El pasado 28 de marzo de 2017 la selección ecuatoriana de fútbol se enfrentó, en el estadio Atahualpa de Quito, a su similar de Colombia. Guillermo Lasso, banquero multimillonario afiliado al Opus Dei, candidato presidencial en la segunda vuelta, estuvo en el estadio. Al finalizar el encuentro, Lasso fue sorprendido por una muchedumbre que le gritó insultos y arrojó algunos objetos. Entre los espontáneos que increparon al banquero, hubo afroecuatorianos. Cuando salieron a la luz pública imágenes de aquellos negros que, respaldando a Lenin Moreno, candidato de la Revolución Ciudadana, encararon al derechista Lasso, se desenmascararon muchas cosas del debate político ecuatoriano. Porque en la segunda vuelta en Ecuador, lo que está en juego, sobre todo, es una cuestión de raza y clase. Veamos.
Breve repaso histórico del racismo latinoamericano
En Ecuador, como en el resto de países de América Latina, la riqueza, el privilegio y la buena vida es cosa de gente blanca. Las minorías adineradas de Quito, Guayaquil y Cuenca, las tres principales ciudades del país, se constituyen de personas de fenotipo europeo; de gente muy orgullosa, por cierto, de su blancura la cual marca distancia con respecto al populacho indio, mestizo y afro que limpia sus casas.
Sin entender el racismo simbólico y estructural de nuestros países, no se puede entender América Latina. Somos sociedades construidas a partir de la idea de raza que los conquistadores europeos instalaron en nuestras tierras con el fin de clasificar al otro que encontraron aquí, al indio, así como al otro que trajeron, el negro africano, para, a partir de dicha clasificación, asignarles un lugar en la sociedad colonial. En el marco de la reconquista del sur de la actual España (que culminó en 1493 con la toma de Granada a manos castellanas), los hispánicos, para justificar el exterminio y sometimiento de su otro externo, a árabes y judíos de las tierras conquistadas, clasificaron por debajo del umbral de lo humano. Partiendo de que, en tanto no creían en el dios verdadero, esto es, el dios cristiano, se les podía negar su humanidad. Una vez clasificados por debajo de lo humano, convirtieron la excepcionalidad de la guerra (la legitimidad para matar al otro) en la normal con respecto al trato con árabes y judíos.
En las tierras conquistadas (el mal llamado nuevo mundo), los españoles introdujeron esa práctica que ya habían desarrollado en su territorio. El indio que aquí encontraron, en virtud de entendidos religiosos, fue clasificado por debajo de lo humano. Usaron esa misma lógica de negación de la humanidad del otro, para establecer la idea de raza (una idea que nunca antes había existido en la historia conocida). Las razas no blancas del mundo conquistado no eran humanas, y en tanto no humanas, se podían esclavizar y matar. Diezmada la población india de las nuevas colonias, los europeos trajeron negros africanos para realizar las labores que exigía la estructura productiva del mundo colonial. El negro fue esclavizado y sometido siguiendo el mismo criterio de negación de la humanidad del otro. Con el paso de siglos, conforme avanzaba la sociedad colonial, el lugar del indio y el negro en dicha sociedad siguió siendo el mismo. Ahora bien, la justificación de su deshumanización sí fue cambiando. De ser no humanos pasaron a ser salvajes, de salvajes a seres históricamente atrasados que se precisaba humanizar, y finalmente seres infantiles que había que conducir hacia su madurez. Lo blanco-europeo era lo contrario de todo eso. La lógica maniquea de la modernidad occidental fundada desde el sustrato de la sociedad colonial. Lo cual dio base a los discursos filosóficos, históricos, epistémicos, ontológicos y económicos que ordenaron y estructuraron la modernidad que todavía signa el mundo en que vivimos.
Finalizadas las colonizas terminó el colonialismo formal, pero sobrevivió la colonialidad, esto es, las lógicas y subjetividades de las sociedades coloniales. El mundo racial que otorga un lugar a los individuos en función de su color de piel, sigue ahí. Tomó, eso sí, otros matices. Pero en lo esencial, seguimos viviendo en sociedades racistas en las cuales la idea de raza está completamente presente. Las estructuras simbólicas y materiales que ordenan y dan sentido a nuestras sociedades son, por consiguiente, racistas.
