La seducción, televisada hoy día como acto vulgar e inútil, vendida en todos los colores incluyendo el de la mentira, traicionada y olvidada, nos merece la atención y también su rescate. En un texto aparecido en el diario mexicano El Universal la autora nos incitaba a meditar sobre la seducción a partir de las observaciones de que “…seducir es morir como realidad y producirse como ilusión…el miedo del seductor es ser seducido, pero es el ser seducido lo que resulta seductor…”

Proveniente del griego apatáo (engañar, defraudar, traicionar), en su acepción latina seducir es seducere: engañar, persuadir suavemente al mal. Una definición opuesta a la de los clásicos cuya contextualización se originó en la traducción de la Biblia de San Jerónimo, hecho que me lleva a sugerir que históricamente la seducción ha viajado más allá de los territorios de la desidia, la mentira y la maldad. Ella es esencialmente un rito y acto de supervivencia, una propuesta que sus protagonistas rehúsan abandonar alimentándola en una danza que es ahora sueño y mañana realidad, un interminable bolero que es hechizo y es rechazo, y en consecuencia, pacto.

La historia y los personajes de Caperucita, La Celestina, Don Juan y La Bella Durmiente, son referencias literarias que en cada uno de sus contextos intentan con mayor o menor éxito reinventar la seducción: Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, es el arquetípico seductor fracasado en El Libro de buen amor; a Caperucita, a pesar de lo feroz de aquel animal, es la inocencia que le seduce; el éxito de La Bella Durmiente, su “final feliz”, es la antítesis de la seducción pues ésta se esfuma tras la consumación del logro.

El personaje de Juana de Castilla (Juana la Loca), hija de Isabel y Fernando, Reyes Católicos de la España de fines del siglo XV, casada por arreglo con Felipe el Hermoso, Archiduque de Austria, es reinventado a través de la colegiala Lucía y su profesor Manuel, quien obsesionado con Juana la Loca, transforma la alumna en reina. Se trata de El pergamino de la seducción, la  novela de Gioconda Belli caracterizada por la autora como “un intento de reivindicar a la mujer apasionada”. (Cabría preguntarse si acaso la mujer se reinvindica ejerciendo o siendo víctima de la seducción estilo masculino; o si tal como Juana la Loca, continúa sucumbiendo ante las tramas del poder del macho o de la historia oficial del mercado junto a la otra víctima: el hombre mismo).

La idea de que el logro final de la seducción indique “su muerte como realidad y su nacimiento como ilusión” es quizás mejor comprendida a partir de la fábula del pecado original: el consumo del árbol prohibido de la ciencia, del bien y del mal, resultado de la tentación del demonio, llevó al castigo de Adán, Eva y toda la humanidad. Les condenó al destierro del jardín del Edén, al pecado, a la muerte, la enfermedad y el trabajo. La historia narrada en Génesis 3:19 es de alguna forma compartida por las tres grandes religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e Islam), sin embargo, su interpretación varía entre  una u otra denominación. En el cristianismo, por ejemplo, la doctrina respecto a la seducción de Eva (que se establece a partir del Concilio de Cartago con los textos de San Agustín de Hipona) sostenía la noción de una corrupción fundamental de la naturaleza humana. Ulteriores interpretaciones antropológicas y psicoanalíticas de este pasaje bíblico le atribuyen una alegoría de acto sexual, adjudicándole a Eva una responsibilidad de pecadora, víctima ella a su vez de Satán, Shaitan, “el tentador”.

Las cartas de Cordelia dicen así: “Johannes, no te llamo mío…comprendo perfectamente que jamás lo fuiste y por eso me siento castigada con tanta dureza por haberme aferrado a esa idea, como a mi única alegría. Pero te llamo mío, mi seductor, mi embaucador, mi enemigo, origen de mi desventura, tumba de mi dicha, abismo de mi desdicha (…) te llamo mío y me considero tuya…” Se trata de Soren Kierkegaard, filósofo danés y cristiano radical del siglo XIX quien con indudable tono autobiográfico se confiesa en El diario de un seductor.

En este libro fundamental del pensamiento pre-existencialista, Kierkegaard se proyecta en un Johannes que no desea la posesión física (la cual destruiría la seducción misma), porque el sexo no la es, ni tampoco la niega, tal como afirma el poeta español Leopoldo Panero en homenaje:

No es tu sexo lo que en tu sexo busco

sino ensuciar tu alma: desflorar

con todo el barro de la vida

lo que aún no ha vivido

Kierkegaard es un angustiado ser que persigue alimentar y perpetuar la pasión por Cordelia invadiendo y sublimando cada rincón de sus emociones, sobreviviendo de esa forma la más profunda de las angustias: la incomprensión de su propia tristeza.

En la cronología del hombre Neardenthal se hace difícil estudiar el fenómeno de la seducción sin caer en especulaciones. A mi parecer, nuestros antepasados carecían de la conciencia de la seducción quizás por una razón esencial: tanto la hembra como el macho existían a merced del instinto. Con el transcurrir de los siglos, la evolución de la pareja se desarrolló paralelamente al grado de dominio que sobre la naturaleza ejercía el hombre; así, la aparición de asentamientos poblacionales llevó a la desaparición de la cultura nómada y las relaciones libres entre la horda. El culto a los dioses, las relaciones de poder (nobleza o clase) y finalmente la monogamia (en la cultura occidental), sellaron de manera definitiva los modelos de apareamiento humanos.

Por otra parte, si partimos del simbolismo de la seducción más allá de lo corporal, lo erótico o lo sentimental, notaremos que el acto de provocación artística, en su sentido mas lúdico, lleva en su seno el poder de la atracción, la evocación y la complicidad observador-creador. Es decir, se puede, y es deber de todo artista, sacudir el ojo, la memoria o el oído de quien recurra a cualquier expresión en pos de algo: sea ello la estricta y pura observación sensorial, el placer provocado por una pieza musical, un texto, un grabado, o en el mejor de los casos, la seducción del pensamiento.

¿Qué queda entonces de la fuerza reversible de la seducción? pregunta el ensayista Martin Cuccorese; el autor de Jean Baudrillard y la seducción se responde a sí  mismo indicando que “bajo el genio maligno de ella, todo escapa a su finalidad. Incluso al pensamiento se le escabullen sus propósitos. Desligado de cualquier función política, social o comunicacional, el pensar ya no es más que una apariencia que juega con otras apariencias, las del mundo”.

Hoy, hemos arribado al amor virtual del webcam y del chateo, la antipoesía en busca de pareja; a la satisfacción inmediata del momento Kodak y los mentirosos pixels de los comerciales; a los “manuales de conquista”, bajados del Internet que garantizan éxito por sólo $19.99. Hemos llegado al frío romance instantáneo y a la muerte de la imaginación: en el siglo XXI, control remoto en mano, perseguimos en  pantalla los vestigios de aquellas epopeyas de Quevedo o Baudelaire.

¿Acaso ha cesado el arte de provocarnos? Ocupadas nuestras existencias por el afán del mercado, ¿habremos olvidado los sueños? Mientras tanto, yo seduzco, tú seduces, y por favor no te detengas. Aún no hemos asesinado la esperanza.