I

Con la narración actual, ponemos fin a los folletines de Goeíza del ángel plácido. En este episodio se narra la lucha de Tronilo con Kimbro el verraco que había causado la muerte de su padre y que era una misión sagrada suya.

Aunque nunca he visto una pelea con un verraco salvaje, una noche regresando a pies desde Caño Azul en Samaná a las Galeras en compañía del doctor Porfirio Moratín y Cayo Claudio Espinal, se nos sumó un campesino que me contó una pelea con un puerco cimarrón haciéndome nuevas revelaciones de las ciguapas. Gracias a esas narraciones sangrientas pude describir, bien que mal, la escena de la lucha del mudo y el cerdo. Este capítulo está encajado después de lo de Aparicio y antes de lo de Aurelia ciguapa.

II

Pelea a Muerte entre Tronilo y Kimbro

Por dos días estuvimos esperando: Haciendo entretanto cortas excursiones por los alrededores: Cazando cabras alzadas: Pescando dajaos y róbalos en los charcos próximos que asábamos sazonados con jugo de limones y un poco de sal:

Al segundo día el olor a verraco era tan intenso que los perros aullaban desesperados cuando el brisal soplaba: Temíamos que estos gritos de guerra lo alejaran: Mas Tronilo nos indicó que Kimbro se acercaría para tratar de sorprenderlo como había hecho con su padre en pareja con Fénix.

Al tercer día Tronilo hizo señal de partir: Había hecho varias excursiones y al parecer tenía el rumbo preciso: El astuto verraco elegía el escenario: Se había quedado en un lugar llano cerca de un río caudaloso donde las hierbas lo tapaban.

Lo seguimos: Cerca del medio día llegamos a un prado de altas yerbas echando de menos la presencia de ganados vacunos en tan jugosa pradera.

Dejamos pastar libremente a los bueyes mientras observábamos la vega cruzada por el ancho río desde un altozano próximo.

Del otro lado se veía una montaña imponente: Sin saber la causa me resultaba familiar sin haber andado por esos predios.

Tronilo desapareció con su perro: Nosotros hicimos desayuno en la colina protegidos por frondosos árboles.

Mientras Diomedes cocinaba: Tronilo con su perro habían bajado: A pesar de su elevada estatura no se veía entre las hierbas: El olor a verraco era tan intenso que casi mareaba: Entonces vimos al cuervo: El mismo parlanchín que habíamos visto durante el viaje: El que en la casa cuando quemamos el camastro de don Leonardo había ahuyentado a unas rezagadas mauras: Parecía tan amigo de Tronilo como de Verania: Sin duda alguna se trataba del famoso Vocerío que según ella era un alto personaje en la corte de la abuela Domitila: Claramente indicaba a Tronilo con su ala derecha que a sus espaldas estaba Kimbro repitiendo su nombre insistentemente: Lo hubiera sorprendido de no ser por sus gritos de alerta.

Como estábamos cerca en ese momento vimos las hierbas moviéndose como las olas de un mar vegetal que ya no cubrían totalmente a Tronilo: Llamé a mi hermano para que prestáramos atención a aquellos gigantes salvajes que parecían dos canoas abriéndose paso en el oleaje verde de la vega: ¡Ese es Kiiimbro!: Exclamé y en mi voz había ese tono ritual de reverencia ante lo monumental.

Tronilo nos hizo señas de que amarráramos nuestros canes: Quería que lo dejáramos pelear solo con su perro que le adelantaba un paso: Los atamos: Pero el olor a verraco los excitaba tanto deseando entrar en la pelea que ladraban llamando a Dego: Por largo rato siguieron aullando desesperadamente.

Vimos al cuervo queriendo distraer al verraco intentando bajar para herirlo entre los ojos cesando sus gritos cuando Tronilo rechazó su ayuda haciendo señas de que lo dejara tranquilo.

Pese a lo dramático del encuentro vimos al gigantesco mudo sonreír.

La venganza de su padre era la misión más importante de su vida: A partir de ese momento dejaría de ser un muchacho convirtiéndose en un hombre.

Hasta en ese instante de dramática tensión tuvo un rasgo de humor: En un momento que ambos se habían detenido estudiándose se miró los talones señalando hacia la montaña diciéndonos que esa era la Loma de las Ciguapas.

Luego lo vimos sonreír al sacar el afilado cuchillo que desde la muerte de su padre amolaba en sus piedras hasta gastar parte del duro acero.

Lo empuñó decidido hincándose reverente y elevando sus manos mirando al cielo dedicándole la lucha a su padre: Observábamos aquel espectáculo temiendo que el verraco aprovechara su distracción.

Luego se despojó de su ropa: Iba a pelear lealmente sin ventajas: Sería una pelea limpia: Lucharían como la naturaleza los había enviado al mundo.

Todo estaba inmóvil: La brisa misma parecía detenida: No ondulaba ni una brizna de hierba cuando de pronto sentimos que algo se movía: Como donde estaba era invisible su enemigo avanzó hacia un lado donde era más rala la hierba para tener mayor facilidad de seguir sus movimientos.

