Discurso de apertura en la conferencia del Colegio Kinneret sobre la conexión entre la arqueología y la ideología.*

EN PRIMER LUGAR, permítanme darle las gracias por haberme invitado a abordar esta importante conferencia. No soy ni un profesor ni un médico. De hecho, el título académico más alto que he conseguido fue SEC (Séptima Clase Primaria).

Pero al igual que muchos miembros de mi generación, desde la primera juventud me tomé un profundo interés por la arqueología.

Intentaré explicar por qué.

AL PREGUNTARSE a sí mismos sobre mi relación con la arqueología, algunos de ustedes pensarán en Moshe Dayan.

Después de la guerra de junio de 1967, Dayan era un ídolo nacional, incluso internacional. También era conocido por su obsesión con la arqueología. Mi revista, Haolam Hazé, investigó sus actividades y se encontró que eran altamente destructivas. Él comenzó a cavar solo, y a recoger piezas por todo el país. Dado que el objetivo principal de la arqueología no es simplemente descubrir objetos, sino también fecharlos, y armar así un cuadro de la historia consecutiva del sitio, la excavación incontrolada de Dayan creó un caos. El hecho de que él utilizara los recursos del ejército sólo empeoró las cosas.

Entonces, descubrimos que no sólo Dayan expropiaba los artefactos que encontró (que por ley eran del Estado) y las almacenó en su casa, sino que también se había convertido en un distribuidor internacional, haciéndose rico con la venta de artículos “de la colección personal de Moshe Dayan”.

La publicación de estos hechos y hablar de ellos en el parlamento me concedió una distinción singular. En ese momento, un instituto de opinión pública identificaba cada año a la “persona más odiada” en Israel. Ese año, alcancé ese honor.

PERO LA pregunta importante no se refiere a la moral de Dayan, sino a una cuestión mucho más profunda: ¿Por qué Dayan y muchos de nosotros en aquel momento nos ocupábamos de la arqueología, una ciencia considerada por muchas personas como un negocio bastante lúgubre? Para nosotros tenía una profunda fascinación.

Esa generación sionista fue la primera nacida en el país (si bien yo nací en Alemania). Para sus padres, Palestina era un territorio abstracto, una tierra que habían soñado en las sinagogas de Polonia y Ucrania. Para sus hijos e hijas nacidos en el país era una patria natural.

Ellos anhelaban raíces. Caminaron por todos los rincones, pasaron noches alrededor de una fogata, llegaron a conocer cada colina y cada valle.

Para ellos, el Talmud y todos los textos religiosos eran un aburrimiento. El Talmud y otras escrituras habían sostenido a los judíos en la diáspora durante siglos, pero no evocó ningún interés aquí. La nueva generación abrazó la Biblia Hebrea con entusiasmo sin límites, no como un libro religioso (casi todos nosotros éramos ateos), sino como una obra maestra sin igual de la literatura hebrea.

Y como eran también la primera generación para la cual el rejuvenecido hebreo era su lengua materna, se enamoraron con el lenguaje vivo y concreto del hebreo bíblico. El lenguaje mucho más sofisticado y abstracto del Talmud y otros libros posteriores los repelía.

Los acontecimientos bíblicos habían tenido lugar en el país que ellos conocían. Las batallas bíblicas se habían librado en los valles conocidos; los reyes habían sido coronados y enterrados en las localidades que conocían íntimamente.

Habían visto por la noche las estrellas de Megiddo, donde los egipcios pelearon la primera batalla registrada en la historia (y donde, según el Nuevo Testamento cristiano, la última batalla ‒el Armagedón‒se llevará a cabo). Estuvieron en el monte Carmel, donde el profeta Elías había matado a los sacerdotes de Baal.

Habían visitado Hebrón, donde Abraham fue enterrado por sus dos hijos, Ismael e Isaac, padres de los árabes y los judíos.

ESTE APEGO apasionado al país no fue de ninguna manera preordinado de antemano. De hecho, Palestina no desempeñó ningún papel en el nacimiento del sionismo político moderno.

Como he mencionado antes, el padre fundador, Theodor Herzl, no pensaba en Palestina cuando inventó lo que se conoció como el sionismo. Odiaba a Palestina y su clima. Especialmente, odiaba a Jerusalén, que para él era una ciudad nauseabunda y sucia.

En el primer borrador de su idea, que estaba dirigido a la familia Rothschild, la tierra de su sueño era la Patagonia, en Argentina. Allí, en los últimos tiempos, había tenido lugar un genocidio y la tierra estaba casi vacía.

Fueron sólo los sentimientos de las masas judías en Europa Oriental los que obligaron a Herzl a redirigir sus esfuerzos hacia Palestina. En su libro fundacional, Der Judenstaat (El Estado judío), el capítulo correspondiente tiene menos de una página y se titula "Palestina o Argentina". La población árabe no se menciona en absoluto.

UNA VEZ QUE EL movimiento sionista dirigió sus pensamientos hacia Palestina, la antigua historia de este país se convirtió en un tema candente.

La afirmación sionista a Palestina se basó únicamente en la historia bíblica del Éxodo, la conquista de Canaán, los reinos de Saúl, David y Salomón y los acontecimientos de aquellos tiempos. Dado que casi todos los padres fundadores eran ateos declarados, difícilmente podría basarse en el “hecho” que Dios había prometido personalmente la tierra a la simiente de Abraham.

Así, con la llegada de los sionistas a Palestina comenzó una búsqueda arqueológica frenética. El país fue peinado en busca de una prueba real, científica, de que la historia bíblica no era sólo un montón de mitos, sino historia verdadera ante Dios. (Nunca mejor dicho). Los cristianos sionistas, incluso, antes.

