El tema de los accidentes de tránsito cobra de nuevo actualidad debido a las tradicionales festividades de Nochebuena y Fin de Año, donde aumenta la cantidad de los mismos, y lamentablemente, la de víctimas fatales y número de lesionados por ese motivo. Las razones son varias, pero en su mayor parte están asociadas al consumo excesivo de bebidas alcohólicas, una realidad a la que se ha obstinado en mantenerse indiferente el Ministerio de Interior y Policía que por el contrario dio la orden de abordaje a la bebentina por la libre.
Habituados ya por lo general a conducir de manera avasallante y agresiva, ignorando y violando las normas de tránsito, sobre todo en la cada vez mas entaponadas vías públicas de la capital, en estresantes e interminables colas y haciendo todo tipo de diabluras para salirnos de la cola y pasar a la cabeza, gozamos fama de figurar entre los países del mundo donde es peor la conducción de vehículos.
Una fama que hemos ganado y merecemos aquí, pero que en realidad no se corresponde fuera en tanto en cuanto desde que ese mismo dominicano emigra y llega a otro país donde existe un tránsito vehicular bien regulado se ajusta de inmediato a las normas consciente de que cualquier infracción sea por saltarse una luz roja, conducir a exceso de velocidad, o parajódicamente también a velocidad inferior a lo necesario para no interrumpir el normal flujo de vehículos, se expone a una fuerte multa. Que si por manejo temerario ocasiona un accidente, asume responsabilidad civil por los daños, y criminal si como consecuencia del mismo provoca lesiones, o peor aún muertes. Puede apostarse a seguro de que es el temor a la sanción lo que da lugar a este cambio radical de conducta.
Lamentablemente vivimos en un medio donde la impunidad se ha vuelto moneda circulante. Dada en todos los niveles, donde viene a resultar más masificada y evidente es en el manejo vehicular. Baste señalar un caso tomado a ejemplo ocurrido en meses recientes: el de un chofer involucrado en un accidente que costó docena y media de muertes, y al que varios de los sobrevivientes responsabilizaron del hecho por manejo temerario y que apenas dos meses mas tarde era sometido de nuevo por haber montado el vehículo que conducía en una isleta de una de las principales avenidas de la capital. ¡Ni siquiera le habían retenido la licencia¡ Asombra la frecuencia con que se repite este tipo de casos.
Ni hablar que los jefazos sean gente pudiente, militares aún de bajo rango, funcionarios y políticos influyentes gozan de patente de corso para transitar sin que ninguna autoridad ose detenerlos en caso de cometer una infracción.
¿Cuántos vehículos circulan sin seguro o con el mismo vencido? ¿Cuántos conductores lo hacen sin licencia o sin haber renovado la misma? ¿Cuántas multas se quedan sin pagar? No hace tanto se dieron a la luz pública unas cifras increíbles de cientos de miles de infractores que ponían en evidencia el escaso o ningún control por parte de las autoridades del tránsito. No hay siquiera acumulación de infracciones que lleven a las autoridades a retirar la licencia a conductores temerarios cuya permanencia en las calles los convierte en elementos de alto riesgo para los demás.
¿Qué control hay por otra parte sobre las llamadas academias de choferes, parte de las cuales no pasan de consistir en improvisados entrenadores callejeros cuya enseñanza deja bastante que desear con tan solo comprobar la forma en que sus alumnos se desenvuelven en las vías públicas? Basta como indicio señalar la forma en que la casi totalidad de los conductores dobla en una esquina dejando su carril derecho para hacerlo por la izquierda.
¿Podrá el INTRANT, cuya directora general ya ha revelado que el organismo carece de poder compulsivo para hacer respetar sus normas para lo cual depende de la DIGESETT nombre con que actualmente se conoce a la antigua AMET? ¿Hasta qué punto esta se encuentra en capacidad de aplicar dichas normas con la necesaria energía, sin compradazgos, contemplaciones ni temor por parte de sus agentes a ser dados de baja?
Ojalá lleguemos a ese punto. Pero de aquí a entonces, sin ánimo de aguar la fiesta, nos parece que habrá que transitar un largo trecho y esperar un buen tiempo.
Mientras tanto tendremos que seguir resignándonos a la permanente sangría de los accidentes vehiculares con su trágica carga de vidas tronchadas.