El verraco asomó su largo hocico: Brillaron al sol sus colmillos: Entre el oscuro pecho resplandecieron las cachas del alfanje: Tronilo desviando hacia nosotros fugazmente la mirada nos indicó con ese dato y la mancha blanca en la testuz que se trataba de Kimbro.

El astuto jabalí permanecía esperando entre las hierbas que avanzara: Mientras Tronilo aspiraba a pleno pulmón el aire enverracado se quedaba expirando: Hasta que lo vimos decidido a enfrentarlo lanzando gritos horribles para atraer al cimarrón adelantando un par de pasos junto a su perro.

Volvimos a ver su gran alzada: A pesar de su gordura se notaban sus poderosos músculos: Más que una gran canoa parecía un barco negro: Sus ojos vomitaban fuego mientras pateaba rudamente el suelo con sus poderosas patas: Como había dicho Verania: Era ciertamente un líder de la naturaleza.

Dego avanzó feroz: Kimbro experto en evadir perros lo atacó sacándolo fuera de combate a la primera embestida: Con tal rudeza que al caer herido entre las hierbas quedó inmovilizado.

Cuando hicimos ademanes de soltar los nuestros Tronilo desvió por un segundo la mirada haciendo hizo señas de que lo dejáramos pelear solo.

Reía disfrutando cada minuto como si fuese el último que viviría sobre la tierra: Lo comprendimos: Igual que él estábamos en esos lugares realizando una venganza.

Se hincó nuevamente en tierra: Esperó la embestida de aquel aparato bravío que gruñía aterradoramente: Vimos cuando lo atacaba: Hiriéndolo en un muslo: Aunque sangraba: En apariencia parecía superficial al notarse serenamente tranquilo.

Tenía el cuchillo en la mano: Había errado su cuchillada al caer al suelo: La rapidez del verraco lo había sorprendido: Sin embargo atinó a tactarse entre los muslos comprobando que su hombría estaba indemne: Al notar que el verraco también estaba herido reaccionó de una manera insólita: Inició una erección justamente cuando Kimbro volvía rabioso con los ojos cerrados cargando sobre él: Aquel gesto de virilidad salvaje nos llamó poderosamente la atención: Comprendimos que no solo el sexo induce a un hombre a esta gestación de heroicidad.

Contemplar la mirada de un puerco cimarrón ciego de ira antes de embestir hipnotizaría al más valiente: La visión de sus ojos amarillentos inyectados de fuego helaría la sangre en las venas a cualquiera: ¡Menos a nuestro primo!

Tronilo sabía que su única ventaja sería milimétrica: Debía moverse después que calculara bien dónde atacarlo: Se preparó para ello desviando otra vez la vista hacia nosotros.

Como estaba hecho de la pasta de los héroes sostuvo la mirada: Se movió una o dos pulgadas a su izquierda agachándose de nuevo: Antes: Kimbro después de embestir abriendo sus ojos pudo llegarle: Pero ahora la ventaja era suya: De ese modo si el verraco perdía el rumbo él podría esquivar su ataque: Ahora no se distraería: Concentrándose en su misión con el cuchillo en la boca: Cuando pasó a su lado agarró una de sus grandes orejas y saltó sobre su lomo.

Temimos que se le cayera el arma o que la incipiente erección lo estorbara: ¡Qué va!: Como hacía meses que practicaba esta pirueta su agilidad de jinete lo salvó milagrosamente.

Frente a esta acción quisimos aplaudir emocionados la perfección de sus ágiles movimientos: No lo hicimos pero nos dimos cuenta que el éxito de esta operación realmente le daba una ventaja en apariencia insuperable.

Pero el astuto Kimbro frenó en seco para quitárselo de encima en medio del galope tendido que llevaba: Tronilo permaneció agarrado a las orejas sabiendo que con ello le iba: ¡Como en verdad le iba: La vida misma!

Jamás vimos cabalgata semejante: Si domar un toro para hacerlo un manso buey es trabajo de fuerza: ¡Imaginen lo que era aquel espectáculo salvaje de aquellos dos energúmenos velludos en medio del hierbazal pisoteado al moverse dando vueltas en círculos concéntricos!

Tronilo al fin logró tirar el animal al suelo: Mas este volvió a levantarse: Volviendo a encaramarse cabalgándolo agarrado a su oreja con el cuchillo apretado entre los dientes.

¡Hasta que al fin vimos cómo: Agarrado solo de la oreja izquierda tomó con su derecha la cacha del cuchillo hundiéndolo en la garganta oscura del verraco una y otra vez hasta que brotó un chorro de sangre oscura!

Se apeó dejando caer aquel espléndido animal herido de muerte sobre la hierba apisonada: Sacando rápidamente el alfanje y antes de que dejara de respirar lo restregó en el corazón del jabalí: Mientras lo hacía su erección iba en aumento: Diomedes me dijo: ¡Se está transformando en Príapo: Míralo: Es el hijo de  Afrodita reviviendo!