La segunda vuelta en Ecuador
Era importante explicar las bases históricas antes expuestas, para aterrizar en el contexto de la segunda vuelta electoral en Ecuador. Lenin Moreno y Guillermo Lasso son los dos candidatos en contienda. Cada uno, por su historia de vida y el imaginario que hay detrás de sus discursos, representa una parte de la sociedad. Lenin Moreno es hombre de piel morena, nacido en un paraje casi inhóspito cercano a la selva ecuatoriana. Físicamente parece un ecuatoriano más; pudiera ser un chofer, un vendedor ambulante o un profesional de clase media forjado desde el esfuerzo personal. Pertenece a Alianza País: la fuerza política de izquierda que, de la mano de Rafael Correa, tomó el poder en 2007 e introdujo cambios fundamentales en la actual sociedad ecuatoriana desde una perspectiva política emancipadora, izquierdista y anti-imperialista. Las relaciones de poder internas del país se trastocaron. Las élites de siempre se vieron con un gobierno que no surgió desde ellas ni respondía a sus dictámenes; sino que más bien las enfrentó, y, sobre todo, les hizo perder privilegios en los planos simbólicos/culturales (con un discurso popular que enunciaba desde el lugar de las masas humildes) y materiales (vía el pago de impuestos, la redistribución de rentas e ingresos y poniendo la renta petrolera al servicio de las mayorías).
Guillermo Lasso es un multimillonario de la banca. Físicamente parece lo que es: un latinoamericano blanco y rico. No parece, salvo cuando se disfraza de ecuatoriano normal en las caminatas de campaña, un hombre del pueblo. Pertenece a la derecha política aliada del mercado, el capital internacional y la minoría privilegiada que antiguamente mal dirigió indemne el país. Mientras esa casta dirigía, Ecuador era un fantasma internacional y la renta petrolera se iba entre el pago de deudas ilegítimas y el enriquecimiento de élites adineradas. Sectores que apuestan al triunfo de Lasso para recuperar privilegios perdidos.
Las minorías ricas latinoamericanas, en tanto castas racistas que se significan en el ideal de humanidad que clasifica la gente según su raza, históricamente han despreciado nuestras mayorías. No conciben si quiera que la gente del pueblo -la chusma- asuma roles protagónicos en los derroteros políticos de nuestros países. Cuando surgen movimientos populares que colocan en el poder líderes de extracción popular, como Chávez en Venezuela (un mulato), Evo en Bolivia (un indígena), Correa en Ecuador (un mestizo de origen modesto) y Lula en Brasil (un trabajador), esa minoría privilegiada reacciona con virulencia. ¡La chusma sin clase ni estilo en el poder! ¡No puede ser!
De ahí la forma agresiva, mayormente al margen de la democracia, con que esa derecha rancia y oscurantista en su fondo, enfrenta “los gobiernos de la chusma”. La chusma es lo que, para los ricos ecuatorianos y los clasemedieros y pobres que se significan en el imaginario que, vía la hegemonía cultural, instalan aquellos, gobierna hoy día en Ecuador con la Revolución Ciudadana. Una chusma mestiza, morena, afro e indígena. Como ya no es aceptable insultarlos llamándolos indios, negros o cholos; pues los privilegiados han instalado el significante de “borrego” para referirse despectivamente a todo aquel que apoye la Revolución Ciudadana. Debajo del epíteto de borrego, lo que hay es la intención de despreciar al no rico, al pobre mayoritario, que no piensa como ellos ni se adhiere a su mundo simbólico en cual solo los ricos blancos pueden mandar.
Es, así las cosas, una cuestión de raza y clase lo que, a todas luces ahora podemos ver, determina el actual debate público ecuatoriano. Unos privilegiados que un mestizo del populacho, Rafael Correa, sacó del privilegio con el respaldo de las mayorías, que quieren a toda costa recuperar el sitial que entienden les corresponde. Los privilegiados que se ruborizan cuando un negro (ser negro es incluso peor que ser indio para estos señoritos) le dice en la cara al millonario blanco Lasso que votará por Lenin Moreno. Ha sido tanto el descaro de la Revolución Ciudadana y sus borregos, que ahora hasta los negros creen que pueden hablar, así pensarán los ricos ecuatorianos.
En las manos de los borregos mestizos, indios y negros de las mayorías humildes, está propinarle, al banquero blanco y millonario, una derrota incontestable el domingo 2 de abril. Sobre el 70% de la población ecuatoriana es de clases populares. Veremos si los pobres se asumen como borregos feos y desclasados, tal como los ven los privilegiados, o como mayoría politizada, con conciencia de clase y emancipada que sabe de su lugar y que, en ese contexto, sabe que la batalla grande está anclada en la lucha de clase y de raza.