Cuando en el otoño del año 1973 fuimos a estudiar a la capital francesa, era natural y esperado, que por dominicano y santiaguero por más señas, varios aspectos del nuevo entorno solicitaran nuestra atención tanto por su rareza, frecuencia o su permisividad,  ya que algunos ellos inspiraban el público rechazo o la muda reprobación social en el medio donde me había formado.

El notable número de personas leyendo en los transportes colectivos, parques y a orillas del Sena; el respeto y deferencia hacia los envejecientes; la gozosa condescendencia con los niños; la tolerancia con las mujeres que en las aceras ejercían el meretricio y el miramiento y admiración que se le tributaban al medio ambiente, representaban una parte nada desdeñable del comportamiento de este singular pueblo.

Habían sin embargo dos usos o prácticas que al estar desaprobadas por la mayoría del pueblo dominicano secuestraron inmediatamente mi curiosidad por el hecho de que en esta urbe los mismos no constituían ninguna afrenta o transgresión a las normas establecidas siendo asumidas por la población con la naturalidad con que se ostenta  una actitud legitimada por una larga tradición.

La primera era la enorme cuantía de individuos que en oficinas públicas, la Universidad y tiendas escribían con la mano izquierda – sobre todo mujeres –  disposición natural que por decisión familiar y escolar  era en mi país reprimida.  La segunda era la gran visibilidad de parejas cronológicamente asimétricas  es decir, que entre ambos cónyuges existía una evidente diferencia de años que en nuestra latitud es conceptuada, en el mejor de los casos, como excéntrica.

Cuando con posteridad tuve entre mi círculo de amistades parejas de este tipo, me apercibí que muchos de ellos no obedecían al típico viejo verde o la madame insaciable que buscan jóvenes para satisfacer su líbido sino,  que con reiteración era el miembro más joven de esta dispar unión quien estaba enamorado/a del mas adulto, atención o preferencia que en los inciertos campos de la sexualidad humana se llama gerontofilia.

Como sabemos, existen humanos que eróticamente sólo son atraídos por personas mayores, son excitadas en exclusividad por adultos incluso más allá de la denominada tercera edad, y aunque muchos sexólogos la consideran una parafilia – comportamiento sexual atípico – debo señalar en este artículo y como experiencia vivida, que esta predilección es muy común en todo el bajo vientre europeo.  Allí los otoñales tienen aun oportunidad.

La sapiosexualidad consiste en enamorarse perdidamente de la inteligencia o sabiduría de alguien obviando el cuerpo donde se aloja; prefieren en su caso el contenido al continente, y como esa pasión arrebatadora por lo común se domicilia en la juventud, en los Centros de Educación Superior, Instituto de Investigación y las Universidades, por estar dirigidas por personas intelectualmente sobresalientes, se registran a menudo atracciones de esta naturaleza.

Recuerdo que cuando estudiaba Agronomía en la UASD en los años sesenta del pasado siglo, algunos días abandonaba las aulas en la sede central para escuchar a Juan Isidro Jiménez, Dato Pagán, Mercedes Sabater de Macarrulla, Teófilo Carbonell o Julio César Castaños desarrollando temas interesantes en las facultades vecinas.  Era un espectáculo ver a sus estudiantes pendientes de sus labios, cautivos de un verbo que reflejaba una mentalidad de excepción.

En París me comportaba de igual forma dejando de asistir a clases en la Facultad de Ciencias para desplazarme a la Sorbona, Vincennes, Nanterre o al Colegio de Francia para escuchar conferencias y cursos dictados por Lacan, Derrida, Barthés, Althusser, Foucault,  Lévi– Strauss, Sollers, Debray y otros distinguidos pensadores de la denominada Escuela de París. El arrobo, el embelesamiento y hasta el éxtasis de los asistentes era en muchos casos similar al placer erótico.

