Leí con interés, avidez y esmero, los cinco tomos de la obra de Santiago  Posteguillo sobre Roma. Lo he citado antes. El autor es historiador, filólogo, y lingüista. Relata con destreza, atractividad y rigor una gran historia novelada del imperio romano, iniciada 250 años antes del nacimiento de Jesús. Uno de los cientos de episodios atrayentes es  ‘Sifax ante la Roca Tarpeya’. La roca era una abrupta pendiente de la antigua Roma, junto a la cima sur de la colina Capitolina. Desde ella se veía el antiguo Foro Romano; y durante la República se utilizó como lugar de ejecución. Se cuenta que en un acto público y de masas, se ajusticiaba a los traidores, enemigos del Estado, sicarios y criminales. Los culpables eran lanzados desde la Roca Tarpeya al vacío, sin ningún tipo de piedad.

A la Roca Tarpeya deberían lanzarse en un acto público y de masas, todos los asesinos, profanadores y violadores de niños, niñas y mujeres, que sin piedad hacen correr cada día, sangre indefensa en nuestra nación. Esos matones y sicarios de sus propias esposas y parejas. Los que llenan de luto sus propias familias. Los mismos que argumentando celos, aprensiones, envidias, suspicacias, posesividades, imposiciones,  malas hombrías, machismos y celos, cercenan la vida en todo lo que tiene de simple, bella, humilde y expuesta.

A la Roca Tarpeya debiéramos hacer desfilar para arrojarlos en público al vacío, así como Roma hizo con el traidor Sifax, a los oficiales, policías y militares que violando su sagrado y solemne juramento,  se alían a los más sanguinarios mafiosos, capós locales y lúmpenes internacionales. Hacen negocios con gestores del mercado de drogas y estupefacientes, y repletan nuestras ciudades de puntos masivos de distribución de narcóticos.

A la Roca Tarpeya tendrían que empujarse todos los responsables de los servicios públicos y privados de salud, que permiten y también son los ejecutores directos, de la elevadísima mortalidad infantil y materna que hay en República Dominicana. Tenemos los mejores edificios, equipos y aparatos médicos de muchos países de El Caribe y Centroamérica, pero a la vez acumulamos los peores indicadores de daño a la vida inocente de la región.

A la Roca Tarpeya debiéramos arrojar a políticos y funcionarios corruptos. A los que usufructúan  nuestros impuestos, derraman nuestros ingresos en millones y más millones de pesos para lucrarse en lo personal y hacer negocios propios a nombre del Estado. A los que prevarican, infringen, trafican, influyen, lavan y especulan con los servicios de calidad que debiera ofertar el gobierno.

A la Roca Tarpeya habría que llevar sin contemplaciones, a toda suerte de miserables, desalmados, mezquinos, cicateros del honor, envidiosos, chismosos, mediocres, maledicentes, acomplejados y enfermos sociales. Esos mismos que ante los avances del prójimo se ennublan, maldicen y pretenden poseer las grandes verdades del honor, la moral y el progreso de la Patria. Los que no se arrepienten de sus maldades. Esos que pretenden nunca haber pecado de “Pensamiento, Palabra, Obra y Omisión”; y por lo tanto, menos aún se arrepienten.

Pero no estamos en la Roma de Santiago Posteguillo. Ni en los fusilamientos y ejecuciones sumarias ordenadas por una revolución triunfante. En Santiago de los Caballeros aunque tenemos “barrancas”, no poseemos ni la geomorfología, ni la mística sanguinolenta, despiadada y romana de la Roca Tarpeya. Tampoco la modernidad y los derechos humanos hoy lo permitirían. Con Jesús y el Cristianismo para bondad de la humanidad occidental, hemos superado la ley del Talión. Sin embargo, se impone el escarmiento público y el cese de la impunidad. Corresponde al Estado y a la Familia de los buenos, de los sobresalientes, de las personas de ética, honor y responsabilidad,  la noble tarea de construir la nueva Roca Tarpeya de la Moralidad de la República.