Allí comenzó un verdadero ataque a los sitios arqueológicos. Las capas superiores de otomanos y mamelucos, árabes y cruzados, bizantinos y romanos, y griegos y persas fueron descubiertas y eliminadas con el fin de dejar expuesta la capa antigua de los Hijos de Israel y demostrar que la Biblia estaba en lo cierto.

Se hicieron grandes esfuerzos. David Ben-Gurión, un autoproclamado erudito bíblico, lideró ese esfuerzo. El Jefe de Estado Mayor del ejército, Yigael Yadin, hijo de un arqueólogo, y él mismo un arqueólogo profesional, buscaron sitios antiguos para demostrar que la conquista de Canaán sucedió realmente. Por desgracia, no se encontró ninguna prueba.

Cuando se descubrieron los restos de los huesos de los combatientes de Bar Kojba en cuevas del desierto de Judea, fueron enterrados bajo las órdenes de Ben-Gurión en una gran ceremonia militar. El hecho indiscutible de que Bar Kojba hubiera causado tal vez la mayor catástrofe en la historia judía fue pasado por alto.

¿Y EL resultado?

Por increíble que parezca, cuatro generaciones de arqueólogos dedicados, con una ardiente convicción y enormes recursos, obtuvieron… nada.

Desde el comienzo de los esfuerzos hasta el día de hoy, no se ha encontrado una sola pieza de evidencia de la historia antigua. Ni un solo indicio de que el éxodo de Egipto, la base de la historia judía, sucedió alguna vez. Tampoco de los 40 años de vagar por el desierto.

No hay prueba de la conquista de Canaán, como se describe en detalle en el libro de Josué. El poderoso rey David, cuyo reino se extendía ‒de acuerdo con la Biblia‒ desde la península del Sinaí hasta el norte de Siria, no dejó rastro. (Últimamente se descubrió una inscripción con el nombre de David, pero sin indicios de que este David fuera un rey.)

Israel aparece por primera vez en hallazgos arqueológicos sólidos en las inscripciones asirias, que describen una coalición de reinos locales que intentaron detener el avance asirio en Siria. Entre otros, el rey Acab de Israel es mencionado como el jefe de un considerable contingente militar. Acab, quien gobernó la actual Samaria (en el norte de la Cisjordania ocupada) desde 871 a.C. hasta 852 a.C. no era querido por Dios, aunque la Biblia lo describe como un héroe de guerra. Él marca el comienzo de la entrada de Israel en la historia comprobada.

TODAS ESTAS son piezas negativas de evidencia que sugiere que la historia bíblica temprana es inventada. Como no se ha encontrado prácticamente rastro alguno de la historia bíblica temprana, ¿prueba esto que todo es ficción?

Tal vez no. Pero la prueba real no existe.

La egiptología es una disciplina científica que está separado de la arqueología palestina. Pero la egiptología demuestra de manera concluyente que la historia bíblica hasta el rey Acab es, de hecho, la ficción.

Hasta ahora se han descifrado muchas decenas de miles de documentos egipcios, y el trabajo continúa. Después de que los hicsos de Asia invadieron Egipto en 1730 a.C., los faraones de Egipto hicieron esfuerzos muy grandes para observar los acontecimientos en Palestina y Siria.

Año tras año, espías egipcios, comerciantes y soldados informaron en detalle sobre los hechos en cada pueblo de Canaán. Ni un solo artículo ha sido encontrado, que hable de algo remotamente parecido a los acontecimientos bíblicos. (Se cree que una sola mención a “Israel” en una estela egipcia se refiere a un pequeño territorio en el sur de Palestina.)

Incluso si a uno le gustara creer que la Biblia solo exagera hechos reales, lo cierto es que no se ha encontrado siquiera una pequeña mención del éxodo, la conquista de Canaán o del Rey David.

Simplemente, no ocurrieron.

¿ES IMPORTANTE esto? Sí y no.

La Biblia no es la historia real. Es un documento religioso y literario monumental, que ha inspirado a incontables millones de personas a lo largo de los siglos. Ha conformado la mente de muchas generaciones de judíos, cristianos y musulmanes.

Pero la historia es otra cosa. La historia nos dice lo que sucedió realmente. La arqueología es una herramienta de la historia, una valiosa herramienta para la comprensión de lo que ocurrió.

Se trata de dos disciplinas diferentes, y nunca las dos se unirán. Para los religiosos, la Biblia es cuestión de creencia. Para los no creyentes, la Biblia hebrea es una gran obra de arte, quizás la mayor de todas. La arqueología es algo completamente diferente: una cuestión de sobrios hechos probados.

Las escuelas israelíes enseñan la Biblia como historia real. Esto significa que los niños israelíes aprenden sólo sus capítulos, ya sean verdaderos o ficticios. Cuando me quejé de esto una vez en un discurso en el Knéset, exigiendo que se enseñara la historia completa del país a lo largo de los siglos se enseñará, incluyendo los capítulos de las Cruzadas y los mamelucos, el entonces ministro de Educación comenzó a llamarme “mameluco”.

Sigo creyendo que todos los niños de este país, israelíes y palestinos, deben aprender toda su historia, desde los primeros días hasta hoy, con todas sus etapas. Es la base para la paz, la verdadera roca de nuestra existencia.

* Título completo de la conferencia en la Universidad Kinneret:”The Rock of our Existence –the connection between Archeology and Ideology” (La roca de nuestra existencia ‒la conexión entre la arqueología y la ideología).