitivos.
Son esos ingratos los que han hecho más popular el discurso del problema de la desigualdad en la distribución que el de la creación de riqueza. Un sencillo ejercicio hipotético, más poderoso que las elaboradas ecuaciones de un modelo, ofrece Woods para que se entienda el absurdo dilema. Imaginarse que en el túnel del tiempo es posible irse al Siglo XVIII y mostrar a los pobres los bienes y servicios de los que puede disfrutar ahora: casas, electrodomésticos, aire acondicionado, calentadores, teléfonos, autos, transporte en aviones, trenes, barcos, escuelas, bibliotecas, hospitales, opciones de comida que superan las del más poderoso monarca y oportunidades para disfrutar el ocio en una “Convención de Bailadores de Salsa” o de la “Sociedad Observadora de Aves”.
Lo que los socialistas esperen que pase al final de este discurso del viajero en el tiempo a los pobres es que éstos reaccionen de la siguiente manera: “¡Esa carroza mágica que describes para viajar a todos lados con un aparato que te orienta por la ruta está muy bueno, pero nos va a dar mucha rabia cuando estemos allá que habrá gente que tenga uno más grande que el de nosotros!”. Para Woods esto no es estar en su sano juicio o ser una persona muy ingrata.
El discurso de odio de los socialistas es que toda la riqueza es producida por el obrero, que la explotación del capital lo llevaría a un nivel de subsistencia sería la chispa para la revolución. Cuando el capitalismo empezó a mejorar sustancialmente el nivel de vida de los trabajadores, entonces se inventaron el discurso de que lo importante es la desigualdad en la distribución de la riqueza. A esto acertadamente apunta Murray Rothbard que una cosa es armar una revolución por no tener un pan con que alimentarse que iniciar una porque mi vecino tiene tres autos en su garaje y yo apenas uno.
Ante los estudiantes que asisten de todas partes de Estados Unidos y el mundo a este seminario del Instituto Ludwig Von Mises, y los que siguen el evento de forma virtual, Thomas Wood aprovechó para destacar el aporte de Lew Rockwell en la creación del instituto ha sido la meca para la difusión de los pensadores de la corriente libertaria. Recordó la trayectoria de Murray Rothbard, el gran guerrero libertario, y mencionó los aportes de algunos de los colegas presentes que estarán dando las charlas: Walter Block, Tomas DiLorenzo, David Gordon, Andrew Napolitano y Jeff Herbener. El programa completo esta en el portal del Mises Institute y los videos están disponibles en su canal de YouTube. No se lo pierdan.