El recién electo octavo presente de la V República francesa M. Enmanuel Macron ha generado en la prensa mundial un terremoto mediático, no solamente por no representar a los partidos políticos tradicionales y por lanzar su candidatura presidencial solo un año antes de las elecciones, sino porque su mujer Brigitte Trogneaux – cariñosamente llamada Bibí como el israelí Benjamín Netanyahu – lo supera en edad por veinte y cinco años, o sea, un cuarto de siglo.

Cuando él la conoció tenía 15 años y era su discípulo en un taller de Teatro y para ese entonces ella tenía casi 40, casada y madre de tres adolescentes.  El quedó prendado de la inteligencia de ella y Bibí probablemente de los raptos de él, pues a los 17 años de edad le expresó esto: “hagas lo que hagas me casaré contigo “cuenta la que hoy es Primera Dama de Francia.  Cuánta madurez reveló a pesar de ser un adolescente.

Cuando a una mujer cuadragenaria de marchitos encantos se le declara un joven bien parecido, de sólida formación doméstica e inteligente, su reacción inicial es suponer que es el dinero o la tenencia de bienes las motivaciones que explican el galanteo.  En vista de que estaba huérfana de ambos atributos, ella resultó desconcertada, intrigada por las causas reales que despertaban el interés pasional del muchacho.  El gran problema de los sapiosexuales es que en un principio el adulto no cree en la sinceridad de sus pretensiones amorosas.

Se dice que a una mujer no le basta con que un hombre la desee, quiera y necesite ya que lo que ella necesita es que la desee y quiera como ella lo desea.  Sin embargo la generalidad de las cuarentonas no son tan quisquillosas o melindrosas al momento en que su intuición les revela que el deseo de un primaveral aspirante no obedece a un capricho pasajero sino a algo serio, verdadero, genuino.

El joven Macron resultó fascinado por la mente y no tanto por el cuerpo de Brigitte, y cuando esta seducción cristaliza en matrimonio o emparejamiento difícilmente el hombre incurra en relaciones extramaritales,  y según las estadísticas –  y mi experiencia personal – en estas uniones conyugales los divorcios son escasos así como las separaciones por mutuo consentimiento.  Los índices de mortandad de estos casamientos son extremadamente bajos.

Esta propensión del flamante mandatario francés que en el amor y la política se expresa por darle prioridad al conocimiento, al consejo sabio y preferir siempre la madurez de un fruto al perfume de una flor, es la razón explicativa de la escogencia de la profesora Trogneux como consorte, y de su distanciamiento de las manidas posiciones sostenidas por la izquierda y derecha de su país.  Se decantó por el centro, que como sabemos  todos es donde reside la verdad.

Seguiré estrechamente su mandato ya que simboliza la gran oportunidad que tiene la República francesa de recuperar su antiguo y perdido protagonismo mundial, siendo de mi particular agrado la repuesta que ofreció su primer ministro Eduard Philippe al preguntársele sobre la política; dijo:  la política es como el boxeo; hay que saber pasar del pie derecho al pie izquierdo.  Pienso que en este vaivén estará el secreto de su éxito.

En el campo del erotismo el presidente estadounidense Donald Trump es completamente opuesto a Macron, ya que el primero en su tercer enlace conyugal en el año 2005 eligió como pareja la modelo eslovena Melanijá  Knaus a quien sobrepasaba en 23 años.  No creo cometer ningún atrevimiento al señalar, que fue su deslumbrante belleza y no su cociente intelectual el criterio que sedujo al rico empresario convertido hoy en inquilino de la Casa Blanca.

A pesar de la asimetría cronológica de la pareja norteamericana,  la prensa no la destaca como ocurre con molestosa frecuencia con la pareja gala, debido a que el machismo prevaleciente en todos los medios informativos estima que la Blastolagnia – atracción por mujeres jóvenes,  o pasión menorera – es más aceptable, deseable que la gerontofilia – atracción hacia personas de la tercera edad -. Craso error como veremos en tiempos no muy lejanos.