Él no se había dado cuenta de ese hecho: Como había visto a su padre hacer cortó con mano experta las partes verendas para evitar que las glándulas másculas pestificaran la carne: Luego limpió el alfanjillo sobre la hirsuta pelambre del derrumbado cuerpo del verraco.

¡Ni nos miró mientras lo elevaba al cielo haciéndolo brillar a la luz del sol en ofrenda a su padre muerto diciéndole elocuentemente que la venganza estaba consumada!

Permanecíamos sin despegar los ojos de la escena donde los dos gigantes habían demostrado tanta astucia y tanto valor: Nuestros ojos iban de uno al otro: De mi amigo que ahora admiraba queriéndolo mucho más: Al enorme cerdo de negra pelambre inmóvil en la tierra.

Como ha referido Plinio: Así pasó: Lo inesperado fue la reacción de Tronilo después de dedicarle a su padre el cadáver de su enemigo.

Estaba ahí como un macho cabrío o un garañón de las sabanas: Aunque no había nada de dionisíaco en la espléndida manifestación de su masculinidad.

Todo había sido tan involuntario que seguía sin darse cuenta: De haberlo notado se hubiera abochornado: A cualquier hombre le molesta que lo vean en ese estado si no es en condiciones de utilizarlo para los altos fines de perpetuar la especie: Pero ocurrió que al bajar la tensión: Consumada la venganza: Elevó los brazos al cielo como si adorara al sol echando el cuerpo hacia atrás: ¡Mientras su monumental sexo erecto eyaculaba un torrente de semen disparado a los vientos seguido de inmediato de un chorro espeso de orina en plena erección soltando sonoros pedos como petardos en una celebración!

¡Se dio cuenta de lo que sucedía al estremecerse su cuerpo con el orgasmo y las ventaciones!: Entonces bajó los ojos comprobando lo que había sucedido: Nosotros sabiendo el trance por el que pasaba nos volteamos aparentando estar distraídos mientras soltábamos a los perros para no avergonzarlo en medio de ese percance viril: Al volver el rostro lo vimos de espaldas: Visiblemente conturbado manando sangre de la herida y esperando que bajara su erección.

Al fin se irguió como un dios de la montaña al lado del espléndido animal ensangrentado tanto de la suya como del verraco y en vez de sonreír como antes de la lucha y de celebrar su triunfo como cuando se desnudaba al aprestarse a la pelea: Se quedó contemplando el magnífico ejemplar que había dejado sin vida: Sea para esconder su vergüenza o realmente sentirlo: Se compungió mirando con tristeza aquel despojo sombrío de la naturaleza: Aquel fruto inigualable de la tierra: Comenzando a dar gritos estridentes parecidos a los que lanzara cuando mató a Fénix y cuando aulló junto a sus perros sobre la tumba de su padre.

Eran unos alaridos insoportables que nos erizaron los pelos mientras los perros aullaban acompañándolo: Hasta el herido Dego comenzó a gemir:

¡Luego se tiró sobre el cadáver del imponente verraco magnificado por la muerte!: ¡Aquellos dos espléndidos salvajes de los montes ofrecían un cuadro de una belleza primitiva de tal grandeza que bien pedía el pincel y exigía la epopeya!:

Aquel enorme mudo tirado encima de la bestia que acababa de matar en una lucha parejamente leal nos estaba asombrando: ¡No daba la sensación de haber destruido un rival sino a un amigo entrañable!

¡Aquel triunfador que esperábamos ufano: Orgulloso de su hazaña por haber cumplido la promesa a don Leonardo de vengarlo gritaba acariciando la oscura piel del asesino de su padre sin preocuparse de su herida ni de nosotros ni de cosa alguna!.

Aquel salvaje gritando desesperado con la ronquera dolorosa de los mudos abrazado al cadáver tinto en sangre de Kimbro parecía rendir un tributo montaraz en un ritual que ningún ser civilizado podía comprender: ¡Por grotesco que fuera ese espectáculo bajo el solazo implacable: A nosotros nos pareció grandioso en su rústica magnificencia!

El hombre siempre asistirá pasmado a lo extraordinario: Mas que la magia de Aparicio volando por los aires: Aquello era una hipérbole primitiva de la realidad que nos conmovía: Luego se levantó como quien despierta de una larga siesta: Miró en torno: Se limpió la sangre y el semen como al descuido: Se desperezó abriendo los brazos poniendo el pie de la pierna sana sobre el verraco durante un largo rato: Un poco más tarde: Como si nada hubiera pasado trotó cojeando hacia nosotros.

Nos adelantamos para felicitarlo: Pero no nos hizo caso: Actuó como quien no precisa ninguna atención por lo hecho: ¡Pensamos que lo haría para que olvidáramos la escena de su orgasmo y sus ventaciones que seguía siendo una acción viril tan o más visiblemente heroica que la lucha con el verraco!

Pasó a nuestro lado sin mirarnos: Impregnando el aire con la aroma salvaje de su olor a macho: ¡A hombre!: ¡A verraco!: ¡A sangre!: ¡A semen!: ¡Tronilo olía a héroe!