Los weblogs, esas bitácoras que circulan por millones en el libre mundo de la cibernética representan instrumentos de carácter inusual entre aquellos que habitan la comunidad de la red; son, indudablemente, espacios donde la lógica binaria rige la comunicación humana del hoy. Al permitir el depósito de los sentimientos del autor de forma libre, espontánea e instantánea, "los blogs han despertado y recuperado la espiritualidad de la sociedad tecnológica" de acuerdo a la experta Laura Gálvez. A su parecer, esa sinceridad que el blog deposita en palabras al espacio virtual humaniza el instrumento, y al mismo tiempo atrapa al lector persuadido más por el contenido que por la forma. El icónico lusitano José Saramago decidió escribir entradas en un blog a los 85 años convencido quizás no sólo de la veracidad de tales afirmaciones, sino también de su poder; ello a juzgar por las frases con que usualmente comentaba sobre el tópico : "…los sismógrafos no eligen los terremotos, reaccionan a los que van ocurriendo, y el blog es eso, un sismógrafo".

Lanzadas y enterradas sus cenizas hace ya más de doce meses, verde, que no rojo, luce el eco de este particular joven octogenario en la portada de su más reciente obra póstuma: El último cuaderno. Textos escritos para el blog (Alfaguara, marzo 2011). Saramago, quien se había hecho sordo ante la misma austeridad de la muerte, habla en este cuaderno "pensando en nosotros": Berlusconi, Netanyahu, Chiapas y otras ráfagas de la ira, alertan sobre el compromiso del "gran hablador" que el escribano representó durante las últimas décadas del pasado siglo. Comentarios sobre naciones álgidas (Palestina y Haití); sobre ciertos muertos (Sábato, Galileo, Mahmud Darwish o Benedetti) y otros tantos vivos (Almodóvar, Obama y García Marquez) –frescas huellas de lo reciente–, que ponen en el apropiado contexto, la preclara e imperecedera justeza de un hombre que supo creer. Alguien que ejerció con grandeza ejemplar un sui generis oficio de sonriente escritor infeliz; el autor que anunciaba a todas voces que "…los escritores viven de la infelicidad del mundo. Porque (…) en un mundo feliz, (yo) no sería escritor".

Fuera la parca o su enemiga –la inmortalidad narrada en Las intermitencias de la muerte–; fuera la inquietud sobre la identidad del individuo –el ¿qué pasaría si?–, la ceguera total contada en las páginas del Ensayo sobre la ceguera; fuera la sacudida al Dios del poder católico en El Evangelio Según Jesucristo, aquella gran novela que después de su muerte aún no le perdona el Vaticano (el inquisidor que en L’osservatore Romano le acusó de ser "un banal desestabilizador de lo sagrado"); fuera el recoger recuerdos infantiles en una única y última memoria –Las pequeñas memorias–, Saramago, en ocasiones obsesivo y en otras pletórico de ternura, creó "textos fundidos entre una narración y oralidad desgarradoras y reflexivas que se convirtieron en referentes de una moral de compromiso". Y el blog en referencia (http://cuaderno.josesaramago.org/) no fue excepción. Lo había iniciado a solicitud de amigos cercanos en septiembre de 2008; en él, a latido puro, parió párrafos llenos de cólera y amor; conjuras esperanzadoras y confesiones sobre la muerte, Dios, la gripe aviar, los elefantes, el derecho a pecar y los poetas; sobre el Evangelio y los colores de la tierra. Manifiestos recogidos y trabajados, en sus propias palabras, "con el mismo rigor de las páginas de mis novelas".

Faltaban pocos días para que José Saramago muriera, cuenta en el prólogo de la obra Pilar Del Río, su mujer y traductora: "…ya no podía escribir pero dictó dos entradas en el blog. La penúltima la provocó el juez Garzón saliendo de la Audiencia Nacional, expulsado por sus pares (…) entonces Saramago lloró con Garzón, sintió rabia e impotencia porque estaba vivo y dictó porque sus manos temblaban sobre el teclado. La última entrada son dos palabras (…) supo que un compañero suyo, un escritor sueco, se había sumado a una flotilla que pretendía romper un cerco terrible contra Palestina. Y Saramago, que de cercos sabía mucho, dijo sólo 'Obrigado, Mankell' –gracias Mankell–, y en estas dos palabras lo resumió todo, la admiración, la solidaridad, el respeto, la impotencia…"

¿Será entonces éste cuaderno un último testimonio a los más jóvenes? ¿Un alerta a la igeneración que la electrónica definió a partir de Steve Jobs? ¿La herencia del visionario que desafió el color de la esperanza, el rojo por el verde que en los párrafos a continuación narró ese Quijote? Carezco de respuestas, porque he llorado. Sí sé que la sangre, la misma que alimentó mis húmedos pensamientos, lo dice todo; y como tal, la de Saramago tampoco necesita de retórica.

"Toda sangre tiene su historia. Corre sin descanso en el interior laberíntico del cuerpo y no pierde el rumbo ni el sentido, enrojece de súbito el rostro y lo empalidece huyendo de él, irrumpe bruscamente de un rasguño la piel, se convierte en capa protectora de una herida, encharca campos de batalla y lugares de tortura, se transforma en río sobre el asfalto de una carretera. La sangre nos guía, la sangre nos levanta, con la sangre dormimos y con la sangre despertamos, con la sangre nos perdemos y salvamos, con la sangre vivimos, con la sangre morimos. Se convierte en leche y alimenta a los niños en brazos de las madres, se convierte en lágrima y llora sobre los asesinados, se convierte en revuelta y levanta un puño cerrado y un arma. La sangre se sirve de los ojos para ver, entender y juzgar, se sirve de las manos para el trabajo y para la caricia, se sirve de los pies para ir hasta donde el deber la manda. La sangre es hombre y es mujer, se cubre de luto o de fiesta, pone una flor en la cintura, y cuando toma nombres que no son los suyos es porque esos nombres pertenecen a todos los que son de la misma sangre. La sangre sabe mucho, la sangre sabe la sangre que tiene. A veces la sangre monta a caballo y fuma en pipa, a veces mira con ojos secos porque el dolor los ha secado, a veces sonríe con una boca de lejos y una sonrisa de cerca, a veces esconde la cara pero deja que el alma se muestre, a veces implora la misericordia de un muro mudo y ciego, a veces es un niño sangrando que va llevado en brazos, a veces dibuja figuras vigilantes en las paredes de las casas, a veces es la mirada fija de esas figuras, a veces la atan, a veces se desata, a veces se hace gigante para subir las murallas, a veces hierve, a veces se calma, a veces es como un incendio que todo lo abrasa, a veces es una luz casi suave, un suspiro, un sueño, un descansar la cabeza en el hombro de la sangre que está al lado. Hay sangres que hasta cuando están frías queman. Esas sangres son eternas como la esperanza."

No ha de sorprender entonces la propuesta de éste Saramago lobo de mar: "escribir y no agradar, ni tampoco desagradar. Pero sí desasosegar". Es decir, entendamos su intención de perturbar el elíxir de la vida, que como recuerda el Antiguo Testamento, porta un carácter trascendental. Porque es cierto que "…la vida de la carne está en la sangre". Y la sangre, como la esperanza, a veces deja el rojo y se viste de verde.